por Carlos Meneses Sánchez
SAN PABLO, Brasil.- En la mayor fiesta pagana del mundo, la de la samba y el derroche de sensualidad, un grupo de ángeles pasea vigilante entre la multitud con un arduo objetivo: combatir el acoso sexual a las mujeres en el carnaval de Brasil.
Alessandra, Paola, Natalia o Isabelly no llevan alas, ni aureolas sobre sus cabezas, pero sí tatuajes de “no es no”, pegatinas con el lema “mi cuerpo, mis reglas” y preservativos para repartir.
Son las armas que tienen estas “voluntarias de la guarda” para cohibir cualquier tipo de violencia contra la mujer, concienciar contra esta epidemia y, en casos extremos, intervenir cuando se produzca algún abuso.
Lucen una camiseta amarilla en la que se puede leer en la parte delantera “fuerza especial contra el acoso” y en la trasera, “estoy aquí para ayudarte”.
“Tenemos la misión de intentar ayudar a las chicas que están en una situación vulnerable, que bebieron de más, o en fin, que pasaron por una situación de acoso. Nosotros vamos allí, las escuchamos y las intentamos llevar a un lugar seguro”, explica a EFE Alessandra Petraglia, periodista de 26 años.
Esta iniciativa de los “ángeles del carnaval” empezó en 2019 en San Pablo, impulsada por la Alcaldía y otros actores como el portal ‘Catraca Livre’, y este año se ha extendido a otras grandes ciudades de Brasil como Río de Janeiro, Belo Horizonte, Recife y Salvador.
El sábado, un batallón de estos ángeles se concentró en la plaza de la República, en el centro de la capital paulista, donde muchos de los ‘blocos’ (comparsas) arrastran estos días a millones de personas a las calles.
Aquí, la música se mezcla con el alcohol para dar lugar a un caos carnavalesco que a veces desborda los límites de lo permitido. Los ángeles están, precisamente, para velar por la seguridad de ellas. Son los ojos de este carnaval.
Porque en Brasil aún está vigente el concepto casi cultural de que el carnaval es sinónimo de un lugar “donde todo vale, donde nadie es de nadie”, afirma Ana Cristina de Souza, coordinadora municipal de políticas para mujeres, en San Pablo.
“Las personas precisan deconstruir esa idea equivocada del carnaval”, completa.
En este sentido, las autoridades brasileñas están intentando cambiar esos malos hábitos por medio de campañas como esta en la que, solo en Sao Paulo, participan alrededor de 200 voluntarios y cuenta con asistentes sociales, psicólogos y abogados.
El acoso sexual, una lacra que se repite en el carnaval
Casi la mitad de las brasileñas (48 %) afirman haber sufrido algún tipo de acoso sexual durante el carnaval. Para las jóvenes de entre 16 y 24 años, el porcentaje sube hasta el 61 %, según una encuesta divulgada por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (Ibope).
El sondeo, realizado en internet entre el 31 de enero y el 6 de febrero de este año, muestra también que el 28 % de las mujeres acosadas relató agresiones tanto verbales como físicas.
“Infelizmente esa cuestión del cuerpo en Brasil aún es un poco complicada”, apunta Alessandra, que revela que, en presencia de su pareja, ya sufrió alguno que otro agarrón y miradas desagradables en el carnaval.
Entre los casos más frecuentes: hombres abordando a mujeres “de forma violenta”, besando “cuando muchas veces ellas no quieren” y, a veces, llevándolas para “lugares oscuros” donde “no hay movimiento”, enumera De Souza.
Desde 2018, Brasil castiga estas y otras acciones, como masturbarse o eyacular sobre una mujer en un autobús, lo que ya ha ocurrido en este país, con penas de uno a cinco años de prisión.
Pero aún queda trabajo por hacer. Según el Ibope, un 29 % de los hombres respondieron que una “mujer que usa ropas o disfraces cortos no puede quejarse si recibe un piropo”. Además, casi uno de cada cinco (18 %) considera normal besar a una mujer sin su consentimiento, lo que comúnmente se conoce como “beso robado”.
Concienciar a hombres y a mujeres
Esta es la segunda vez de Paola Azevedo, productora de eventos de 29 años, como “ángel del carnaval”, aunque este año casi desiste porque, según dice a EFE, uno acaba “psicológicamente destruido” con lo que se encuentra.
La semana pasada, durante el precarnaval, una chica vino hasta ellos porque había sufrido abuso por parte de un vendedor de bebidas. Otras muchas, comenta, ni siquiera tienen conciencia de qué es acoso.
“Atendimos a muchas chicas menores de edad, de 13-14 años, y muchas de ellas no entienden el acoso como tal, creen que es una forma de conquistarlas”, explica.
“Tuvimos muchos casos de chicas que los tipos les pasaban la mano, aquí delante nuestro, por el pecho, por el pelo, las agarraban del pelo, de la cintura… Y las chicas decían que no (era acoso), que solo hacían eso para llamar su atención”, añade.
Paola reconoce que en esos casos es “bien difícil” cambiar la mentalidad de las jóvenes, pero garantiza que no van a desistir en su empeño de “mostrar que eso realmente es acoso, que el cuerpo es de ellas y de nadie más”.
EFE