por Pablo Garcilazo
El colectivo no es un grupo. Ni el grupo es un colectivo. Más bien el colectivo es un conjunto de individuos que comparten un vehículo que cruza por algunos sectores de la ciudad y en el cada uno tiene diferentes destinos.
En este viaje íbamos muy amontonados como en una lata de arvejas. Parecía no haber resquicio alguno para ubicarse. El calor humano sí que se siente. El amontonamiento es algo habitual en hora pico, también los rostros de desconfianza y apuro que sin querer nos hace estar cerca uno de otro. Rara vez resuena que se perdió el derecho a ir sentado. A veces ni permiso piden al pasar, como si doliera emitirlo o fuera algo vergonzoso. Por ahí estar tan cercanos nos conecta con nuestra animalidad más primitiva ¿nos habremos enamorado de las distancias? Pareciera aquí que estamos más cerca, pero a la vez más lejos. Lo cierto es que el colectivo se sigue colmando. Este chofer es gaucho comentamos, no te deja a pata.
Continuamos compartiendo olores humanos, perfumes, aromas de ropas, shampúes. Miradas a celulares, auriculares con fuerte volumen concentrando los oídos y los sentidos de quienes los llevan prendidos en sus orejas. Somos tantos que las bajadas son por atrás y por adelante. Faltaría una en el medio como en el gusano colectivo doble. Sube un vendedor de alfajores y aquellos a los que su cara parecía la parte de atrás sienten que es el colmo de una masa pegoteada, pero ahora dulce.
Llego casi al fin de este interno y veo a un muchacho flaco, desgarbado en el medio del pasillo como andando en skate o con una tabla de surf, haciendo equilibrio. Mueve sus manos y flexiona las piernas ante las frenadas del colectivo. No utiliza las manos para agarrarse de los caños ni de los asientos. Su actitud no pasa desapercibida.
Calcula el espacio, la energía y el equilibrio en un lugar reducido por otros. Nos miramos. El me sonríe. Yo asiento con la cabeza y le comento:
– ¿Anda bien la tabla?
– Dentro de todo sí, el problema son las olas. Aunque acá hay menos olas, gracias y permiso-.
Ningún “un gusto conocerte”. La cercanía asusta, que va a hacer. Anónimo y don nadie prefieren agarrarse de cualquier cosa, menos del otro, porque por ahí se encuentran con ellos mismos y se acaba la soberbia, ahí va la historia…
– Y vos… te agarrás de vos mismo…
– No, solo sorteo mis debilidades y habilidades que no pude desarrollar e intento seguir creyendo que se puede dar. Mi vista está casi perdida, mi mirada también, pero el corazón y los sueños no.
Bajé y me quedé mirando el colectivo con los ojos bien abiertos.
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Mirar como si fuera la primera vez lo cotidiano de nuestra ciudad y su gente. Con ese fin nacieron estos escritos, que se desprenden de los micros radiales “Acercando a Mar del Plata”. Son voces barriales desde la salud, la comunicación y la integración comunitaria.
(*): pinceladasmdq@gmail.com