La historia sucedió a 90 kilómetros de Mar del Plata, en la localidad que recuerda al destacado militar de la Guerra con Brasil y otras batallas. Aquella épica y honor parece haberse olvidado al menos en uno de sus actuales habitantes.
Por Fernando del Rio
En General Pirán, como en todo pueblo pequeño, no se perdonan las traiciones. No las perdona la cotidianeidad, el acto de cruzarse con cualquier persona todos los días por cualquier lugar, el trámite obligado, la compra, la caminata. Allí, los 3.000 habitantes saben que no hay forma de ocultarse después de una felonía y por eso desde ayer alguien deberá rendir cuentas más allá de lo que la Justicia diga. Porque, aseguran, es peor la condena de la gente que la de los mismísimos jueces.
En la tarde del 31 de diciembre un intruso ganó la cocina de una casa en General Pirán. Sobre la calle Paz caminaba poca gente, un poco menos que siempre, y el pueblo casi que sudaba del agobiante calor. Tal vez eso animó al ladrón a acometer contra los bienes ajenos o tal vez fue ver la ventana abierta. Vaya uno a saber, lo real es que en un segundo el intruso recorría la casa como si la conociera.
Buscó algunos objetos de valor y dio con un cajón en donde el dueño guardaba 35.000 pesos. También preservaba allí un carnet de la obra social y unos documentos personales. El ladrón contó el dinero y se alegró de que podía alcanzarle para cambiar su automóvil. Pero de pronto lo embistió el temor de ser descubierto y pensó. Por un segundo pensó hasta que dio con la solución. Se fue a la cocina, abrió una botella de cerveza bien helada y le vació la mitad. Simular un encuentro amistoso fue su estrategia, como si pudiera meterse en la mente del comisario del pueblo cuando este se enterara de lo que había pasado.
Confiado en su plan, el intruso se fue y nadie lo vio.
Algunas semanas antes en Pirán habían ocurrido otros hechos similares y habían sido denunciados. Los investigadores estaban un poco confundidos porque no eran frecuentes los robos. Tampoco era frecuente cruzarse con ladrones. Mucho menos que los ladrones vivieran en Pirán.
Los primeros días de enero siguieron con la indignación del damnificado por el robo de los 35.000 pesos, aunque una leve compensación a sus ruegos se había materializado con el hallazgo de los documentos. Al menos los engorrosos trámites no eran necesarios. Pero donde el ave come una vez, puede que coma de nuevo.
El 15 de enero la misma casa, el mismo intruso. La maniobra se repitió, pero ya no había ahorros por robar, sí un facón con incrustaciones de plata y oro, un revólver calibre 38 y elementos relacionados con el trabajo rural, como un cuenta ganados. El ladrón experto ya en eso de entrar, tomar y huir siguió su plan al pie de la letra. Entró, robó y escapó.
Al día siguiente el ayudante fiscal Diego Benedetti dispuso que se profundizaran las investigaciones, con el Derecho Penal por delante pero también con el deseo de brindar alguna respuesta a los habitantes de Pirán que ya murmuraban asombro. Por allí alguno comentó que también lo habían robado, otro recordó su caso en el que le habían robado un facón con iniciales y todo. La pesquisa estaba en marcha, con los ojos y los oídos de los piranenses como herramientas cedidas temporalmente al fiscal.
La resolución
Cierta tarde de febrero un hombre vio a Fernando, un vecino de 51 años cuyos demás datos fueron preservados, arrojar algo a un terreno lindante con el domicilio del hijo del damnificado de los dos robos en la misma casa. Al hombre le llamó la atención y cuando fue a ver se encontró con que había un revólver y otro objeto más.
Cuando la policía intervino descubrió que el revólver era el mismo que había sido sustraído en la tarde del 15 de enero, durante el segundo robo. Los rumores comenzaron a circular con inevitable velocidad por Pirán y el fiscal Benedetti decidió citar a declara a Fernando. Existía entonces la posibilidad de que Fernando hubiera comprado el arma y luego advertido que era robada. Ante esa situación, la podría haber descartado.
El viernes pasado, en calidad de testigo, Fernando comenzó a contradecirse con sus dichos hasta que en un momento reconoció haber sido el autor de los robos.
Arrepentido, Fernando dijo que quería devolver todo lo robado. Que incluso podían disponer del flamante automóvil Volkswagen Gol que se había comprado con los 35 mil pesos.
De forma inmediata el fiscal suspendió la declaración por la autoincriminación y lo notificó de la formación de una causa. Horas después la Justicia de Garantías autorizó el allanamiento la vivienda de Fernando y el lunes… lo hallado fue sorprendente.
En la casa del imputado estaba el facón del robo a la casa de calle General Paz pero ya no tenía las incrustaciones en oro. También encontraron un arma de fuego, una cámara fotográfica y un facón con iniciales, todos objetos sustraídos en robos anteriores.
La segunda gran sorpresa llegó cuando este martes a la mañana, ya detenido, Fernando declaró como imputado en la fiscalía Descentralizada y admitió que cometió todos los robos. Que muchas de las víctimas eran vecinos e incluso amigos, pero que se sentía tan en deuda que quería devolver todo.
Fernando trabaja hace 27 años en una granja, vive en el barrio Félix Pérez y tiene una familia constituida. Una de sus hijas es policía y cumple funciones en Santa Clara del Mar.
Por ahora se le imputa la tenencia ilegal del arma secuestrada en su casa y el encubrimiento, aunque probablemente en los próximos días su confesión y otras pruebas servirán para acusarlo de los robos.
Fernando sabe que el mayor problema no lo tiene en la Justicia, la cual si avanza en el sentido que el impulso parece darle le aplicaría una condena. El problema lo tiene en el pueblo.