Por Roberto Mario Benzo
Eran los años de nuestra temprana juventud. La década del 70 del siglo pasado apenas comenzaba y un amigo particular vino a vivir entre nosotros y con nosotros en Mar del Plata.
Recibíamos al segundo obispo de nuestra diócesis. Sabíamos que Monseñor Eduardo Pironio era ya una personalidad eminente de la iglesia argentina y latinoamericana (Secretario General y luego Presidente del CELAM, predicador de los retiros de cuaresma al Papa y a la curia romana), paso previo a su tarea luminosa en la iglesia universal, por ejemplo, pensando y llevando adelante las Jornadas Mundiales de la Juventud que con tanto éxito continúan hasta hoy en día.
Lo que no imaginábamos era que ese hombre de sonrisa franca, mirada clara y atenta y palabras sencillas y profundas, fuese a tener de manera inmediata la presencia conmovedora de un padre y hermano tan cercano, tan interesado en nuestras inquietudes y problemas y en las realidades de toda la sociedad, con especial preferencia por los más pobres y humildes.
Estar un momento con el “Monse” -como pronto pasó a ser para todos nosotros- era sentirse escuchado y valorado como si no existiera otra cosa en el mundo que no fuera esa persona que estaba frente a él, para luego recibir la calidez de su consejo y su misericordia siempre a la mano.
El don de la escucha, tan añorado en este tiempo que nos toca vivir, en toda su plenitud.
Aquellas primeras palabras con que se presentó: PAZ, JUSTICIA, ALEGRIA y ESPERANZA pronto se vieron traducidas en hechos concretos.
El aliento a la tarea de los distintos grupos de jóvenes predicando su fe comprometida y encarnada en los barrios más postergados de la diócesis, las noches de oración en las vísperas de Pentecostés, la “Casa de los Jóvenes”, lugar de encuentro y actividades de todo tipo (retiros, cursos de promoción, catequesis, festejos y celebraciones, etc.) con un sacerdote a cargo exclusivamente dedicado a esa tarea de animación y servicio, “Renacimiento”, la publicación del Movimiento Juvenil Diocesano que reflejaba mes a mes los hechos más relevantes de ese tiempo y las figuras que despertaban nuestro interés…En fin, diversas maneras de hacernos sentir protagonistas en la iglesia pobre, pascual y peregrina que siempre predicó nuestro obispo.
Párrafo aparte para una de las iniciativas más felices en la historia de nuestra iglesia particular: la Marcha de la Esperanza. La manifestación religiosa más importante de Mar del Plata hasta nuestros días con un pueblo que camina llevando la luz de su fe por toda la ciudad y que hoy, 50 años después, goza de excelente salud.
Claro que, como ha ocurrido con los auténticos profetas en todos los tiempos, esa tarea luminosa tuvo que pasar la prueba de la persecución y la calumnia: amenazas de todo tipo, muchas de ellas pintadas sin escrúpulos en los muros de la ciudad, violencia llevada al extremo de la desaparición y el asesinato de personas cercanas, fueron el altísimo precio a pagar por predicar siempre la verdad, la justicia y la paz en años de extrema violencia.
Su propia vida corrió inminente peligro al punto de recibir el ofrecimiento de custodia personal permanente por parte de las más alta autoridad de la Nación, y que el obispo agradeció y rechazó argumentando que como hombre de fe su propia vida estaba en las manos de Dios, que la vida de las personas destinadas a su cuidado valía exactamente igual que la suya y que por lo tanto no era lícito arriesgar a nadie.
De cualquier manera, la situación era tan evidente que, más allá de las relevantes condiciones del pastor y la gran consideración que por él sentía San Pablo VI, su nombramiento en un dicasterio vaticano y su pronta partida a Roma, también tuvieron el sentido de cuidar su vida.
Sin embargo, su pastoreo luminoso no fue vencido, continuó y dio frutos imperecederos.
Al final del camino, el feliz recuerdo de nuestro queridísimo “Monse” Pironio permanece intacto en todos aquellos que tuvimos la fortuna de conocerlo, el bien que ha hecho pasa de generación en generación y por su inspiración la iglesia de Mar del Plata es cada día más fraterna, orante y misionera. Como él la soñó.
Tenemos ahora un intercesor privilegiado en el cielo. Un profeta ha vivido entre nosotros. Demos gracias a Dios.