por Nino Ramella
Vivimos en la región (Latinoamérica) más desigual de la tierra. De los 10 países en el mundo más desiguales 8 son latinoamericanos. El coeficiente Gini que calcula el Banco Mundial es un número entre 0 y 1, en donde 0 se corresponde con la perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y donde el valor 1 se corresponde con la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno).
El país más igualitario del mundo es Islandia (0,241). Finlandia tiene (0,253). Nosotros, la Argentina, tenemos un coeficiente Gini de 0,424. Para tener una idea de cómo estamos comparativamente mencionemos que estamos peor, entre otros, que Pakistán (0,307), Irak (0,295), Bangladesh (0,321), Haití (0,411), Papúa Nueva Guinea (0,419), Gambia (0,359), República Democrática del Congo (0,421), Uganda (0410), Filipinas (0,401), Ghana (0,359), India (0,351)… y siguen las firmas.
Entre los nombrados puede haber países que sean más pobres en su conjunto que nosotros, pero no más desiguales, no más inequitativos.
Uno de cada tres argentinos es pobre. Uno de cada dos menores lo es. Eso habla de 13 millones de personas por fuera de la dinámica social. Son 13 millones de condenados.
Otros dato que nos hace ser punta en Latinoamerica es la tasa de homicidios. Cuando en términos globales la tasa es de 7 cada 100 mil habitantes, en nuestra región es de 21,5 por cada cien mil. En Argentina la tasa no difiere de la tasa global, pero igual está lejos de los países con mejores índices: Finlandia (1,6), Islandia (1,8).
Nótese que los países que mencionamos como con menos homicidios son también los más equitativos, los más igualitarios. Más que la pobreza lo que engendra violencia es la desigualdad.
Cada año mueren en la Argentina cuatro veces la cantidad de argentinos que murieron en la Guerra de Malvinas. Desde abril de 1982 los resultados de muertes por homicidio en nuestro país son la suma de 146 guerras como esa.
Frente a este panorama desolador, frente a esta tragedia… los argentinos del lado de los que todavía no se han caído del sistema (los pobres no tienen voz en esto) se dedican a alimentar esa vocinglería de superficie en la que flota la obscenidad de bolsos con billetes y la impericia, idiotez y acaso también complicidad de los que irónicamente claman por flan. Los unos se defienden argumentando una campaña inventada. Los otros que la herencia los sepulta.
La crisis de representación afecta a la Democracia, defraudando a los ciudadanos de a pie, desilusionando a todos por los retrocesos y sembrando desesperanza.
La pérdida de jerarquía de los líderes políticos y la degradación del discurso público nos lleva a un primitivismo básico. Los que se aferran a algún vestigio de lucidez entran en la perplejidad al ver el nivel de los elegidos (oposición y oficialistas) a conducir el barco en el que estamos todos.
El extravío de conciencia de quienes deben adelantarse para guiar nuestro destino -sumado a la frustración generalizada- encierra serios riesgos para la democracia. La aparición de algún líder mesiánico, caudillesco, populista que apele antes a las emociones que a la razón… o directamente salidas fuera del sistema democrático son apenas un par de esos riesgos.
Mientras la dirigencia siga insultándose mutuamente en los canales de televisión antes que debatiendo políticas públicas; mientras la sociedad siga replicando slogans de dos líneas que validen sus prejuicios; mientras no recuperemos el pensamiento crítico y una cultura de la convivencia… estaremos reponiendo la escena de la banda en la cubierta del Titanic.