Cuando Luis Varese llegó a Mar del Plata, en la primavera de 1895, la zona donde cumpliría el sueño que lo acompañaba desde que había salido del puerto de Génova se llamaba playa Saint James o playa de los ingleses. El hotel homónimo era una figura que recortaba el horizonte en lo alto de la barranca. Y como nunca se terminó de construir, el edificio provocaba una mezcla extraña de admiración y también curiosidad por saber las verdaderas razones de su vida incompleta.
La medialuna de mar, rocas y arena que va desde el Torreón del Monje a Cabo Corrientes fue rebautizada por las nuevas generaciones de marplatenses y turistas. La franja costera comenzó a conocerse como Playa Varese debido a que allí fue donde aquel inmigrante italiano, amante de los relojes y mobiliarios de lujo, trató de hacer su América construyendo el hotel que contribuyó a consolidar el sector que por entonces era muy poco frecuentado.
Los nietos de don Luis Varese fueron testigos privilegiados y también protagonistas centrales de la vida del hotel. Allí trabajaron como lo habían hecho sus abuelos.
La trayectoria del hotel nos permite conocer detalles anónimos de las clases altas argentinas, aspectos como conocidos de los hijos de inmigrantes y la incertidumbre en las épocas políticas que llevaron, durante los tiempos de las dictaduras militares, a desaparecer del paisaje costero.
Los primeros años del siglo veinte fueron buenos para los emprendedores. Mar del Plata crecía al ritmo de la Belle Epoque y había muchas oportunidades para quienes tuvieran horizontes amplios. Con los ahorros de su trabajo en el Confortable, un hotel pequeño del centro, más el aporte de un socio francés apellidado Fonteneau, Luis Varese se dedicó a montar un restaurante y salón de té en el verano de 1908. Eligió un lugar todavía poco apreciado: las primeras porciones de terreno ribereño que morían en el mar apenas al sur del Torreón del Monje.
Dos temporadas bastaron para que Luis se convenciera de que el negocio funcionaba y la zona estaba destinada a convertirse en un sitio clave del balneario. La voz de su esposa, Elena Fuenouill Ayassot, una piamontesa que rehusaba a confesar los años que tenía porque según ella así se le acortaba la vida, terminó por borrar todas las dudas.
El historiador Marcelo Barili, hijo del recordado Roberto Tomás, señala que “era un recodo que los atrajo y con esa actitud recrearon la Playa Saint James y alargaron el balneario. Allí surgió con los años la primera descongestión, puesto que interpretando similares aspiraciones de las familias que buscaban evitar aglomeraciones se urbanizó el paisaje y se construyeron hoteles. También extendían las perspectivas de la ciudad, en lo alto de la loma de Stella Maris y en medio de manzanas de tierra virgen, solitarios palacetes y mansiones”.
La belleza del paisaje no coincidía con las agresivas condiciones que tenía el terreno para la edificación. Las piedras del cordón rocoso de las Sierras de Tandilia impedían que se consolidara cualquier intento serio de construcción. Si pensamos que en aquellos años era una tarea difícil llegar hasta el sector, resulta muy meritoria la energía de Varese para agregar un par de habitaciones al restaurante y luego todas las ampliaciones que le permitió tener 120 habitaciones disponibles, más los cuartos de servicio para la comitiva que acompañaba a los huéspedes y los otros 75 reservados para el personal del hotel. Además estaba el amplio comedor y la confitería en el muelle, sobre el mar.
“Mi abuelo decía que era el mejor lugar de la playa porque ahí salía el sol y la luna”, cuenta Guillermina Varese, hija de Enrique, el único heredero de don Luis. “Para él el mar era una fascinación potente, continua, envolvedora, de la ola sucesiva, de la inmensidad movible, apacible o atronadora que excita o amansa”.
Hasta que murió, en 1950, los cuarenta años que dominó el timón del Centenario le permitieron adecuar el hotel a los tiempos cambiantes. Una de las fotos que ilustra esta nota nos muestra ocho postales distintas que reflejan los cambios vividos con el paso de los años. Una de las fotos es de 1924, cuando se construyó el camino que corría debajo de la explanada sur, más conocido entonces como “el de la Gruta”, que unía el Torreón con el Centenario.
Y para que el camino siguiera hasta Cabo Corrientes, Varese debió tirar abajo parte del hotel. “No sólo no tuvo problemas, sino que puso dinero para la construcción de la obra. Sabía que no era bueno para la zona”, explica su nieta.
El Centenario estaba abierto desde los últimos días de octubre hasta los primeros de mayo. Se caracterizó tanto por la elevada categoría de los veraneantes y también por un hecho anecdótico: los rasgos personales de los cocineros del hotel.
“Los Jefes de la cocina tenían fuerte carácter”, recuerda Luis, hermano de Guillermina, quien se hizo cargo del hotel cuando su padre murió en 1955. Y se ríe al decir que “o bien eran locos o borrachos, si no, no servían. Hubo uno, Cristoforone, un francés tan talentoso como revirado, que marcó todo un estilo en el hotel”.
Los terrenos de la barranca siempre estuvieron bajo la jurisdicción provincial y los hoteleros trabajaban en carácter de concesionarios. En los primeros años del siglo el gobierno bonaerense brindó grandes facilidades a los empresarios privados para estimular las inversiones en la zona, pero esa política no duró demasiado. Durante el gobierno de Juan Perón el sector fue intervenido y se modificaron las reglas de juego.
“En el `40 se logró prolongar la concesión por 20 años más. Se hicieron grandes reformas y a los diez años se interrumpió el contrato y pasamos a depender del Estado. Estábamos obligados a recibir 30 plazas de turismo social por día”, puntualiza Luis.
Las vicisitudes que padeció el Centenario desde aquel momento concluyó cuando llegó la orden de desalojo, en septiembre de 1972. Las idas y vueltas de dominio y la precarización de los permisos de explotación ya habían alejado las inversiones cuando el gobernador Bidegain decretó la expropiación definitiva y sin indemnización del hotel. En el transcurso de 1973, el resto de los edificios de la playa que quedaban en pie pasaron también a manos de la Nación.
La entonces Universidad Provincial de Mar del Plata, regida por Julio Aurelio, instaló en la carcaza del viejo Centenario el Instituto de Estudios Regionales (IER), centro de investigación utilizado por distintas facultades. El proyecto duró menos de un año, hasta le llegada de Arrigui, el sucesor de Aurelio.
A fines de de los setenta la zona había dejado de ser la playa de los ingleses, aunque muchos marplatenses nativos todavía la recuerdan con ese nombre. La postal no merecía mostrarse: la zona estaba destruida y abandonada. Su destino parecía previsible a medida que caían las hojas del almanaque.
La ciudad fue designada subsede del Mundial de Fútbol ´78 y había que embellecerla porque se aguardaba la visita de miles de turistas. No fue una obra de fácil resolución porque ni la dinamita alcanzó para derrotarlo. A don Luis el mar le había llevado dos veces el comedor completo del hotel y, hombre previsor, había construído una fortaleza que debió ser desmantelada a martillo y cortafierros. Y pese a los cambios de la zona, el pasado no se aleja del todo.
“No suelo ir porque es un lugar poblado de fantasmas”, confiesa el nieto de Luis. “Con el tiempo me fui acercando, despacio y cauteloso pues todavía me duele ver la palmera que vi plantar a mi abuelo, en completa soledad y mirando la playa”.
Lo cierto es que mirar una foto panorámica de la playa de los ingleses de los años ´20 es descubrir otra Mar del Plata. Los terrenos donde en los talones del siglo XIX se habían asentado los ingenieros y funcionarios del Ferrocarril sur, que habían extendido el ramal de Maipú hacia el mar, lucen edificados con hoteles similares al Centenario.
Todavía están escritos en la memoria nombres de hoteles como The Cottage, Sáenz, Vella Vista, la segunda versión del Saint James, Hurlingam, Old Boys, Montecarlo y Scafidi. Algunos estaban barranca arriba y otros, abajo.
La barranca también estaba salpicada por los chalets de Galtieri -quien fuera padre del dictador Leopoldo Fortunato-, Magri, Ricci, San Martín, José Aronna, Carlos Pezzoni y Luis Raimondi, entre otros.
Además estaba en la zona la usina auxiliar y una torre de Obras Sanitarias.
Guillermina Varesse recuerda que “el Hotel Sáenz se construyó gracias a mi abuelo. Isabel, la esposa de Sáenz, trabajaba en el Centenario y la querían mucho porque era muy buena persona, muy trabajadora. Don Luis le dio el dinero que necesitaron para que lo edificaran”.
Al igual que el hotel Centenario, los edificios de la barranca baja siguieron en pie hasta los últimos años del ´70. Luego fueron cayendo una tras otro hasta que la fisonomía del sector quedó en el recuerdo.
Antes del refulado de arena que extendió la playa, alguna tormenta brava se encargaba de mostrar las viejas marcas: rastros, huellas y cicatrices que nada saben del paso del tiempo.(Fuente:Revista Toledo con Todos)
En el historial de los hombres que cumplieron labor meritoria en MdP, figura don Luis Varese, integrante de la colectividad italiana de la primera hora, que se identificó con la incipiente población y acometió con entusiasmo y verdadera visión de futuro la tarea titánica que dar nueva fisonomía a un importante sector ribereño del balneario en formación.Brindando energías sin tasa, el Sr. Varese habilitó un hotel sobre la ribera, camino entre el Torreón de Monje y Cabo Corrientes, entonces desolada playa, solo conocida por la Gruta de Egaña, un lugar atrayente para los turistas.
Pertenciente al núcleo de inmigrantes llegados de Italia con el propósito de trabajar sin descanso, con entusiasmo, con el verdadero amor al trabajo de los que ennoblecen su vida brindando sus energías con fé,el Sr. Varece habilitó un establecimoento hotelero,denominado Centenario, por coincidir con la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo de 1810.
Muy pronto ese establecimiento bajo la acertada dirección del Sr. Varese, secundado por su hijo, nucleó a caracterizados veraneantes y fué realizando sucesivas ampliaciones, hasta convertir a su establecimiento en uno de los hoteles de gran Jerarquía de MdP.
La playa donde Varese inició sus actuvidades, enamorado de su belleza un poco salvaje en 1910,se convirtió en uno de los sectores privilegiados de la ribera marplatense, pudiendo ostentar, con legítimo orgullo, el título de descubridor, pues a su acción incansable y patriótica se debe en buena parte el desarrollo tomado por ese magnífico tramo de la denominada costa galana.
Durante 40 años ejerció la dirección personal del hotel, con espíritu emprendedor, de gran visión y ejecutivo.
En 1950 Enrique Varese, su hijo, en acción ponderada y dedicación integral, fué afirmando cada vez mas solidamente el prestigio inicial, hasta hacer del establecimiento un hotel conocido en América y fuera de nuestro continente.
Situado junto al rumoroso Atlántico, sobre un conglomerado de rocas entre Cabo Corrientes y el Torreón, fué ese hotel hasta su demolición, impuesta por remodelado de la costa de ese sector ribereño, lugar preferente de alojamiento para los turistas enamorados del mar, que parecía haber sido hecho para deleite de los pasajeros del hotel.Por que el mar es allí, como lo comprendió el Sr. Varese, fascinación potente, contínua, envolvedora de la ola sucesiva, de la inmensidad movible, apacible o atronadora que exita o amansa…(Fuente: Roberto Tomás Barili).
Fotos en general muy, muy buenas de una historia desconocida por los de ” enfrente” en mi caso desearía saber algo más dewl cocinero Cristoforone.
Gracias
Publicidad del Hotel Centerario, publicada en el Boletín Oficial del Círculo Italiano (Bollettino Ufficiale del Círcolo Italiano), en abril de 1928.
Cuando Luis Varese llegó a Mar del Plata, en la primavera de 1895, la zona donde cumpliría el sueño que lo acompañaba desde que había salido del puerto de Génova se llamaba playa Saint James o playa de los ingleses. El hotel homónimo era una figura que recortaba el horizonte en lo alto de la barranca. Y como nunca se terminó de construir, el edificio provocaba una mezcla extraña de admiración y también curiosidad por saber las verdaderas razones de su vida incompleta.
La medialuna de mar, rocas y arena que va desde el Torreón del Monje a Cabo Corrientes fue rebautizada por las nuevas generaciones de marplatenses y turistas. La franja costera comenzó a conocerse como Playa Varese debido a que allí fue donde aquel inmigrante italiano, amante de los relojes y mobiliarios de lujo, trató de hacer su América construyendo el hotel que contribuyó a consolidar el sector que por entonces era muy poco frecuentado.
Los nietos de don Luis Varese fueron testigos privilegiados y también protagonistas centrales de la vida del hotel. Allí trabajaron como lo habían hecho sus abuelos.
La trayectoria del hotel nos permite conocer detalles anónimos de las clases altas argentinas, aspectos como conocidos de los hijos de inmigrantes y la incertidumbre en las épocas políticas que llevaron, durante los tiempos de las dictaduras militares, a desaparecer del paisaje costero.
Los primeros años del siglo veinte fueron buenos para los emprendedores. Mar del Plata crecía al ritmo de la Belle Epoque y había muchas oportunidades para quienes tuvieran horizontes amplios. Con los ahorros de su trabajo en el Confortable, un hotel pequeño del centro, más el aporte de un socio francés apellidado Fonteneau, Luis Varese se dedicó a montar un restaurante y salón de té en el verano de 1908. Eligió un lugar todavía poco apreciado: las primeras porciones de terreno ribereño que morían en el mar apenas al sur del Torreón del Monje.
Dos temporadas bastaron para que Luis se convenciera de que el negocio funcionaba y la zona estaba destinada a convertirse en un sitio clave del balneario. La voz de su esposa, Elena Fuenouill Ayassot, una piamontesa que rehusaba a confesar los años que tenía porque según ella así se le acortaba la vida, terminó por borrar todas las dudas.
El historiador Marcelo Barili, hijo del recordado Roberto Tomás, señala que “era un recodo que los atrajo y con esa actitud recrearon la Playa Saint James y alargaron el balneario. Allí surgió con los años la primera descongestión, puesto que interpretando similares aspiraciones de las familias que buscaban evitar aglomeraciones se urbanizó el paisaje y se construyeron hoteles. También extendían las perspectivas de la ciudad, en lo alto de la loma de Stella Maris y en medio de manzanas de tierra virgen, solitarios palacetes y mansiones”.
La belleza del paisaje no coincidía con las agresivas condiciones que tenía el terreno para la edificación. Las piedras del cordón rocoso de las Sierras de Tandilia impedían que se consolidara cualquier intento serio de construcción. Si pensamos que en aquellos años era una tarea difícil llegar hasta el sector, resulta muy meritoria la energía de Varese para agregar un par de habitaciones al restaurante y luego todas las ampliaciones que le permitió tener 120 habitaciones disponibles, más los cuartos de servicio para la comitiva que acompañaba a los huéspedes y los otros 75 reservados para el personal del hotel. Además estaba el amplio comedor y la confitería en el muelle, sobre el mar.
“Mi abuelo decía que era el mejor lugar de la playa porque ahí salía el sol y la luna”, cuenta Guillermina Varese, hija de Enrique, el único heredero de don Luis. “Para él el mar era una fascinación potente, continua, envolvedora, de la ola sucesiva, de la inmensidad movible, apacible o atronadora que excita o amansa”.
Hasta que murió, en 1950, los cuarenta años que dominó el timón del Centenario le permitieron adecuar el hotel a los tiempos cambiantes. Una de las fotos que ilustra esta nota nos muestra ocho postales distintas que reflejan los cambios vividos con el paso de los años. Una de las fotos es de 1924, cuando se construyó el camino que corría debajo de la explanada sur, más conocido entonces como “el de la Gruta”, que unía el Torreón con el Centenario.
Y para que el camino siguiera hasta Cabo Corrientes, Varese debió tirar abajo parte del hotel. “No sólo no tuvo problemas, sino que puso dinero para la construcción de la obra. Sabía que no era bueno para la zona”, explica su nieta.
El Centenario estaba abierto desde los últimos días de octubre hasta los primeros de mayo. Se caracterizó tanto por la elevada categoría de los veraneantes y también por un hecho anecdótico: los rasgos personales de los cocineros del hotel.
“Los Jefes de la cocina tenían fuerte carácter”, recuerda Luis, hermano de Guillermina, quien se hizo cargo del hotel cuando su padre murió en 1955. Y se ríe al decir que “o bien eran locos o borrachos, si no, no servían. Hubo uno, Cristoforone, un francés tan talentoso como revirado, que marcó todo un estilo en el hotel”.
Los terrenos de la barranca siempre estuvieron bajo la jurisdicción provincial y los hoteleros trabajaban en carácter de concesionarios. En los primeros años del siglo el gobierno bonaerense brindó grandes facilidades a los empresarios privados para estimular las inversiones en la zona, pero esa política no duró demasiado. Durante el gobierno de Juan Perón el sector fue intervenido y se modificaron las reglas de juego.
“En el `40 se logró prolongar la concesión por 20 años más. Se hicieron grandes reformas y a los diez años se interrumpió el contrato y pasamos a depender del Estado. Estábamos obligados a recibir 30 plazas de turismo social por día”, puntualiza Luis.
Las vicisitudes que padeció el Centenario desde aquel momento concluyó cuando llegó la orden de desalojo, en septiembre de 1972. Las idas y vueltas de dominio y la precarización de los permisos de explotación ya habían alejado las inversiones cuando el gobernador Bidegain decretó la expropiación definitiva y sin indemnización del hotel. En el transcurso de 1973, el resto de los edificios de la playa que quedaban en pie pasaron también a manos de la Nación.
La entonces Universidad Provincial de Mar del Plata, regida por Julio Aurelio, instaló en la carcaza del viejo Centenario el Instituto de Estudios Regionales (IER), centro de investigación utilizado por distintas facultades. El proyecto duró menos de un año, hasta le llegada de Arrigui, el sucesor de Aurelio.
A fines de de los setenta la zona había dejado de ser la playa de los ingleses, aunque muchos marplatenses nativos todavía la recuerdan con ese nombre. La postal no merecía mostrarse: la zona estaba destruida y abandonada. Su destino parecía previsible a medida que caían las hojas del almanaque.
La ciudad fue designada subsede del Mundial de Fútbol ´78 y había que embellecerla porque se aguardaba la visita de miles de turistas. No fue una obra de fácil resolución porque ni la dinamita alcanzó para derrotarlo. A don Luis el mar le había llevado dos veces el comedor completo del hotel y, hombre previsor, había construído una fortaleza que debió ser desmantelada a martillo y cortafierros. Y pese a los cambios de la zona, el pasado no se aleja del todo.
“No suelo ir porque es un lugar poblado de fantasmas”, confiesa el nieto de Luis. “Con el tiempo me fui acercando, despacio y cauteloso pues todavía me duele ver la palmera que vi plantar a mi abuelo, en completa soledad y mirando la playa”.
Lo cierto es que mirar una foto panorámica de la playa de los ingleses de los años ´20 es descubrir otra Mar del Plata. Los terrenos donde en los talones del siglo XIX se habían asentado los ingenieros y funcionarios del Ferrocarril sur, que habían extendido el ramal de Maipú hacia el mar, lucen edificados con hoteles similares al Centenario.
Todavía están escritos en la memoria nombres de hoteles como The Cottage, Sáenz, Vella Vista, la segunda versión del Saint James, Hurlingam, Old Boys, Montecarlo y Scafidi. Algunos estaban barranca arriba y otros, abajo.
La barranca también estaba salpicada por los chalets de Galtieri -quien fuera padre del dictador Leopoldo Fortunato-, Magri, Ricci, San Martín, José Aronna, Carlos Pezzoni y Luis Raimondi, entre otros.
Además estaba en la zona la usina auxiliar y una torre de Obras Sanitarias.
Guillermina Varesse recuerda que “el Hotel Sáenz se construyó gracias a mi abuelo. Isabel, la esposa de Sáenz, trabajaba en el Centenario y la querían mucho porque era muy buena persona, muy trabajadora. Don Luis le dio el dinero que necesitaron para que lo edificaran”.
Al igual que el hotel Centenario, los edificios de la barranca baja siguieron en pie hasta los últimos años del ´70. Luego fueron cayendo una tras otro hasta que la fisonomía del sector quedó en el recuerdo.
Antes del refulado de arena que extendió la playa, alguna tormenta brava se encargaba de mostrar las viejas marcas: rastros, huellas y cicatrices que nada saben del paso del tiempo.(Fuente:Revista Toledo con Todos)
Un interesante articulo “La playa de la familia Varese” puede leerse en el link:
http://toledocontodos.com/?p=2056
Atte.: Enrique Mario Palacio
Lic. Somma. No puedo dejar de admirar su labor para ilustrar la historia de Mar del Plata. Lo saluda Atte. Jose Alberto Lago.
En la foto 5498, publicada el 6 de agosto de 2011, podemos observar el Hotel centenario en 1925 y leer en el epígrafe una sintesis sobre el mismo.
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/5498
En el historial de los hombres que cumplieron labor meritoria en MdP, figura don Luis Varese, integrante de la colectividad italiana de la primera hora, que se identificó con la incipiente población y acometió con entusiasmo y verdadera visión de futuro la tarea titánica que dar nueva fisonomía a un importante sector ribereño del balneario en formación.Brindando energías sin tasa, el Sr. Varese habilitó un hotel sobre la ribera, camino entre el Torreón de Monje y Cabo Corrientes, entonces desolada playa, solo conocida por la Gruta de Egaña, un lugar atrayente para los turistas.
Pertenciente al núcleo de inmigrantes llegados de Italia con el propósito de trabajar sin descanso, con entusiasmo, con el verdadero amor al trabajo de los que ennoblecen su vida brindando sus energías con fé,el Sr. Varece habilitó un establecimoento hotelero,denominado Centenario, por coincidir con la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo de 1810.
Muy pronto ese establecimiento bajo la acertada dirección del Sr. Varese, secundado por su hijo, nucleó a caracterizados veraneantes y fué realizando sucesivas ampliaciones, hasta convertir a su establecimiento en uno de los hoteles de gran Jerarquía de MdP.
La playa donde Varese inició sus actuvidades, enamorado de su belleza un poco salvaje en 1910,se convirtió en uno de los sectores privilegiados de la ribera marplatense, pudiendo ostentar, con legítimo orgullo, el título de descubridor, pues a su acción incansable y patriótica se debe en buena parte el desarrollo tomado por ese magnífico tramo de la denominada costa galana.
Durante 40 años ejerció la dirección personal del hotel, con espíritu emprendedor, de gran visión y ejecutivo.
En 1950 Enrique Varese, su hijo, en acción ponderada y dedicación integral, fué afirmando cada vez mas solidamente el prestigio inicial, hasta hacer del establecimiento un hotel conocido en América y fuera de nuestro continente.
Situado junto al rumoroso Atlántico, sobre un conglomerado de rocas entre Cabo Corrientes y el Torreón, fué ese hotel hasta su demolición, impuesta por remodelado de la costa de ese sector ribereño, lugar preferente de alojamiento para los turistas enamorados del mar, que parecía haber sido hecho para deleite de los pasajeros del hotel.Por que el mar es allí, como lo comprendió el Sr. Varese, fascinación potente, contínua, envolvedora de la ola sucesiva, de la inmensidad movible, apacible o atronadora que exita o amansa…(Fuente: Roberto Tomás Barili).
Este el tipo de personas que genera la clase media…unico camino de desarrollo cultural,social,economico..lo demas no existe.( o no sirve)
Que documento tan particular e ilustrativo , gracias Lic. Somma por compartirlo , felicitaciones.
Atte. Prof. Julián Mendozzi.
Fotos en general muy, muy buenas de una historia desconocida por los de ” enfrente” en mi caso desearía saber algo más dewl cocinero Cristoforone.
Gracias