El gobierno obtuvo una victoria crucial en el Concejo. Premio a su versatilidad para negociar con sectores de la oposición. Cuando nadie lo esperaba, Raverta también hizo su aporte.
Por Ramiro Melucci
El viernes, mientras el Concejo Deliberante trataba las ordenanzas fiscal e impositiva y el presupuesto, Guillermo Montenegro sufría en el odontólogo. Debió someterse a una intervención quirúrgica por un inconveniente en una raíz dental. Nada grave, pero lo suficientemente molesto para impedirle comer y hablar con normalidad. Ni su opositor más acérrimo podría haber urdido semejante plan: el día que más necesitaba estar al tanto de todo tuvo que mantener la boca cerrada.
La operación no le impidió seguir de cerca la sesión en que se jugaban las principales herramientas para su primer año de gestión. Si tenía que decir algo, lo hacía por mensajes de whatsapp. Escritos, claro. Su hombre de confianza y coordinador de Gabinete, Alejandro Rabinovich, era el encargado de contarle lo que estaba sucediendo en el recinto. Al “Ruso”, como lo conocen todos, no se lo vio por el Concejo: miró toda la transmisión en vivo de la sesión desde el despacho principal de la comuna. Y cuando necesitaba apuntar algún comentario, lo hacía: sus mensajes hacían vibrar a cada rato el celular de Alejandro Carrancio, el miembro informante del oficialismo.
El gobierno celebró ese día su primer triunfo legislativo. En una jornada maratónica, el Concejo le entregó a Montenegro las ordenanzas fiscal e impositiva, el presupuesto de la administración central y los entes descentralizados, la ordenanza complementaria del presupuesto, el cálculo de gastos y recursos de OSSE y el Reglamento General del Servicio Sanitario. En limpio: los aumentos de tasas y la distribución de partidas para gobernar.
El primer mérito de Montenegro fue alinear al oficialismo. El día anterior a la sesión, el coordinador de Gabinete y los secretarios de Hacienda, Germán Blanco, y de Gobierno, Santiago Bonifatti, reunieron a la tropa completa, compuesta por Vamos Juntos, la UCR y la Coalición Cívica. Allí se terminaron de pulir roles y discursos. Por primera vez en más de cuatro años, todas las fracciones del oficialismo sabían lo que iba a hacer y decir la otra en el recinto. Por primera vez, también, todas hicieron y dijeron lo que habían prometido. No es sencillo lograrlo en una “familia ensamblada”, la figura que suelen elegir en el gobierno para graficar un oficialismo constituido por fragmentos.
Para lograr la aprobación de las normas, el Ejecutivo tuvo otros dos méritos. El primero fue la versatilidad para acomodar las ordenanzas a las solicitudes de algunos bloques. Sobre todo de los sectores opositores que se mostraban dispuestos a acompañarlas, como Acción Marplatense y Mercedes Morro. El gobierno no deja de valorar la actitud de esas bancadas que pusieron condiciones pero levantaron la mano en el momento adecuado para que el intendente tuviera todas las herramientas de gestión.
El segundo fue la predisposición para enviar a cada uno de sus principales funcionarios a la comisión de Hacienda, dominada por la oposición. Como marcó el oficialismo, no es común en otros municipios que todos los secretarios de un intendente desfilen por el Concejo para explicar sus propuestas.
Ese proceso fue posible merced al orden que impuso una opositora: Virginia Sívori, la presidenta de la comisión. “El método Sívori”, comienzan a decirle en el Concejo. Hasta los oficialistas le reconocieron su aptitud docente para explicar los números del presupuesto.
A Sívori debe atribuirse, además, el tropiezo más nítido que tuvo el gobierno en el debate de las ordenanzas. Transparentó el porcentaje de aumento en la TSU que iba a tener la gran mayoría de los contribuyentes: 55%. Cuando presentaron el presupuesto, los funcionarios del Ejecutivo hablaron de 49,5% (un promedio que se obtiene porque el 10% de las cuentas gozará de un tope o pagará a valores de 2018). Carrancio defendió ese promedio, pero no ocultó la realidad. Por eso el viernes, cuando el aumento se aprobó por mayoría, a nadie asombró que los medios hablaran de una suba del 55%.
Para reforzar su postura contra el incremento, el Frente de Todos aprovechó que el secretario de Hacienda y el oficialismo habían remarcado la necesidad de reformular la fórmula polinómica de la TSU y propuso suspenderlo hasta que esa tarea fuera realizada. Pareció más un golpe de efecto pour la galerie que una propuesta con posibilidades de ser aceptada.
“Escuchen, problematicen, propongan”, instruyó Fernanda Raverta a los concejales del Frente de Todos en el inicio del debate presupuestario. A la ministra no le gustó que el gobierno local empezara a hablar de una oposición dura. Por eso un día antes de la sesión, en una reunión de bloque, el presidente de la bancada, Marcos Gutiérrez, anticipó a su tropa la intención de abstenerse en la votación del presupuesto. A algunos los sorprendió. Sobre todo por la posición que había adoptado el bloque en el tratamiento en comisión. “La decisión que van a tomar es la mejor”, les transmitió Raverta.
Para el gobierno también fue sorpresivo. Al cabo de un tratamiento prolijo, profundo y por momentos áspero, su principal rival le ofrendaba a Montenegro la unanimidad en su primer presupuesto. El gesto fue bien recibido en el Ejecutivo, hasta ese entonces convencido de que el Frente de Todos se pararía en la vereda opuesta en cada expediente.
Como si todos quisieran olvidar el episodio, nada se dijo de lo que había ocurrido una semana antes, cuando el gobernador y el intendente tuvieron su primer cortocircuito público. A menos de dos meses de asumir y en un fin de semana de temporada. Demasiado pronto para que las diferencias políticas quedaran expuestas. Demasiado lejos de las disputas electorales que los tendrán enfrentados. Y por un tema (el convenio “Escuelas a la Obra”) que podía encarrilarse sin estridencias.