Archive for June, 2014

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Thursday, June 5th, 2014

Playa y Rambla Bristol. Marcelo Bianco

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Thursday, June 5th, 2014

Grand Hotel. Luro y Entre Ríos. Marcelo Bianco

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Wednesday, June 4th, 2014
Chalet Tres Miradores y cúpula del chalet de Casimiro Polledo. Marcelo Bianco
 

 

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Wednesday, June 4th, 2014
Sede del Círculo Italiano. Marcelo Bianco

 

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Wednesday, June 4th, 2014
Vista de la costa en helicóptero. Década del 70. Marcelo Bianco

 

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Tuesday, June 3rd, 2014

Esta foto es del año 1947 quería compartirla con ustedes gracias – Leonardo Cornide

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Tuesday, June 3rd, 2014

Haydeé Fuloni de Romairone y Norma Fuloni de Magrini. Enviada por Norma Magrini

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Tuesday, June 3rd, 2014
La escritora Claudia Piñeiro junto a su padre durante uno de los veraneos de su infancia. La foto, compartida por la propia escritora, ilustró un artículo editado en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de mayo de 2014. Lo transcribimos a continuación:
Claudia Piñeiro
“Es inevitable invadirme de recuerdos”
La relación entre la escritora Claudia Piñeiro y Mar del Plata se remonta a los años de su infancia, cuando pasaba las vacaciones con sus padres. Ya más grande la siguió visitando con sus hijos. E incluso la incorporó en sus ficciones.
Claudia Piñeiro es la escritora contemporánea más exitosa de la Argentina. Y es además una de las más vendidas en todo el mercado de habla hispana, pese a que como suele decir tiene tres irreparables defectos: es mujer, novelista policial y best seller. Y aunque sus libros más encumbrados ocurren en los exclusivos countries de Buenos Aires, un  mundo casi ajeno a Mar del Plata, tiene con esta ciudad un vínculo muy estrecho. Tan así es que su última novela, “Un comunista en calzoncillos” tiene como foto de tapa una imagen suya, cuando era una niña, acompañada por su padre en Punta Mogotes.
“Mar del Plata está en todos como una construcción imaginaria muy cercana. Es parte de los argentinos y es parte de mi infancia, sin dudas”, avisa por teléfono cuando se la consulta. Y lo sostiene con firmeza porque fue Mar del Plata el lugar de veraneo de su familia desde siempre.
-¿Cuál es el recuerdo más remoto que tenés de Mar del Plata?
-Una discusión muy fuerte entre mi papá y mi mamá en un chalet que alquilábamos en el bosque de Peralta Ramos. Mi abuela y yo nos encerramos en mi habitación y empezamos a armar algo con las piezas de algo parecido a un Lego haciendo como que no escuchabamos los gritos, aunque las dos estábamos atentas a ellos.
-¿Cómo entendés a Mar del Plata desde su aporte a la nostalgia de los argentinos?
-Yo veranee todo mi infancia y mi adolescencia, en Mar del Plata, no había ningún otro lugar posible para ir, a mi padre le gustaba la playa con ciudad, ver gente, que haya movimiento, y bañarse en el mar. Con mi familia de origen mi vínculo fue ese.  Con mis hijos hemos ido varias veces pero a pasar fines de semana fuera de temporada, huyendo del gentío de verano. Con mi pareja actual Mar del Plata es el primer viaje que hicimos juntos y volvemos siempre que podemos.
-¿Qué te sugiere Mar del Plata fuera de temporada?
-La época más linda, para caminar por la rambla de Playa Grande al Torreón y viceversa.
-Los íconos culturales de Mar del Plata hacen de esta ciudad una ciudad popular más que exclusiva. ¿Lo ves de esa manera?
-Puede ser, pero también era el lugar donde veraneaban Silvia Ocampo y Bioy, y fue destino de veraneo de muchas familias aristocráticas, creo que Mar del Plata de para todo, es inmensa en muchos sentidos.
-En tu etapa de contadora pública, tuviste alguna trabajo en la ciudad?
-No, ninguno, pero hace un año me invitaron a dar una charla en el Coloquio de Idea y allí me encontré con muchos amigos que trabajan conmigo en Arthur Andersen, un estudio de auditoría que hoy es Ernst and Young
-¿Tus visitas más recientes se vinculan a la literatura solamente?
-Presenté casi todas mis novelas en Mar del Plata, fui a las ediciones del festival Azabache pero también la elegí como destino turístico de fin de semana, con mi pareja, con amigas, con mis hijos. Para ni generación representa las vacaciones en familia, las primeras vacaciones solos, la primera vez en el casino, la primera vez en un boliche, demasiados recuerdos llenos de nostalgia y cariño como para no quererla
-¿Cuál es la anécdota que más recordás?
-En una de las primeras vacaciones solas con amigas, quisimos hacer dedo para que alguien nos llevara a la playa Guillermo donde la familia de otra amiga tenía carpa. La calle  estaba dura y nadie paraba, era como las once de la mañana. De pronto una de mis amigas, la más mandada, se da cuenta que el auto que se detuvo en el semáforo de avenida Colón y Buenos Aires era el del cómico Mario Sanchez: “Mario somos admiradoras tuyas, nos  llevas?” . Y Mario nos llevó, a pesar de que estábamos muy lejos de su destino. El chabón y su cara indicaban que para él recién terminaba la noche. A poco de andar nos dimos cuenta que estaba un poco perdido, nos preguntaba dos o tres veces las mismas cosas, estaba cansado, no coordinaba,  el volvía a dormir a su departamento céntrico y nosotras lo llevamos casi hasta el Faro. Se metió por el bosque de Peralta Ramos para cortar camino, los reflejos no funcionaron con tanto sueño y chocamos. Mario quedó allí, esperando un remolque y nosotras nos fuimos caminando, silbando bajito, desde el medio de bosque hasta Mariano, imaginándonos cuánto se habrá acordado de nosotras Mario cuando descansara y volviera a tener consciencia de sus actos.
Un texto
Fragmento de un texto escrito por Claudia Piñeiro para Telam en ocasión de venir a Mar del Plata a participar del Congreso Iberoamericano de Cultura:
Cada vez que llego a Mar del Plata quedo atrapada en la evocación.
Es que en los veranos de mi infancia y de mi adolescencia, si mis padres nos podían llevar de vacaciones, el destino siempre era ése.
Recuerdo que las primeras veces, cuando teníamos una situación económica más holgada, mi padre alquilaba una casa en el bosque de Peralta Ramos, llevábamos a mis abuelos maternos y tomábamos una carpa en algún balneario cerca del faro.
Después de que mi padre lidió con algunos tropiezos laborales, y fue vencido, seguimos yendo a Mar del Plata pero a departamentos de dos ambientes, en el centro, con camas y vajilla para cuatro, que él alquilaba recorriendo meticulosamente los avisos clasificados.
A los cuatro, mis padres, mi hermano y yo, nos preocupaba qué podíamos encontrar al ver el lugar alquilado en vivo y en directo.
Pero aunque la decepción fuera extrema nunca decíamos nada. Cuando empezamos a alquilar en el centro, además del tipo de vivienda cambiamos las playas de Punta Mogotes por La Bristol, una playa que mi padre siempre había despreciado por la falta de espacio o el exceso de gente o ambos.
Seguramente la despreciaba también cuando íbamos, pero ya no lo dijo más; parte constitutiva de su cultura de inmigrante era ponerle el pecho a la adversidad sin quejarse.
El primer día, después de que llegábamos y nos instalábamos, mi padre compraba una sombrilla barata, una lona, y allá íbamos, como si nos gustara.
Después de cruzar la rambla, mi hermano y yo bajábamos las escaleras y nos adelantábamos por el camino angosto de listones de madera para buscar un lugar libre, algo que no era fácil.
Mirábamos a un lado, al otro y como cuando Rodrigo de Triana gritó ¡Tierra!, así nosotros gritábamos: ¡Allá!, y señalábamos el lugar a colonizar.
Un cuadrado de arena de un metro por un metro, donde mi papá clavaba la sombrilla con una técnica muy estudiada (clavar, inclinar, girar en el sentido de las agujas del reloj, enderezar, tapar) que garantizaba, según él, que la sombrilla recién comprada no se volaría con el viento.
Luego extendía la lona, se sentaba en la sombra con las rodillas replegadas y miraba el mar. Callado.
Su cara no era de placer sino de deber cumplido, no decía nada pero era como si de alguna manera nos estuviera diciendo: “Ahí está, ahí tienen su arena, ahora jódanse y disfruten”.
En Mar del Plata me es inevitable invadirme de este tipo de recuerdos. Y que esos recuerdos se instalen alrededor de mí y me vengan una y otra vez hasta el día en que me voy.
A veces me persiguen por la ruta 2 y, aún de regreso, se quedan conmigo un tiempo más.

La escritora Claudia Piñeiro junto a su padre durante uno de los veraneos de su infancia. La foto, compartida por la propia escritora, ilustró un artículo editado en el suplemento aniversario de La Capital del 25 de mayo de 2014. Lo transcribimos a continuación:

Claudia Piñeiro

“Es inevitable invadirme de recuerdos”

La relación entre la escritora Claudia Piñeiro y Mar del Plata se remonta a los años de su infancia, cuando pasaba las vacaciones con sus padres. Ya más grande la siguió visitando con sus hijos. E incluso la incorporó en sus ficciones.

Claudia Piñeiro es la escritora contemporánea más exitosa de la Argentina. Y es además una de las más vendidas en todo el mercado de habla hispana, pese a que como suele decir tiene tres irreparables defectos: es mujer, novelista policial y best seller. Y aunque sus libros más encumbrados ocurren en los exclusivos countries de Buenos Aires, un  mundo casi ajeno a Mar del Plata, tiene con esta ciudad un vínculo muy estrecho. Tan así es que su última novela, “Un comunista en calzoncillos” tiene como foto de tapa una imagen suya, cuando era una niña, acompañada por su padre en Punta Mogotes.

“Mar del Plata está en todos como una construcción imaginaria muy cercana. Es parte de los argentinos y es parte de mi infancia, sin dudas”, avisa por teléfono cuando se la consulta. Y lo sostiene con firmeza porque fue Mar del Plata el lugar de veraneo de su familia desde siempre.

-¿Cuál es el recuerdo más remoto que tenés de Mar del Plata?

-Una discusión muy fuerte entre mi papá y mi mamá en un chalet que alquilábamos en el bosque de Peralta Ramos. Mi abuela y yo nos encerramos en mi habitación y empezamos a armar algo con las piezas de algo parecido a un Lego haciendo como que no escuchabamos los gritos, aunque las dos estábamos atentas a ellos.

-¿Cómo entendés a Mar del Plata desde su aporte a la nostalgia de los argentinos?

-Yo veranee todo mi infancia y mi adolescencia, en Mar del Plata, no había ningún otro lugar posible para ir, a mi padre le gustaba la playa con ciudad, ver gente, que haya movimiento, y bañarse en el mar. Con mi familia de origen mi vínculo fue ese.  Con mis hijos hemos ido varias veces pero a pasar fines de semana fuera de temporada, huyendo del gentío de verano. Con mi pareja actual Mar del Plata es el primer viaje que hicimos juntos y volvemos siempre que podemos.

-¿Qué te sugiere Mar del Plata fuera de temporada?

-La época más linda, para caminar por la rambla de Playa Grande al Torreón y viceversa.

-Los íconos culturales de Mar del Plata hacen de esta ciudad una ciudad popular más que exclusiva. ¿Lo ves de esa manera?

-Puede ser, pero también era el lugar donde veraneaban Silvia Ocampo y Bioy, y fue destino de veraneo de muchas familias aristocráticas, creo que Mar del Plata de para todo, es inmensa en muchos sentidos.

-En tu etapa de contadora pública, tuviste alguna trabajo en la ciudad?

-No, ninguno, pero hace un año me invitaron a dar una charla en el Coloquio de Idea y allí me encontré con muchos amigos que trabajan conmigo en Arthur Andersen, un estudio de auditoría que hoy es Ernst and Young

-¿Tus visitas más recientes se vinculan a la literatura solamente?

-Presenté casi todas mis novelas en Mar del Plata, fui a las ediciones del festival Azabache pero también la elegí como destino turístico de fin de semana, con mi pareja, con amigas, con mis hijos. Para ni generación representa las vacaciones en familia, las primeras vacaciones solos, la primera vez en el casino, la primera vez en un boliche, demasiados recuerdos llenos de nostalgia y cariño como para no quererla

-¿Cuál es la anécdota que más recordás?

-En una de las primeras vacaciones solas con amigas, quisimos hacer dedo para que alguien nos llevara a la playa Guillermo donde la familia de otra amiga tenía carpa. La calle  estaba dura y nadie paraba, era como las once de la mañana. De pronto una de mis amigas, la más mandada, se da cuenta que el auto que se detuvo en el semáforo de avenida Colón y Buenos Aires era el del cómico Mario Sanchez: “Mario somos admiradoras tuyas, nos  llevas?” . Y Mario nos llevó, a pesar de que estábamos muy lejos de su destino. El chabón y su cara indicaban que para él recién terminaba la noche. A poco de andar nos dimos cuenta que estaba un poco perdido, nos preguntaba dos o tres veces las mismas cosas, estaba cansado, no coordinaba,  el volvía a dormir a su departamento céntrico y nosotras lo llevamos casi hasta el Faro. Se metió por el bosque de Peralta Ramos para cortar camino, los reflejos no funcionaron con tanto sueño y chocamos. Mario quedó allí, esperando un remolque y nosotras nos fuimos caminando, silbando bajito, desde el medio de bosque hasta Mariano, imaginándonos cuánto se habrá acordado de nosotras Mario cuando descansara y volviera a tener consciencia de sus actos.

Un texto

Fragmento de un texto escrito por Claudia Piñeiro para Telam en ocasión de venir a Mar del Plata a participar del Congreso Iberoamericano de Cultura:

Cada vez que llego a Mar del Plata quedo atrapada en la evocación.

Es que en los veranos de mi infancia y de mi adolescencia, si mis padres nos podían llevar de vacaciones, el destino siempre era ése.

Recuerdo que las primeras veces, cuando teníamos una situación económica más holgada, mi padre alquilaba una casa en el bosque de Peralta Ramos, llevábamos a mis abuelos maternos y tomábamos una carpa en algún balneario cerca del faro.

Después de que mi padre lidió con algunos tropiezos laborales, y fue vencido, seguimos yendo a Mar del Plata pero a departamentos de dos ambientes, en el centro, con camas y vajilla para cuatro, que él alquilaba recorriendo meticulosamente los avisos clasificados.

A los cuatro, mis padres, mi hermano y yo, nos preocupaba qué podíamos encontrar al ver el lugar alquilado en vivo y en directo.

Pero aunque la decepción fuera extrema nunca decíamos nada. Cuando empezamos a alquilar en el centro, además del tipo de vivienda cambiamos las playas de Punta Mogotes por La Bristol, una playa que mi padre siempre había despreciado por la falta de espacio o el exceso de gente o ambos.

Seguramente la despreciaba también cuando íbamos, pero ya no lo dijo más; parte constitutiva de su cultura de inmigrante era ponerle el pecho a la adversidad sin quejarse.

El primer día, después de que llegábamos y nos instalábamos, mi padre compraba una sombrilla barata, una lona, y allá íbamos, como si nos gustara.

Después de cruzar la rambla, mi hermano y yo bajábamos las escaleras y nos adelantábamos por el camino angosto de listones de madera para buscar un lugar libre, algo que no era fácil.

Mirábamos a un lado, al otro y como cuando Rodrigo de Triana gritó ¡Tierra!, así nosotros gritábamos: ¡Allá!, y señalábamos el lugar a colonizar.

Un cuadrado de arena de un metro por un metro, donde mi papá clavaba la sombrilla con una técnica muy estudiada (clavar, inclinar, girar en el sentido de las agujas del reloj, enderezar, tapar) que garantizaba, según él, que la sombrilla recién comprada no se volaría con el viento.

Luego extendía la lona, se sentaba en la sombra con las rodillas replegadas y miraba el mar. Callado.

Su cara no era de placer sino de deber cumplido, no decía nada pero era como si de alguna manera nos estuviera diciendo: “Ahí está, ahí tienen su arena, ahora jódanse y disfruten”.

En Mar del Plata me es inevitable invadirme de este tipo de recuerdos. Y que esos recuerdos se instalen alrededor de mí y me vengan una y otra vez hasta el día en que me voy.

A veces me persiguen por la ruta 2 y, aún de regreso, se quedan conmigo un tiempo más.

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Tuesday, June 3rd, 2014
Esta fotografía -que ya habíamos publicado con el número 6458 y que fuera enviada por el periodista Nino Ramella- nos muestra a María Aurelia Paula Martínez Suárez (luego Silvia Legrand), José Antonio Martínez Suárez, Rosa María Juana Martínez Suárez (luego Mirtha Legrand) en enero de 1935 paseando por la antigua rambla.
La imagen ilustró una entrevista en que Mirtha y su hermana relatan sus veraneos en Mar del Plata. Fue publicado en el suplemento por el 109 Aniversario de La Capital y lo transcribimos a continuación:
Mirtha y Silvia Legrand
Desde Villa Cañás en caravana
Las vacaciones eran en familia y con amigos del pueblo santafesino donde las hermanas gemelas nacieron y se criaron. Las costumbres de aquellos veraneos y el recuerdo de años muy felices.
Por Paola Galano
“Ibamos en el auto. Papá manejaba. Eramos tan felices”. Como el follaje otoñal, los mismos recuerdos se deshojan y las hermanas Legrand, Mirtha y Silvia, hacen gala de su vasta memoria. Van para atrás y, como si de una regresión se tratara, se detienen en la primera infancia. Entonces, la familia entera dejaba los veranos tórridos en el sur de Santa Fe por el ambiente húmedo y fresco de una Mar del Plata “maravillosa”, apunta Mirtha.
“La nuestra no era familia de clase alta, no, mi padre era comerciante y mi madre era maestra, después llegó a ser directora del colegio 178 de Villa Cañás. No nos hacían faltar nada: buena educación, muy buena casa, buena comida, buena ropa, más no se puede aspirar cuando uno es chico, nos cuidaban, nos protegían”, contextualiza Silvia, que accedió a charlar con LA CAPITAL gracias a la amable gestión de su famosa hermana gemela.
Dos días de viaje
Para los Martínez Suárez -verdadero apellido de las actrices-, las vacaciones eran en verano, nunca en invierno, y duraban tres meses, religiosamente. El punto inicial era cuando José Martínez ponía en condiciones el auto y, junto a su esposa Rosa, sus hijas y su hijo Josecito y otras familias amigas del pueblo, salían en caravana hacia el mar.
“Mi papá era de Ford, las otras familias eran de Chevrolet, pero no era una competencia. El camino era muy angosto, no había autopista”, dice la conductora. “Es que era muy solidario el pueblo, si a algún auto le pasaba algo el otro podía auxiliarlo -sigue Silvia o Goldie, como la llaman en su entorno-, era lindísimo el viaje. Nos llevaba casi dos días llegar a Mar del Plata y lo hacíamos en dos etapas. Parábamos cerca de Luján”. O, ya de más grandes, las hermanas también se detenían en Chascomús para “tomar el té y comer algo”.
Días de sol
Mirtha recuerda: “Nos instalábamos enero, febrero y marzo, porque antes la gente veraneaba toda la temporada. Ibamos al hotel Nogaró (Luro y Corrientes), era buenísimo, y después a un hotel de la familia Dartiguelongue, que se llamaba De familia”. Y Silvia completa: “También nos alojábamos en el Hotel Ostende”.
La playa durante la mañana (“la arena era muy blanca, muy agradable de pisar”, suma Mirtha) y las salidas al cine, al circo, las caminatas por la prestigiosa calle San Martín o los paseos por los barrios más tradicionales de la ciudad formaban parte de las rutinas familiares. Primero fue la playa Bristol, más tarde, cuando las vacaciones eran sólo con mamá -José murió tempranamente- se trasladaron a Punta Mogotes, donde también alquilaban sombra.
“Al mar íbamos a la mañana -actualiza Goldie-, desde las diez a la una, cómo nos broncéabamos, regresábamos al hotel, nos bañábamos, íbamos a almorzar, los hoteles tenían unos restoranes en los que se comía fantásticamente bien, y después ya nos quedábamos en el hotel tranquilos, descansábamos un rato. Era usual que a la tarde fuera a la playa la gente del servicio. Nosotros a la tarde salíamos a pasear en auto, al Faro, a la Copelina, a la rambla o a ver las casonas de las familias más tradicionales”.
Al faro, de traje
Una imagen de su padre, siempre elegante, parece estar grabada a fuego en los recuerdos de las hermanas. “Cuando íbamos al Faro mi papá se ponía chaleco, corbata, traje y un sombrero panamá blanco, tenía una elegancia brutal”, rememora Silvia. El buen vestir era parte de los códigos de la familia. “Hay una foto en la que estamos los tres hermanos parados en la rambla Bristol con una paquetería única, en la rambla había unas confiterías paquetas, nosotros estamos hasta con boinas que hacían juego con el tapado y teníamos un cuellito de piel…”, resalta Silvia y apunta que esa imagen es la misma que tiene su hermana en el escritorio del estudio donde propone todos los domingos su tradicionales almuerzos televisados.
Ya más adolescentes, fue la misma Mirtha la que, al volante, llegó al balneario en su flamante Citroën. “Ya había empezado a trabajar. Recuerdo que tenía un permiso especial para poder manejar, entonces nos fuimos con mi mamá y mi hermana”, agrega. Silvia confirma que sus quince años los celebraron un 23 de febrero en estas tierras, en una confitería “preciosa” que miraba al océano.
Amor a primera vista
“Llamábamos la atención porque éramos muy monas. En esa época empezamos a vestirnos distintas, porque si no nos vestíamos iguales”, dice.
Sin embargo, los posibles pretendientes no tuvieron suerte con la menos conocida de las Legrand. Sigue Goldie: “Hacía poco que había conocido al que después fue mi marido, hacía como unas dos semanas y yo estaba enloquecida, me había impactado, fue amor a primera vista, él me escribía cartas a Mar del Plata”. Ese amor terminó en casamiento y en un matrimonio que dio dos hijas. Para conservar ese amor, justamente, que concretó junto a Eduardo Lópine -militar del Ejército- dejó el cine, el teatro y la televisión. “Cuando vos te casás con una persona que no es del ambiente es muy difícil seguir una carrera, porque los horarios son diferentes. A la hora en que yo venía de hacer teatro mi marido a lo mejor se tenía que levantar para cumplir con sus obligaciones. Teníamos un desfasaje muy grande y eso se reflejaba en la felicidad de la pareja. Entonces un día dije: ‘Yo trabajo, gano bien pero es una plata amarga la que gano’. Y preferí tener paz en mi casa, que la familia se mantuviera bien unida y en buenas relaciones, criar bien a mis hijas y opté por la familia en lugar del espectáculo. Hoy no me arrepiento, tuve una vida hermosa”.
Con Tinaire y mamá al lado
Los festejantes que pudo haber tenido Mirtha tampoco tuvieron suerte. “No tuve amores de verano. Cuando me puse de novia con Daniel (Tinayre) me dijo que como yo me venía a Mar del Plata él se iba a Punta del Este. Entonces yo dije: ‘Esto no camina’. Pero a los dos días apareció en Mar del Plata. Eso quiere decir que estaba enamorado. Y ese verano salimos a bailar, fuimos a restoranes, íbamos a la playa con mi madre, por supuesto, porque en esa época uno siempre tenía a la mamá al lado. Me casé y seguí yendo a Mar del Plata. No te digo que soy marplatense porque no me gusta arrogarme un título que no tengo pero la llevo en el corazón”.
“Después de que murió Eduardo no fui más a Mar del Plata porque me causa mucha tristeza, ya no voy a los lugares a los que íbamos juntos, me duele, estoy llena de recuerdos”, se disculpa Silvia pero, a la vez, quiere agradecerle a la cálida ciudad de su infancia: “He pasado momentos tan lindos, cuando estábamos todos juntos, con mamá, papá, mis hermanos. Son cosas inolvidables de la vida”.
Cariño popular
En Mar del Plata selló para siempre el cariño del público. En sus almuerzos que durante varios veranos realizó desde estas playas -en el Hermitage Hotel y en otros sitios-, la conductora Mirtha Legrand alcanzó a sentir un amor sincero por parte de su seguidores, los mismos que desde todo el país calientan el rating de sus almuerzos con famosos. “La gente se transforma cuando está en Mar del Plata, se pone afectuosa, cariñosa, quiere ver a sus actores conocidos, es una relación muy especial, muy linda, muy placentera”, afirma.
Sus actividades en esta ciudad también incluyeron lo solidario. Se puso al frente de desfiles de modas para recaudar fondos para el Hospital Materno Infantil. “Soy la presidenta honoraria de la Fundación del Materno, siempre colaboro y todos los años hacemos una gran comida en la que recaudamos muchísimo dinero, compramos aparatos que necesita el hospital”, cuenta.
Como actriz, desembarcó en diferentes veranos con obras como “Rosas rojas”, “Constancia”, “Cuarenta kilates” y “Potiche”. “Cuando hice Potiche viví todo un verano en la casa que Carlos Di Doménico y su mujer (ambos diseñadores de moda) tienen en Los Troncos”, evoca y no puede eludir su paso como estrella del séptimo arte durante los viejos festivales internacionales de cine de Mar del Plata, evento anual que en la actualidad preside su hermano José Martínez Suárez.
Declarada Visitante Ilustre en 1998, la actriz y conductora tiene por costumbre recorrer todos los teatros del verano. Ahí vuelve a encontrarse con sus fanáticos. “No le escatimo mi presencia al público, al contrario, me gusta estar y saludarlos y que me besen, me dicen cosas lindas. Al ego hay que alimentarlo”, ríe.

Esta fotografía -que ya habíamos publicado con el número 6458 y que fuera enviada por el periodista Nino Ramella- nos muestra a María Aurelia Paula Martínez Suárez (luego Silvia Legrand), José Antonio Martínez Suárez, Rosa María Juana Martínez Suárez (luego Mirtha Legrand) en enero de 1935 paseando por la antigua rambla.

La imagen ilustró una entrevista en que Mirtha y su hermana relatan sus veraneos en Mar del Plata. Fue publicado en el suplemento por el 109 Aniversario de La Capital y lo transcribimos a continuación:

Mirtha y Silvia Legrand

Desde Villa Cañás en caravana

Las vacaciones eran en familia y con amigos del pueblo santafesino donde las hermanas gemelas nacieron y se criaron. Las costumbres de aquellos veraneos y el recuerdo de años muy felices.

Por Paola Galano

“Ibamos en el auto. Papá manejaba. Eramos tan felices”. Como el follaje otoñal, los mismos recuerdos se deshojan y las hermanas Legrand, Mirtha y Silvia, hacen gala de su vasta memoria. Van para atrás y, como si de una regresión se tratara, se detienen en la primera infancia. Entonces, la familia entera dejaba los veranos tórridos en el sur de Santa Fe por el ambiente húmedo y fresco de una Mar del Plata “maravillosa”, apunta Mirtha.

“La nuestra no era familia de clase alta, no, mi padre era comerciante y mi madre era maestra, después llegó a ser directora del colegio 178 de Villa Cañás. No nos hacían faltar nada: buena educación, muy buena casa, buena comida, buena ropa, más no se puede aspirar cuando uno es chico, nos cuidaban, nos protegían”, contextualiza Silvia, que accedió a charlar con LA CAPITAL gracias a la amable gestión de su famosa hermana gemela.

Dos días de viaje

Para los Martínez Suárez -verdadero apellido de las actrices-, las vacaciones eran en verano, nunca en invierno, y duraban tres meses, religiosamente. El punto inicial era cuando José Martínez ponía en condiciones el auto y, junto a su esposa Rosa, sus hijas y su hijo Josecito y otras familias amigas del pueblo, salían en caravana hacia el mar.

“Mi papá era de Ford, las otras familias eran de Chevrolet, pero no era una competencia. El camino era muy angosto, no había autopista”, dice la conductora. “Es que era muy solidario el pueblo, si a algún auto le pasaba algo el otro podía auxiliarlo -sigue Silvia o Goldie, como la llaman en su entorno-, era lindísimo el viaje. Nos llevaba casi dos días llegar a Mar del Plata y lo hacíamos en dos etapas. Parábamos cerca de Luján”. O, ya de más grandes, las hermanas también se detenían en Chascomús para “tomar el té y comer algo”.

Días de sol

Mirtha recuerda: “Nos instalábamos enero, febrero y marzo, porque antes la gente veraneaba toda la temporada. Ibamos al hotel Nogaró (Luro y Corrientes), era buenísimo, y después a un hotel de la familia Dartiguelongue, que se llamaba De familia”. Y Silvia completa: “También nos alojábamos en el Hotel Ostende”.

La playa durante la mañana (“la arena era muy blanca, muy agradable de pisar”, suma Mirtha) y las salidas al cine, al circo, las caminatas por la prestigiosa calle San Martín o los paseos por los barrios más tradicionales de la ciudad formaban parte de las rutinas familiares. Primero fue la playa Bristol, más tarde, cuando las vacaciones eran sólo con mamá -José murió tempranamente- se trasladaron a Punta Mogotes, donde también alquilaban sombra.

“Al mar íbamos a la mañana -actualiza Goldie-, desde las diez a la una, cómo nos broncéabamos, regresábamos al hotel, nos bañábamos, íbamos a almorzar, los hoteles tenían unos restoranes en los que se comía fantásticamente bien, y después ya nos quedábamos en el hotel tranquilos, descansábamos un rato. Era usual que a la tarde fuera a la playa la gente del servicio. Nosotros a la tarde salíamos a pasear en auto, al Faro, a la Copelina, a la rambla o a ver las casonas de las familias más tradicionales”.

Al faro, de traje

Una imagen de su padre, siempre elegante, parece estar grabada a fuego en los recuerdos de las hermanas. “Cuando íbamos al Faro mi papá se ponía chaleco, corbata, traje y un sombrero panamá blanco, tenía una elegancia brutal”, rememora Silvia. El buen vestir era parte de los códigos de la familia. “Hay una foto en la que estamos los tres hermanos parados en la rambla Bristol con una paquetería única, en la rambla había unas confiterías paquetas, nosotros estamos hasta con boinas que hacían juego con el tapado y teníamos un cuellito de piel…”, resalta Silvia y apunta que esa imagen es la misma que tiene su hermana en el escritorio del estudio donde propone todos los domingos su tradicionales almuerzos televisados.

Ya más adolescentes, fue la misma Mirtha la que, al volante, llegó al balneario en su flamante Citroën. “Ya había empezado a trabajar. Recuerdo que tenía un permiso especial para poder manejar, entonces nos fuimos con mi mamá y mi hermana”, agrega. Silvia confirma que sus quince años los celebraron un 23 de febrero en estas tierras, en una confitería “preciosa” que miraba al océano.

Amor a primera vista

“Llamábamos la atención porque éramos muy monas. En esa época empezamos a vestirnos distintas, porque si no nos vestíamos iguales”, dice.

Sin embargo, los posibles pretendientes no tuvieron suerte con la menos conocida de las Legrand. Sigue Goldie: “Hacía poco que había conocido al que después fue mi marido, hacía como unas dos semanas y yo estaba enloquecida, me había impactado, fue amor a primera vista, él me escribía cartas a Mar del Plata”. Ese amor terminó en casamiento y en un matrimonio que dio dos hijas. Para conservar ese amor, justamente, que concretó junto a Eduardo Lópine -militar del Ejército- dejó el cine, el teatro y la televisión. “Cuando vos te casás con una persona que no es del ambiente es muy difícil seguir una carrera, porque los horarios son diferentes. A la hora en que yo venía de hacer teatro mi marido a lo mejor se tenía que levantar para cumplir con sus obligaciones. Teníamos un desfasaje muy grande y eso se reflejaba en la felicidad de la pareja. Entonces un día dije: ‘Yo trabajo, gano bien pero es una plata amarga la que gano’. Y preferí tener paz en mi casa, que la familia se mantuviera bien unida y en buenas relaciones, criar bien a mis hijas y opté por la familia en lugar del espectáculo. Hoy no me arrepiento, tuve una vida hermosa”.

Con Tinaire y mamá al lado

Los festejantes que pudo haber tenido Mirtha tampoco tuvieron suerte. “No tuve amores de verano. Cuando me puse de novia con Daniel (Tinayre) me dijo que como yo me venía a Mar del Plata él se iba a Punta del Este. Entonces yo dije: ‘Esto no camina’. Pero a los dos días apareció en Mar del Plata. Eso quiere decir que estaba enamorado. Y ese verano salimos a bailar, fuimos a restoranes, íbamos a la playa con mi madre, por supuesto, porque en esa época uno siempre tenía a la mamá al lado. Me casé y seguí yendo a Mar del Plata. No te digo que soy marplatense porque no me gusta arrogarme un título que no tengo pero la llevo en el corazón”.

“Después de que murió Eduardo no fui más a Mar del Plata porque me causa mucha tristeza, ya no voy a los lugares a los que íbamos juntos, me duele, estoy llena de recuerdos”, se disculpa Silvia pero, a la vez, quiere agradecerle a la cálida ciudad de su infancia: “He pasado momentos tan lindos, cuando estábamos todos juntos, con mamá, papá, mis hermanos. Son cosas inolvidables de la vida”.

Cariño popular

En Mar del Plata selló para siempre el cariño del público. En sus almuerzos que durante varios veranos realizó desde estas playas -en el Hermitage Hotel y en otros sitios-, la conductora Mirtha Legrand alcanzó a sentir un amor sincero por parte de su seguidores, los mismos que desde todo el país calientan el rating de sus almuerzos con famosos. “La gente se transforma cuando está en Mar del Plata, se pone afectuosa, cariñosa, quiere ver a sus actores conocidos, es una relación muy especial, muy linda, muy placentera”, afirma.

Sus actividades en esta ciudad también incluyeron lo solidario. Se puso al frente de desfiles de modas para recaudar fondos para el Hospital Materno Infantil. “Soy la presidenta honoraria de la Fundación del Materno, siempre colaboro y todos los años hacemos una gran comida en la que recaudamos muchísimo dinero, compramos aparatos que necesita el hospital”, cuenta.

Como actriz, desembarcó en diferentes veranos con obras como “Rosas rojas”, “Constancia”, “Cuarenta kilates” y “Potiche”. “Cuando hice Potiche viví todo un verano en la casa que Carlos Di Doménico y su mujer (ambos diseñadores de moda) tienen en Los Troncos”, evoca y no puede eludir su paso como estrella del séptimo arte durante los viejos festivales internacionales de cine de Mar del Plata, evento anual que en la actualidad preside su hermano José Martínez Suárez.

Declarada Visitante Ilustre en 1998, la actriz y conductora tiene por costumbre recorrer todos los teatros del verano. Ahí vuelve a encontrarse con sus fanáticos. “No le escatimo mi presencia al público, al contrario, me gusta estar y saludarlos y que me besen, me dicen cosas lindas. Al ego hay que alimentarlo”, ríe.

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Monday, June 2nd, 2014
El periodista Horacio Pagani (centro) junto a dos amigos de su juventud durante uno de sus veraneos en Mar del Plata. Foto suministrada por Horacio Pagani.

El periodista Horacio Pagani (centro) junto a dos amigos de su juventud durante uno de sus veraneos en Mar del Plata. Foto suministrada por Horacio Pagani.