La Ciudad

Una gran artista del tapiz, descubierta a los 96 años

Primero sorprenden sus obras, que realiza durante meses. Luego su lucidez y habilidad para el bordado a los 96 años de edad. Al fin, su historia de vida, desde la Francia natal a Mar del Plata, la convierten en todo un personaje.

por Oscar Lardizábal

Germaine Jannine Marie Tolard, ahora, con casi 96 años de edad, (los cumplirá el próximo 27 de noviembre), comienza a tener como un club de fans. Una forma de decirlo, porque no hay club constituido alguno, ni fanáticos; sólo admiradores que un día la descubrieron allí, en Diagonal Alberdi, en cercanía del rectorado de la Universidad Nacional, trabajando durante horas sobre un bastidor, junto a un ventanal a la calle, acompañada por su gato Kiki.

Primero los sorprendió la perfección de sus trabajos, en su mayoría célebres obras de arte reproducidas como tapices con la técnica del bordado gobelino. No vende las obras, las hace, sin más, por amor al arte.

Luego fascina dialogar con ella, descubrirla francesa, saber de su sufrimiento en París durante la Segunda Guerra Mundial, de cuándo migró a la Argentina casada con un activista de izquierda, de cuándo decidió radicarse en Mar del Plata, ya casada con un conde. Y así, conocer de los avatares cinematográficos de una mujer que jamás se rindió ante las dificultades y las tristezas.

Entre varios de sus descubridores, la directora del Laboratorio de Idiomas de la Universidad Nacional, Adriana Cortés, y la profesora de francés Bibiana Tripoloni, un día se plantearon: ¿no merece esta mujer que la conozca todo el mundo? ¿Sus cuadros no deberían llegar a algún día a ser exhibidos como lo que son, obras de arte, en un espacio de exposiciones?

Las académicas, que la podían ver todos los días cuando el laboratorio de idiomas funcionaba en el edificio del rectorado (diagonal Alberdi y San Luis), la conectaron con quien ésto escribe. El periodista la llama y ella concerta el encuentro en el café vecino a Canal 8. Claro, su familia es la dueña del lugar, su hija Isabel lo atiende la mayor parte del día.

Las profesoras la acompañan. La profesora Tripoloni apenas refrena el deseo de hablar todo el tiempo en francés con la protagonista del reportaje, cuya imagen parece extraída, tal cual, de un café del barrio Le Marais. Su elegantísimo sombrero parisino realza sus ojos vivaces y una sonrisa simpática, franca. Acomoda el que llama su “segundo gran compañero”, el bastón. Al rato lo sabremos: sus otros grandes compañeros son el gato Kiki y el bastidor para la labor de gobelino sobre el cañamazo. Alli pasa varias horas por jornada, realizando tapices que le llevan hasta terminarlas, en promedio, de tres a seis o hasta ocho meses.

Germaine reproduce célebres pinturas en bordado de gobelino, simplemente por “amor al arte”. No las vende, pero sus admiradores sueñan con que un día exponga en un salón de arte sus excelentes trabajos.

Para no llorar

Germaine abrazó esta rutina no hace mucho (dicho ésto relativamente). Tenía ya 70 años y comenzaban a tentarla momentos de depresión. Decidida a combatirlos, retomó la técnica del gobelino que en su pueblo natal, Chateau Chinon, en la Borgoña, había conocido en la escuela primaria. Si bien, también se verá, en largos períodos estuvo vinculada a la producción textil, nunca más, después de esos años de adolescencia, recibió instrucción formal sobre la técnica del gobelino, pero la habilidad, cobijada por un talento sin par, se conservó en sus manos y en su creatividad para rescatarla intacta a los 70 y perfeccionarla, día a día, hasta hoy.

Supone que el padre ebanista le legó condiciones artísticas que en algún momento, muy esporádico, pudo también reflejar con el pincel.

“Puedo tener a veces algún bajón pero me pongo en el bastidor y me olvido de todo, simplemente disfruto de lo que hago”, dice, mientras su hija trabaja en la barra del café y cada tanto sonríe al escucharla, cómplice de lo que dice, también de lo que su madre calla. Su otro hijo, Damián, está lejos. Reside en Italia.

Los cuadros reflejan la cultura en arte de Germaine y, por momentos también instancias de su vida, la que describe con otro de sus artes evidentes, el relato, con las entonaciones y pausas oportunas.

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La selección de hilos y lanas, otra parte de la labor de Germaine que requiere “infinita” paciencia. Cuando no dispone del color deseado ella misma crea la tintura para lograrlo.

“La guerra fue terrible -relata-, porque los alemanes ya había superado por Bélgica la Línea Maginot y ocupaban el país. Los ingleses bombardeaban París todas las noches, sobre todo las estaciones de trenes buscando impedir que desde ellas los nazis pudieran trasladar alimentos y pertrechos a los frentes de batalla. Pero las bombas no siempre caían sobre los objetivos y morían civiles”.

“Yo tenía 19 años y vivía con una de mis dos hermanas menores, cerca de una de las estaciones ferroviarias, y a la noche íbamos al sótano convertido en un refugio para nosotras y para los vecinos. Una vez, las bombas inglesas cayeron nuevamente sobre un lugar equivocado y cuando volvimos al nivel de la calle la casa estaba toda destruida”.

“Terrible lo que vivíamos en ese sótano. La gente entraba en crisis de nervios, temblando, haciéndose encima. Y cuando se salía, después de un bombardeo, todo era polvo y humo y nunca supe porqué, los árboles quedaban totalmente blancos. Así fue del 40 al 45″.

“Vi cosas que no se me borraron más. Ver a un piloto eyectarse desde el avión pero morir igual alcanzado aún en el aire por una de las trozos de su propio avión. Otra vez escapábamos a través de un puente, pero había muchos muertos y tuvimos que caminar sobre los cadáveres”

“En esos episodios recibí un balazo y aún tengo rastros de la herida. Fueron tiempos durísimos, esos de la guerra, y aún los de antes de ella, porque, por decir algo representativo, muchas operaciones se hacían sin anestesia”.

“Los años de la post guerra no fueron menos duros. Andábamos con unos tickets para obtener la comida que estaba racionada”.

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En esos años Germaine se casó por primera vez. Tendrá un segundo matrimonio. Pero sobre ninguno de sus dos maridos ahora quiere dar detalles. Esquivando preguntas, simplemente dice que el primero fue un militante político y el segundo un hombre de ascendencia nobiliaria, que prefería delegar en ella el gastar los zapatos para buscar el sustento.

El 49, Perón y Evita

Empujados por la crueldad de esa post guerra y atraídos por la Argentina de Perón y Evita, Germaine y su esposo llegaron a Buenos Aires en 1949 y ella rapidamente consiguió trabajo como costurera en Gath y Chaves y Harronds, y no tardó en hacerse de clientas particulares, sobre todo diseñando y cosiendo vestidos de novia.

“Trabajé, trabajé y trabajé”, remarca nuestra protagonista francesa sobre su simple y contundente receta que encarar tanto dolores como bonanzas.

El matrimonio prosperó y llegó a tener una fábrica textil, pero en un episodio de conflicto gremial un incendio acaso intencional destruyó el establecimiento.

Fue un volver a empezar y entonces el nuevo y definitivo destino será Mar del Plata, en la que Germaine retomó la bicicleta ya no para hacer deporte, como lo hacía cuando era adolescente, muy trasgresora vistiendo pollera-pantalón, sino para ir a vender hilados puerta a puerta.

Un día inventó un gorro para playa y con ese diseño, después de un primer momento de frustración, ganó mucho dinero.

Según su relato, el casi siglo de historia corre entre sacrificios, aciertos comerciales (algunos de ellos la llevaron a tener comercios en Punta Mogotes, incluído un supermercado), subas y bajas.

Paciencia, buena vista (ayudada por los lentes y la lupa), habilidad en las manos y lucidez mental. Condiciones que Germaine Tolard mantiene intactas para crear sus verdaderas obras de arte.

En su reino, feliz

Cómo se ha dicho, desde hace tres décadas, la vida de Germaine está marcada por la afición, mejor decir por la pasión por el gobelino, tradición de arte textil francés que se remonta al Siglo XVII apadrinada por la monarquía, que la eligió para que enormes tapices decoraran las paredes de sus palacios.

Si no encuentra el hilado del color justo, ella misma sabe crear la tintura adecuada.

Con Kiki, un gato también “de novela” como su ama

Tal vez, las obras de Germaine se exhiban algún día en una galería de arte. Es el sueño de sus admiradores. A ella la idea le gusta, pero no la desespera. Ya es feliz en su reino: su bastidor al ventanal sobre Diagonal Alberti, con su bello presente y todos los recuerdos, los que atesora y que en su totalidad sólo comparte con una amiga o con Kiki, el gato que se cuelga de los picaportes para gentilmente abrirle las puertas a su ama.

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