Por Luciana Balanesi
Desconozco si es el efecto del champagne que tomé, tanto brindar, pero me desconozco. No me reconozco. Orozco. ¡Jaja! Deben ser las burbujas. Hacía tanto que no tomaba alcohol… Y ahora hablo con el espejo. Hablo conmigo, si es que ‘esa del otro lado del cristal frío y metalizado soy yo. No puedo parar de reírme. ¡Jajaja! Menos mal que nadie precisa el baño. Cómo necesitaba estar un rato a solas. Sola conmigo. Sin los filtros. Con mi desinhibición.
Los nenes, menos mal, están entretenidísimos con los regalos que les trajo Papá Noel. A mí me debería haber traído una tintura. O un bono para la peluquería. O un poco de estima. Me veo espantosa. Hacía rato, mucho rato que no me miraba en el espejo. Qué horror es esto de no verte.
No sé si fue la inflación, las corridas al médico por los broncoespasmos de Matías, las malas notas de Santino o las discusiones que tuve este año con Luis, pero parece que me hubiera nevado. No me había visto la cantidad de canas. Con razón a Luis se le cayó también tanto el pelo. Será también la edad que una no termina de asumir.
Será el estrés de esta sociedad consumista que nos empuja a estar siempre corriendo, siempre produciendo, siempre teniendo o pretendiendo tener mil situaciones por resolver. No entiendo. No estoy de acuerdo en tener que arruinarnos por un sistema que, en definitiva, a lo único que nos lleva es a encontrarnos, una noche como ésta, con un desconocido del otro lado del espejo. ¿A dónde me perdí?
Aire. Necesito tomar aire. Menos mal que hace calor y que este baño tiene una ventana. Ahí me veo mejor con la iluminación de la otra lámpara. No me quedan tan mal las canas. No. Se van a ir a la mierda los peluqueros, las tinturas y los artilugios que tanto se usan para disimular lo inevitable para todos por igual. El tiempo pasa y deja huellas. Yo les voy a dar la bienvenida. ¡Feliz Navidad! Me propongo hoy, que es Nochebuena, nacer, también, como mujer que se acepta tal cual es.