Todos los entretelones de lo que es noticia en Mar del Plata.
Cuando este fin de semana se realice el balance de lo que fue turísticamente la primera quincena de enero para Mar del Plata se llegará a la conclusión -no hay que ser muy perspicaz para señalarlo ya que tan solo alcanza con recorrer las calles en estas horas- de que estamos transitando una de las peores temporadas de la historia. En marzo, cuando comenzaron a detectarse los primeros casos de coronavirus, quienes se animaron a pronosticar lo que sucedería en estos días fueron tildados de detractores. Hoy la realidad demuestra que la pandemia arrasó con todo y que, lejos de despedirse, sigue sobrevolando y cobrando igual o mayor energía a la que esgrimía en sus primeros meses. El panorama, en consecuencia, lejos está de ser el mejor. Una mala temporada y un crecimiento de contagios de coronavirus -cuarta semana consecutiva de incremento de casos- conforman un coctel cuyas consecuencias comenzarán a hacerse visibles en la medida en que transcurran los próximos meses.
¿Cuántos millones y millones de pesos dejaron de ingresar en estos días a la ciudad? La economía lugareña sufre otro mazazo importante tras meses de números rojos que volvieron a poner a Mar del Plata en lo más alto del sitial en cuanto a pobreza y desocupación. Una buena temporada de alguna manera habría morigerado las graves consecuencias de un año de inactividad -ni siquiera equilibrado las pérdidas que hoy contabilizan vastos sectores productivos- pero la realidad demuestra que lo único que creció en lo que va de enero fue la realización de peligrosas fiestas clandestinas. Todos los sectores económicos locales esgrimen cifras, en cuanto a movimientos de dinero, de entre un 40 y un 80 por ciento más bajas que hace doce meses. La generación de puestos de trabajo con respecto al verano anterior también se redujo drásticamente, y en este contexto vuelven a encenderse todas las luces de alerta en la comuna local.
El intendente Guillermo Montenegro, emulando al actor Mauricio Dayub en su premiada obra “El equilibrista”, debe moverse con cautela y responsabilidad ante la Provincia y la Nación mientras defiende el trabajo de los marplatenses. Debe hacer equilibrio. Contrario a la aplicación de normativas que restrinjan el trabajo, no tuvo más remedio que acatar lo decidido por Alberto Fernández y Axel Kicillof. ¿Tenía margen el jefe comunal como para plantear una oposición más férrea a esas medidas que buscan contener la circulación de personas y a la vez del virus? Cuando en la semana se anunció que entre la 1 y las 6 se impediría la realización de cualquier actividad comercial, cultural o de esparcimiento en el ámbito bonaerense, Montenegro masculló su bronca puertas adentro. Enfrentando a los periodistas sostuvo que acataría la medida. En los próximos meses, sin dudas, el intendente tendrá que viajar a La Plata y a Balcarce 50 en busca de ayuda económica y financiera. También en política, dos más dos es cuatro. Siempre.
La decisión de restringir las actividades nocturnas también tuvo su cortocircuito entre las provincias y las Nación. En su descanso de fin de año en Chapadmalal, Alberto Fernández comprendió que algo debía hacerse, más allá de apelar a la responsabilidad social de la ciudadanía -materia desaprobada por miles y miles de argentinos- para intentar detener el aumento de casos de coronavirus en una época en la que nadie esperaba que sucediera. Fernández sondeó con algunos gobernadores los planes que tenía y en la mayoría de los casos recibió el apoyo. Los mandatarios provinciales le pidieron que se tratara de un DNU y que la orden bajara directamente desde el Ejecutivo Nacional. Sin embargo, cuando se supo que Mendoza y Córdoba no adherirían a una medida de esas características, el Gobierno nacional dio marcha atrás y optó por darles potestades a los mandatarios provinciales para sumarse. “Nos tiró la pelota”, reconocía en estricto off the record uno de los colaboradores más estrechos de Kicillof mientras recorría la nueva muestra del Museo MAR.
“Por no ser claros volvimos a chocar la calesita”, insistía el funcionario bonaerense, quien detallaba que 48 horas antes, en San Bernardo, el gobernador le había señalado a autoridades de municipios de la costa que no habría restricciones horarias y que la temporada seguía siendo una gran apuesta del gobierno provincial y nacional. Dos días después de lo de San Bernardo, en el museo MAR, Kicillof volvía a verse cara a cara con los intendentes de los municipios turísticos bonaerenses, esta vez para consensuar un horario de cierre (Nación optaba por la franja 23 a 6). Se trató de una reunión por cierto áspera. No fue casualidad que la conferencia de prensa la ofreciera el ministro de Producción, Augusto Costa, y no el gobernador, quien al día siguiente estamparía su firma en el decreto que marcó el horario de 1 a 6 para los cierres.
Con el correr de las horas, en Mar del Plata primó la sensatez. Los “grandes” marcaron el camino, para amargura de quienes pugnaban por el caos y la rebeldía. Ardieron los grupos de WhatsApp de los gastronómicos aunque se llegó a la conclusión de que era mejor cerrar a la 1 que a las 23. Algunos sostenían la necesidad de desobedecer lo marcado por la normativa, patalearon y prometieron guerra, pero con el correr de las horas constataron que estaban solos. “Cuando pudieron, desde la comuna nos hicieron un guiño y pudimos abrir y laburar. Sería de mala leche salir ahora a tirar nafta en medio del incendio”, graficaba el titular de una de las principales marcas de cerveza artesanal de Mar del Plata, quien no obstante admitía que las restricciones constituyen un golpe duro.