Por Martín Antonio Balza
Hace 30 años, el Ejército Argentino sofocaba un último levantamiento militar que ponía en vilo a la democracia. Terminaba definitivamente con los desviados protagonismos individuales que, imbuidos de inconductas recurrentes, invocaban aspectos políticos, ideológicos, integristas y militares, y también con el cacicazgo y las disensiones internas que durante los cuarenta años previos habían convertido a las Fuerzas Armadas en un partido militar. No fueron ajenos a esas desviaciones, sectores políticos, económicos y sindicales, entre otros, que contribuyeron a minar la disciplina y la lealtad constitucional del instrumento militar.
Desde el advenimiento de la democracia uno de los dos más notorios movimientos insurgentes se registró a principios de diciembre de 1988, denominándose Virgen del Valle, conocido también como Villa Martelli, y fue conducido por el coronel Mohamed Alí Seineldín, quien había abandonado su destino militar en Panamá, entrando subrepticiamente a nuestro país.
Como los anteriores motines de Semana Santa (abril 1987) y Monte Caseros (enero 1988), Villa Martelli finalizó también con algún tipo de negociación con el poder político. No hubo represión. La firmeza del presidente Raúl Alfonsín no fue correspondida como consecuencia de la falta de conducción y de liderazgo de los altos mandos del Ejército. Se aplicaron muy pocas y débiles sanciones disciplinarias a los imputados.
Seineldín, detenido en los cuarteles de Palermo, continuó recibiendo apoyo de sectores vinculados con el denominado “menemismo”, que aseguraban que “él era el reaseguro de la democracia”. Las elecciones se desarrollaron el 14 de mayo de 1989, sin el más mínimo incidente y resultó electo Carlos Menem. Yo me desempeñé como Comandante General Electoral.
Posteriormente, en octubre de 1989, todos los imputados en los movimientos sediciosos citados fueron indultados por el Poder Ejecutivo Nacional, al igual que los civiles y militares procesados por delitos de lesa humanidad en el período 1976-83.
Durante el año 1990, se produjeron en el Ejército actos de indisciplina menores rápidamente sancionados. El jefe de la Fuerza era el general Martín Bonnet, y yo me desempeñaba como segundo jefe de la misma. El 19 de octubre, Seineldín -indultado y en situación de retiro obligatorio- envió una carta abierta al presidente Menem; entre otros conceptos expresaba: “Que en 1988 había sido convocado para solucionar los problemas del Ejército (…) Que su objetivo era unir al Ejército que el presidente Alfonsín y sus generales habían dividido “. Invocó también “un Pacto de Honor” firmado en Villa Martelli por él y el jefe del Ejército de entonces, general José D. Caridi. Por tal causa Seineldín fue sancionado por la Fuerza con arresto a cumplir en una guarnición del sur.
El 3 de diciembre de 1990, aproximadamente a las 3 de la madrugada se inició el último levantamiento militar, bautizado Operativo Virgen de Luján. Al respecto, la Comisión Episcopal Argentina, dijo: “Otra vez hemos sido perturbados, en nuestro trabajoso camino hacia una verdadera democracia, por una acción irresponsable y una invocación temeraria realizada para amparar acciones injustificables”.
Una de las primeras acciones del demencial levantamiento fue el asesinato en los cuarteles de Palermo del segundo jefe, y del oficial de operaciones del Regimiento de Patricios, teniente coronel Hernán C. Pita; y mayor Federico A. J. Pedernera. Muestra clara de la mediocridad de militares imbuidos de distorsionadas ideas políticas, ideológicas, integristas y falsamente nacionalistas. Con el general Bonnet establecimos de inmediato un improvisado Centro de Operaciones en el Regimiento de Granaderos a Caballo. Ambos coincidimos que había llegado el momento de terminar definitivamente con un flagelo indisciplinario y delictivo.
Bonnet tomó contacto telefónico con el presidente Menem, quien, en esta oportunidad, nos respaldó totalmente para sofocar la rebelión, sin pacto alguno y normalizar totalmente la situación. Durante todas las operaciones no hubo interferencia de las autoridades políticas, preocupadas por la inminente visita del presidente de los Estados Unidos, George Bush, programada para el 5 de diciembre. Por tal motivo el tiempo apremiaba.
Los focos rebeldes eran siete: tres Regimientos de Tanques, ubicados en Olavarría (Bs As), Villaguay y Concordia (Entre Ríos); la fábrica de tanques TAMSE en Boulogne y el Batallón de Intendencia en el Palomar (Bs As); el Regimiento de Patricios y el Edificio Libertador. Contamos con la colaboración de la Gendarmería Nacional, la Policía Federal y de la Provincia de Buenos Aires, pero las operaciones de represión estuvieron a cargo, exclusivamente, del Ejército. Seineldín permaneció neutralizado en su lugar de detención.
En 16 horas se logró la rendición incondicional de todos los focos, y los rebeldes detenidos y puestos a disposición de la justicia. La profesionalidad y liderazgo de oficiales y suboficiales, y el empleo oportuno del máximo poder de fuego evitó bajas innecesarias en la población civil y entre los mismos insurgentes, y produjo insignificantes daños materiales. Rodolfo Terragno, en aquellos días, nos recordó: “Este alzamiento muestra que cuando se indulta, se refuerza la imagen de impunidad” (Clarín, diciembre 5 de 1990).
Esta última crisis militar fue cruenta (14 muertos y más de 100 heridos) como consecuencia de una acción irracional, anárquicamente conducida y desviadamente ideologizada; sus cabecillas jamás apreciaron la reacción de un Ejército cohesionado, disciplinado, profesionalmente conducido y liderado en todos los niveles de mando, y definitivamente subordinado a las instituciones republicanas. Estoy convencido de que ese día se terminó con el golpismo en la Argentina y empezó empezó algo distinto; como ocurre en cada momento de un cambio histórico fundamental.