por Marie Giffard
PARIS, Francia.- Un restaurante destrozado en los Campos Elíseos, autos incendiados junto a la Torre Eiffel… París parece un campo de batalla en las imágenes de televisión que dieron la vuelta al mundo, pero hay parisinos que nunca vieron a un “chaleco amarillo”.
Las escenas del 16 de marzo en París -lanzamiento de adoquines, quioscos y tiendas incendiadas, saqueos, violencia- dañaron la imagen de Francia, primer país turístico del mundo.
Desde hace 4 meses, los “chalecos amarillos” se manifiestan cada sábado en París y el resto de Francia para protestar contra las políticas del presidente Emmanuel Macron.
A un día de la nueva manifestación, el sábado, los Campos Elíseos han perdido esplendor y los comerciantes están cabizbajos.
Los trabajadores tratan de sustituir los cristales rotos del aparador de una gran cadena de dulces, y en las vitrinas de otros ya ni siquiera se retiran las planchas de madera protectoras entre sábados.
“¡Es la tercera vez que cambian los cristales!”, espeta, cansado, un camarero de un restaurante.
En la esquina de la avenida George V, un búnker de chapas metálicas protege “Fouquets”, el famoso restaurante saqueado y quemado que estará cerrado varios meses.
Carlos, de 70 años, vive cerca. Los sábados, se las “arregla” para no cruzarse con los manifestantes. “Estoy a favor de las manifestaciones, pero las manifestaciones como deben ser. Estos son matones”.
Fortaleza
Unos cientos de metros más abajo, los vecinos viven una rutina diferente desde mediados de noviembre. El barrio del Elíseo, el del palacio presidencial, está acordonado durante cada protesta de los “chalecos amarillos”.
Los camiones antidisturbios con verjas de varios metros de altura bloquean completamente la entrada a las calles, prohibiendo el acceso a cualquier vehículo o peatón.
Solo los residentes, a través de una pequeña puerta, pueden ingresar en el perímetro, después de presentar sus documentos.
La zona se ha convertido en una fortaleza bajo asedio. El lugar está “desierto”, confirma Anne, de 75 años, que vive en la calle Faubourg-Saint-Honoré, donde está el palacio presidencial del Elíseo. “Estamos acorralados, muy protegidos”, sonríe.
El asunto no agrada a todo el mundo. Cerca de la plaza de la Concorde, Maya Jovanovic, empleada de una tienda de ropa, admite estar “un poco harta”. “Estamos aquí, pero no trabajamos en absoluto. Antes, el sábado era el día más grande, ahora es el más pequeño, parece que no va a terminar nunca…”.
Desde los incidentes del 16 de marzo, el ejecutivo ha prohibido cualquier evento en los Campos Elíseos.
“Bajo presión”
El sábado pasado, privados de la gran avenida que tanto aman, los “chalecos amarillos” fueron a parar a otros lugares turísticos.
Christophe, uno de los propietarios del restaurante Chez Prune, en el canal de Saint Martin, fue testigo de la llegada de una “nube de saltamontes”, afirma, en referencia a un grupo de vándalos que pasaron como el viento junto a la policía.
Para él, es más de lo mismo. “Hemos tenido de todo”, recuerda, citando “los atentados, el coche de policía incendiado en mayo de 2016”.
“Nuestra integridad física no está amenazada, pero es constante y doloroso”, lamentó Christophe.
Su colega Hervé Pronier, propietario de la Marine, otro bar-restaurante del canal, se considera “afortunado”, porque sólo tuvo que cerrar unas pocas horas algunos sábados. “¿Chalecos amarillos? Aquí no los vemos”.
Sin embargo, se mantiene informado del curso de las manifestaciones todos los sábados “porque pueden desbordarse en unos minutos”.
AFP-NA