Historias mínimas, anécdotas familiares y personajes tímidos en un pueblo de Santa Fe enhebran esta novela, escrita por Larisa Cumin. La autora decidió usar la voz de la segunda persona para contar aquello que, una vez, le relató su madre.
Por Paola Galano
“Magún, ¿no odiás esa palabra? Si nunca hubiésemos conocido esa palabra, ma, si no tuviéramos cómo nombrarlo, ¿nos agarraría? No llega a ser angustia, tampoco tristeza. No se llora el magún, no se puede. El magún te agarra, nos agarra. Me agarró un magún, decís”.
El fragmento es parte de “El magún” (editorial Rosa Iceberg), de Larisa Cumin, una novela corta, híbrida, que contiene algunos textos poéticos y que está atravesada por las historias orales que se contaban en el seno de su familia, descendiente de piamonteses y radicada en un pueblo de Santa Fe.
Verdadero ejercicio de la memoria el que realiza Cumin –reside en Mar del Plata, es docente de Letras, poeta, narradora oral y da talleres de escritura-, quien asumió el mandato materno que escuchaba cada vez que su mamá cerraba una anécdota: “A esto alguien lo tiene que escribir”, decía. Y ella, obediente, recogió el guante.
“Pensé mucho en las voces de mi familia, en qué palabras usaban en el pueblo, en cómo decían ciertas cosas mis abuelos, mi tía, mi mamá”
“Muchas de las historias te las escuché ahí, de siesta. Casi siempre fuimos de siesta, porque el calor no nos dejaba dormir, o porque nos era insoportable el silencio del pueblo de los vivos a esa hora. Muchas siestas. Muchas historias. Ahí dentro te brotan. Es en la palabra donde las hacemos vivir”, escribe Cumin sobre el rito que tenían de visitar el cementerio y limpiar las tumbas en las que yacían sus parientes.
Peculiar, porque está construida por microrrelatos que raramente se extienden más de una página, y bella, por su tono casi susurrante y melancólico que se mantiene a lo largo de todo el libro, “El magún” es una novela de historias mínimas que remite, sin dudas, a la tristeza de los inmigrantes italianos, una comunidad identitaria también de Mar del Plata.
Sobre el concepto de “magún”, ese “mal piamontés” parecido pero no tanto al “saudade” portugués, giran estos relatos que parecen simples pero que encierran los lados de un mundo desaparecido.
Desfilan, como personajes tímidos, los miembros de una familia sencilla y humilde: la abuela que teje, la tía y la madre -las hermanas- que son las primeras en trabajar afuera y quienes advierten, de a poco, que deben abandonar el lugar, los bailes, los amores, los vecinos, los escasos libros, los primeros objetos comprados con los primeros sueldos, entre otras historias contadas con la paciencia del detalle fresco.
“Que una tarde pasó la Adela, una prima de tu vieja que vivía en la ciudad, y las vio a vos y a Claudia en plena faena en el desarmadero. Estaban cargando parvas de huesos, que les llevaban de los campos y el matadero, a un camión que les pagaba por kilo. Durante meses, amontonaban los huesos en un baldío y los dejaban secar al sol hasta que estuvieran listos para vender. Te miraste las manos sucias y las quisiste esconder pero la cara de lástima de la prima ya te había dejado al descubierto. Cómo duelen las sonrisas si son tristes”, escribió Cumin, en otro pasaje, cargado de definiciones.
Entrevistada por LA CAPITAL, la autora contó que fue la experiencia de su propia maternidad la que le permitió entender a su mamá y a todo lo que contaba. Como si esa nueva condición la ubicara “del otro lado del mostrador”, es decir, en un lugar -acaso- más sensible.
“En parte es una historia que me pre-existe y que siempre estuvo ahí: la historia de mi madre antes de ser, justamente, mi madre. Cuando ella vivía en el pueblo Santa Clara de la Buena Vista, antes de mudarse a la ciudad de Santa Fe y conocer a mi papá. Y es también la historia de cómo se fue ella de ese lugar. Es algo que fui escuchando mientras crecí, y que me fui armando a partir de sus relatos, y que reconstruí y reinventé a mi modo, gracias a las licencias de la escritura. Cuando me fui de Santa Fe, encontré que ahí había algo y empecé a escribir la novela, sentía una necesidad de escribir esa historia”, dijo Cumin.
Tejer carpetas y pulóveres
-A “El magún” se la puede entender como una novela atravesada por cierta hibridez, microrrelatos, un tratamiento a veces poético de cada pasaje y además una trama argumental débil, en el sentido de que se va armando de a poco y a veces parecen anécdotas familiares. ¿Coincidís?
-Coincido totalmente. Cuando la escribía, sentía que iba armando las historias palabra a palabra, tenía la intención de escribir de la forma en que había visto a mi abuela tejer carpetas y pulóveres, punto a punto, avanzando y destejiendo cuando era necesario para acomodar otra vez hasta que de pronto de todo eso aparecía una prenda. Sentía que los relatos pequeños iban armando algo mayor. De alguna manera en la vida real las historias son eso, un montón de cruces, un montón de eventos pequeños que hacen algo mayor, que a veces quedan inconclusos o truncos, o tienen validez por el detalle mismo. Cuando escribía, sinceramente, no sabía cómo iba a quedar, cuál era el comienzo, el final, pero eso no me preocupaba ni me detenía. De alguna manera ese fue el método. Sabía sí lo que quería contar y que tenía que tirar del hilo, buscar el cómo contarlo paso a paso, seguir un poco a tientas para que el texto final aparezca.
“Creo que ese rol doméstico al que estaban relegadas las mujeres de antes, les permitía armarse los relatos, transmitírselos, y ser de alguna forma, la memoria y el hilo de las generaciones, y eso es precioso”
-¿Por qué apelaste al uso de la segunda persona, con qué intención?
-Es una de las primeras cosas que le encontré a la novela, el tono. Me interesaba esa artificialidad de la hija contándole a la madre lo que ella le contó. Es un poco creo apropiarse de la historia. La segunda persona en la narrativa es rara, y a la vez es muy interesante, cuando uno lee relatos escritos en segunda persona te suelen interpelar, tienen mucho de diálogo, de parecer estar escuchando eso en ese momento, y mucho de intimidad también. Es cierto que a veces puede fallar. Acá lo que lo hace más particular es que la narradora no habla casi de sí misma, sino que a pesar de hablarle al otro, habla del otro. En la contratapa de “El magún” Marie Gouric dice que hay en eso el gesto de una hija devolviéndole a la madre los relatos con los que la cargó, y esa lectura me hizo pensar cosas nuevas.
-¿El concepto de “magún” es equiparable al de “saudade”, cierta nostalgia, cierta emoción, cierto extrañamiento?
-Tienen bastante en común, porque ambas palabras se relacionan con la nostalgia o el extrañar, pero no son equiparables, y eso tiene que ver con las cosmovisiones de dónde proviene cada lengua. Saudade es para mí una forma de extrañar con alegría, sin tanto dolor, una forma de extrañar que te permite transformar ese extrañamiento en algo nuevo, estar feliz porque sucedió. Magún, en cambio, es una palabra piamontesa que para mí es más tremenda, tiene que ver con una angustia o un lamento por lo perdido, y es algo con lo que se carga. Es más irremediable de alguna manera, porque es un sentimiento que inhibe la acción. Y haber crecido con esa palabra es algo duro.
-La oralidad recorre toda la historia, son microhistorias orales. Leo en tu biografía que sos narradora oral, ¿escribiste pensando en la oralidad, en esas historias que se cuentan en las familias y que suelen perderse más allá de una generación?
-Pensé mucho en eso, en lo que no quería que se pierda, un poco para gambetear el magún, supongo ahora. Y también pensé mucho en las voces de mi familia, en qué palabras usaban en el pueblo, en cómo decían ciertas cosas mis abuelos, mi tía, mi mamá, y cómo construían sus relatos, cómo los repetían también para que perduren, y en cómo los iban tergiversando cada vez. Bien de los narradores orales natos. Tengo recuerdos muy nítidos de mis abuelos a la noche contándose historias y anécdotas en la vereda de la casa en verano, no eran conversaciones, eran narraciones y se iban turnando, pero les salía natural. También me acuerdo de mi mamá contándome su vida o cosas del pueblo antes de dormir la siesta o cuando íbamos al cementerio. Además, cuando fui escribiendo me leía en voz alta y corregía sobre lo que escuchaba. Iba pensando cómo sonaba cada cosa, un poco es una obsesión de poeta, y también la segunda persona me exigía eso.
-La presencia de la muerte es muy fuerte en todo el libro: el cementerio, el pueblo muerto, los amores muertos, lo que dejaron las personas muertas. ¿Por qué le diste tanta relevancia?
-Eso tiene que ver con el magún. De alguna manera es la presencia de lo que ya no está materialmente, pero que sigue estando en nuestra vida. Casi diría que son presencias fantasmales: no terminar de soltar el lugar a donde se vivió y ya no, a las personas que ya no están con nosotros porque nos dejaron o se murieron, no soltar el pasado básicamente. El magún es una palabra que traen los inmigrantes piamonteses, y es un poco la nostalgia que ellos traían por la tierra y la lengua abandonada.
-También me pareció que otro de los temas es la memoria, la narradora cuenta esta historia con el fin de no olvidar. ¿Hay algo de eso?
-Sí, tal cual. Casi terminando de escribir la novela me acordé de una frase con la que mi mamá a veces terminaba las anécdotas familiares: a esto alguien lo tiene que escribir. Creo que un poco me hice cargo de semejante mandato, pero al mismo tiempo escribir es lo que me liberó. Es decir, es como lo que una anota en la agenda, si no te ponés el recordatorio andás toda la semana pensando en que tal día tenés turno al médico. En cambio escribir te permite olvidar.
-Es una historia de mujeres, está escrito desde la perspectiva de mujeres, la que cuenta, la que contó la primera vez. ¿Se puede encuadrar a “El Magún” dentro de una literatura feminista? ¿Te interesa esta etiqueta?
-De por sí no me interesan las etiquetas en la literatura porque corremos el riesgo de encasillarnos y de ser leídas desde una única perspectiva. Pero sí hay en la novela ese lente con el que miro indefectiblemente el mundo. Es cierto que hay muchas mujeres en el texto, en parte porque en la historia los hombres se escabullen, y también porque es la historia que fui escuchando de ellas. De mi mamá principalmente, pero también de mi tía y de mi abuela que vivieron siempre muy cerca nuestro. Hay en la novela también una búsqueda por revalorizar lo pequeño, por decir acá está lo importante, en esta forma de coser una bolsa de arpillera, en este detalle de un vestido, en esta forma de limpiar las tumbas y de relatar tal cosa, y en este pueblo chico que muy poca gente conoce. Creo que ese rol doméstico al que estaban relegadas las mujeres de antes, les permitía armarse los relatos, transmitírselos, y ser de alguna forma, la memoria y el hilo de las generaciones, y eso es precioso.