Matías Montín regresó con sus amigos a Mar del Plata para disfrutar de las playas y también de la noche. En esta misma fecha, pero de 2021, tres rosarinos casi lo matan a botellazos en un boliche. Cómo vive hoy el joven que estuvo a punto de convertirse en otro Fernando Báez Sosa.
Por Bruno Verdenelli
verdenelli@lacapitalmdq.com.ar
La cara de Matías Montín está en todos lados. Su foto aparece en los canales de televisión: desde noticieros hasta programas de entretenimiento tratan el tema. Decenas de panelistas opinan de lo que le ocurrió en una reconocida disco de Mar del Plata. En las redes sociales y los portales web, la información sobre su salud se actualiza minuto a minuto. En la radio se escucha la voz quebrada del padre, que reza por su mejoría afuera de un hospital. La noticia es tapa de la mayoría de los diarios argentinos.
Entre el 19 y el 20 de enero de 2021, el ataque a botellazos contra Matías Montín en el interior de un boliche de La Normandina, y la captura de los agresores en plena fuga por la ruta, estremeció a los argentinos. Todo parecía repetirse, como en un loop: exactamente un año antes, en Villa Gesell, Fernando Báez Sosa había sido asesinado a golpes en similares circunstancias, por ocho rugbiers que también fueron atrapados horas después del hecho, durante una redada en la casa en la que se alojaban. Y a pesar de los meses de encierro, provocados por la pandemia de la que supuestamente los seres humanos saldríamos “mejores”, la secuencia violenta se reiteraba.
Por fortuna, en esta ocasión el desenlace fue aliviador y el joven turista se salvó de la muerte. Tras permanecer diez días internado en el Hospital Privado de Comunidad, y gracias al trabajo de los médicos, regresó a su casa de Moreno para, de a poco, retomar la actividad normal.
El tiempo transcurrió y la vida de Matías volvió a ser es más o menos similar a la de antes, lo que incluyó el retorno a las salidas nocturnas con sus amigos, la práctica de deportes junto a su padre Carlos, las tareas cotidianas, los estudios universitarios (cursa la carrera de Ingeniería Química) y, finalmente, la planificación de las nuevas vacaciones. ¿Dónde? En Mar del Plata. Sí, aunque parezca sorprendente, al llegar ese momento los sitios elegidos por el joven fueron los mismos del verano pasado.
“Lo que me pasó podría haber ocurrido en cualquier lado”, dice ahora Matías, en una charla exclusiva con LA CAPITAL. Esas palabras son claves para comprender su pensamiento y reflexionar acerca del motivo por el cual eligió regresar a la ciudad para disfrutar de sus playas y de sus boliches.
Días atrás, este medio publicó una entrevista con Leandro José Figueroa (22), quien el 9 de enero último fue apuñalado durante un asalto a la salida de un bar de La Perla. Si bien se trata de un caso más reciente y el joven aún atraviesa su recuperación, al ser consultado sobre si le gustaría regresar a Mar del Plata en el futuro, respondió que “sí, pero no es el momento de pensar en eso ahora”. “Fui por primera vez y al otro día de llegar casi me matan. Arruinaron mi vida”, se lamentó.
Matías Montín cuando permanecía internado en Mar del Plata.
Matías se enteró de ese hecho, pero de todas formas decidió apostar otra vez a la diversión de “La Feliz” y alquiló, junto a nueve amigos, una casa en La Perla.
“Los chicos llegaron el domingo. Yo me vine con mi papá unos días antes, el jueves, para pasar unos días con él, tranquilos, y después me fui con ellos. Nos vamos a quedar una semana más”, cuenta. Si bien aclara que entre sus seres queridos hubo quienes le aconsejaron escoger otro destino de veraneo, señala que decidió volver para enfrentar sus propios miedos.
“Algunos me decían que no daba venir de nuevo, por las dudas que nos cruzáramos con algún amigo de los que me pegaron, pero yo decidí venir e incluso ir al mismo lugar para sacármelo de encima”, confiesa. Por eso, desde que arribaron sus amigos ya fueron a bailar en varias oportunidades a Ananá, el mismo boliche en el que casi lo matan.
“Ahí siempre la paso bien, es un lindo lugar. Algunos de los que trabajan este verano son los mismos que estaban esa noche y algunos me reconocen. Me preguntan cómo estoy y me tratan muy bien”, explica. Y añade que “esta vez es distinto todo, porque el año pasado con el tema de que era época de plena pandemia y nadie estaba vacunado había más distanciamiento”.
“No vi ninguna pelea ni agresión por ahora. Me dediqué a divertirme. Al principio a mis viejos no les gustó mucho la idea, pero después les di seguridad de que no iba a pasar nada, porque nosotros somos un grupo de chicos tranquilos”, indica Matías, quien acaba de cumplir 21 años y que de niño solía visitar la ciudad “más seguido”. “Con mi familia veníamos bastante, pero después empezamos a ir más a Pinamar y a esa zona, hasta que volvimos en 2021”, narra.
Recuerdos y olvidos
Entre los miembros del grupo de jóvenes que participan del viaje en este 2022 está Santiago, quien acompañaba a Matías la noche en la que fue atacado. “De ese grupo, que son del barrio y de la escuela, es el único que vino otra vez. Yo no me acuerdo mucho del momento, se me borró de la memoria y me desperté en el hospital”, revela el entrevistado.
Según la reconstrucción del caso que hizo la fiscal Andrea Gómez, Santiago fue agredido primero en el baño del boliche. De acuerdo a los datos que surgen de la causa judicial, recibió golpes por parte de dos de los tres rosarinos imputados. Más tarde, fue Matías el que sufrió un ataque salvaje: los agresores, posteriormente identificados como Gabriel Alejandro Galvano, Andrés Guillermo Bracamonte y Matías Luis Belloso, le dieron dos botellazos cuando intentaba calmar la situación. Los golpes le ocasionaron un severo traumatismo de cráneo.
A pesar de la gravedad de la lesión, Matías celebra que en la actualidad no padece secuelas, al menos en su cabeza. “Por suerte de eso estoy bien, pero me rompí algo del hombro cuando caí desmayado al piso, y se me sale de lugar. Ahora, cuando vuelva de Mar del Plata, me voy a operar”, menciona.
Sobrevivir para contarla
La conversación de Matías con LA CAPITAL se produce mientras en la televisión los canales transmiten el acto en homenaje a Fernando Báez Sosa y el reclamo de justicia de sus padres, conmocionados, en el centro de Villa Gesell. Ellos, como otros cientos de manifestantes, portan carteles con la imagen del joven asesinado por los rugbiers, hoy detenidos en el penal de Melchor Romero. Su foto se exhibe una y otra vez en pantalla, al igual que en 2020. Las voces quebradas de los presentes se escuchan en las radios. La noticia se cubre en tiempo real en los portales web y aparece en las redes sociales. Al día siguiente cubrirá buena parte de la tapa de los diarios.
Vaya paradoja… El rostro de Montín ya casi fue olvidado y cuánto mejor es que así sea. Cómo desearían Silvino Báez y Graciela Sosa que su hijo hubiera corrido la misma suerte y permaneciera, vivo, en el anonimato.
“Sacando a la gente de Ananá, sólo me reconoció una chica acá en Mar del Plata, que es amiga de unos amigos míos y por eso sabía quién soy… Al pensar en eso, de que se cumplen dos años de lo de Fernando y que yo dije en su momento que podría haber terminado como él, porque lo mío sucedió justo un año después, sólo se me viene agradecerle a Dios que puedo contarla”, expresa. Y más allá de sus creencias divinas, las mismas que profesa la familia Báez Sosa, agrega a su lista “a todos los que ayudaron y bancaron” cuando los necesitó.
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