Por Raúl Acosta
Jueves 26 de enero. Junto al mar. Desde la Catedral y hacia el mar, suponemos que hacia el mar, comienza la “Peatonal San Martín”. La clásica construcción de embaldosados diferentes, en este caso los sectores de descanso con pisos de madera, bancos, maceteros.
Caminar por la calle peatonal en una noche de turismo y calor es una prueba de observación. Qué cosas se ven y qué cosas no aparecen, detrás de cuanto se advierte claramente.
Están en la calle peatonal los clásicos buscavidas. Los que pintan, los artesanos reales, los artesanos truchos, las mecheras y los descuidistas. Ladrones todo el año, mas ladrones en la temporada.
Está, por sobre todos, la gente. Los que vienen por primera vez y observan asombrados. Los que pertenecen a la fauna estable. Los “volanteros” dispuestos a ganarse sus 200 pesos, los que salen con el maquillaje desde el teatro y corren hacia algún lado solo por ellos conocido. Los que tienen maquillaje para salir al deschave del verano y encontrarse con una vida diferente, que aquí sí que quieren que sea conocida. Vienen para eso. El anonimato da felicidad. Una nueva vida también.
La gente es la que define Peatonal San Martín. También lo que sucede en calle Rivadavia, la inmediata paralela. Juntas convierten el sitio en un fenómeno sociológico incomparable y merece un trato diferencial el momento especial. Entre 11,30 y 12,30 de la noche en esa zona que, en la jerga, llaman “el corredor de Gaza”, también “la franja de Gaza” conviene detenerse. Rivadavia no es peatonal, la convierten en peatonal. En ésa calle hay un país que no se encuentra asi, acumulado, en otra parte. Pregunta. Está bueno que se encuentre. Respuesta. Si. Pero cuidado, algunos no quieren ver que somos eso que estalla en la noche en ése sitio. Una patria escondida. Argentina.
De dónde vienen las filas y filas de peatones que deambulan, se estacionan, se asombran, se detienen, se chocan sin disculpas ni amagues, de donde vienen los que, con sus actos, convierten a Rivadavia en una calle con humaredas, olores, sonidos diferenciales. Desde las entrañas del país.
Un eje está en los teatros. Teatro del Ángel, Victoria, Olimpia, Santa Fe, Shopping, La Campana, Corrientes. Hay mas, pero imaginemos que al paseo se le suman los que salen y los que quieren entrar a 15 espectáculos que confluyen sobre cada medianoche del estío.
Se agregan los que quieren vender una ilusión a estos turistas. Los negocios abiertos hasta las 23 / 24. Y el conjuro de gente que atrae… mas gente.
Vienen de todas partes, de cualquier ciudad, de la calle mas escondida, del barrio menos nominado y aquí se tocan sin tocarse, se contaminan sin saberlo y se encuentran sin que se hayan buscado alguna vez.
Mucho sociólogo de panel televisivo debería pasearse un sábado a la noche, un viernes, un día debería pasearse y dejar que la madrugada lo encuentre caminando por Rivadavia, la calle que muestra los intestinos argentinos. No son los desvalidos del “Plan Trabajar” ni los desclasados del último pasillo de la 1-11-14 o si, pero no solamente esos. Son parte de una ciudad que soporta 600/800 mil turistas por quincena y de eso vive. Una parte. De estos turistas y su ilusión de tocar a los artistas, de sacarse una foto, al menos una foto junto al cartel donde un cartón reproduce a un famoso.
Si sacarse una foto contra la marquesina de un teatro donde una rubia sonríe, la misma rubia de algún programa de televisión, no es una definición del país donde vivimos bueno, la definición donde está.
Cuando leo declaraciones y declaraciones sobre el olvido o el desprecio por una fecha me pregunto que sentido tiene ése enojo mediático con este país que vive esta noche calurosa de enero. Y me pregunto mas, hasta llegar al afiebrado anhelo. Ojalá CFK hubiese venido a pasear por aquí alguna de estas nochecitas. Ojalá. Pudo. No quiso. Pido lo mismo para Mauricio. Son tan iguales, tan “deeneú”. Conmueven, por su semejanza, en este río de la medianoche que ellos desprecian visceralmente. El paseo de Argentina. Paseo y olvido.