Opinión

Un espacio público en emergencia

Por Nino Ramella

A pesar del empeño que los marplatenses hemos puesto en juego para destruirla, nuestra ciudad todavía es bella. Un mérito de la naturaleza que sigue imponiéndose a las consecuencias de nuestra desidia, o al menos de la desidia de las recientes generaciones.

Me interesa que estas líneas puedan leerse como un clamor ante lo que considero un ejemplo insuperable de la destrucción de nuestro espacio público: la degradación del microcentro.

El grado de pauperización que ha alcanzado lo convierte lisa y llanamente en una zona expulsiva, donde prácticamente han desaparecido los últimos vestigios de usos y expresiones de cierta jerarquía que otrora supimos disfrutar.

El deterioro comenzó de manera ostensible hace ya bastantes años. Tal vez treinta o más. Cada uno tendrá, en esta cuestión, criterios propios. Pero todos podríamos acordar en que no se trata de un fenómeno nuevo, aunque en tiempos recientes se advierte una aceleración en la caída.

Antes de seguir con cualquier argumento quiero señalar que no se trata aquí de expresar una queja pueril de contenido meramente estético, banal o alejado de una realidad que impone otras miradas, sobre todo a la Mar del Plata periférica cada vez más vinculada a contextos de pobreza que no parece interpelar conciencias como debería.

Muy por el contrario la recuperación y jerarquización del microcentro conlleva también el propósito de multiplicar recursos públicos y privados que puedan ser utilizados en obras y servicios dirigidos a los sectores más vulnerables. Al menos es un imperativo moral del Estado que no tienen en el mismo grado los particulares.

Los que tengan algunos años, como yo, podrán activar sus recuerdos para comparar la abismal diferencia que hay entre la triste imagen de negocios y actividades  de hoy con la de ayer. Personalmente viví el microcentro de manera cotidiana durante los dieciocho años en que fui corresponsal del Diario La Nación, allí en la peatonal…acaso el último bastión de una prestancia cuya jerarquía parece hoy inalcanzable cuando ayer era un local más del conjunto.

 

Una comprobación muy fácil     

Creo que lo peor que podría pasar a mis afirmaciones es que encuentren el frontón de un chauvinismo bobo que rechace una crítica a nuestra ciudad. No es mi intención competir sobre amores citadinos, pero este es mi lugar y mi anhelo es verlo mejor.

Cualquiera puede comprobar el calamitoso estado de locales y usos en los que ha caído nuestro microcentro. Los espacios que antes albergaban negocios cuidados y de calidad fueron dividiéndose (a veces de manera patética) donde se venden baratijas exhibidas en precarios escaparates iluminados por luces blancas sin ningún diseño que tiñen todo de una atmósfera sin carácter…o en caso de tener alguno, del peor.

A tal punto el lugar más neurálgico de la ciudad muestra el inocultable deterioro que aquí denuncio, que varias de las galerías comerciales allí existentes ni siquiera tienen negocios de acceso público. Muchos de sus locales se han convertido en depósitos de mercaderías o en oficinas, con sus vidrieras pintadas o tapadas con papeles.

Si mostraran a un urbanista que no conoce Mar del Plata un plano de la ciudad y se le pidiera que marcara su centro neurálgico pondría su dedo en San Martín y la costa. No es necesario que yo abunde aquí porqué razón ese ícono del horror que es el Bristol Center podría ser considerado el epítome de lo que estoy describiendo.

 

Un deterioro que se acelera

Hace ya tiempo la ex encargada de una casa de venta de carteras y accesorios que por años estuvo en la entrada de la Galería Sacoa sobre San Martín me dio la razón de porqué cerraron el negocio: es que ya por acá no circula más nuestra clientela. Ese simple argumento es demostrativo del proceso de aceleración del deterioro. La oferta y la demanda se autocondicionan. Nada nuevo.

El micro centro de la ciudad tiene buenos edificios. Algo que en los últimos tiempos, con honrosas excepciones, no se ve en las construcciones nuevas. Sin embargo es cada vez menos probable que corrientes turísticas de alta capacidad contributiva decidan alquilar en esa zona.

He recorrido el centro durante noches de verano. Les aseguro que se transforma en un submundo asustador. Peleas, arrebatos, gente alcoholizada, suciedad…componen un escenario abrumador. Por la magnitud y por la falta de límites.

Somos una ciudad turística. Nuestros recursos están muy ligados a cómo nos movamos en ese terreno. Debemos procurar un aumento del gasto turístico por persona y para ello tenemos que mejorar la calidad de nuestros servicios y consolidar una oferta que atraiga al target más gastador. Los recursos que logre así obtener la ciudad podrán entonces destinarse a mejorar la calidad de vida de los marplatenses y en particular, como ya lo dije, de los sectores más vulnerables.

La salida

Los urbanistas lo saben. Los microcentros y los entornos de las terminales tienden a degradarse en todas las ciudades del mundo. Pero en muchas de ellas hacen lo que nosotros no hacemos: se ocupan para evitarlo…y lo logran.

El proceso de deterioro lleva años y el fenómeno es multicausal. Sé por esa razón que no es cuestión de firmar un decreto para que la realidad cambie. Pero hay algo de lo que no puede carecerse para encarar el problema: una férrea decisión política.

Es imperdonable que las administraciones municipales no hayan creado una unidad de gestión que piense y ponga en marcha estrategias para revertir la situación.

Una unidad de gestión que está lejos de ser exitosa si no se integra a diversos protagonistas de la ciudad. Además de áreas municipales, como Planeamiento,ObrasInspección GeneralTurismo y Cultura, entre otras, deben también estar representados los sectores privados y, de manera preferencial, laUniversidad Nacional de Mar del Plata.

La tarea es compleja y de largo aliento. Pero quienes fundaron Mar del Plata y los pioneros que la desarrollaron no estuvieron en mejores condiciones. Más bien los elementos les jugaron en contra. Y sin embargo llegaron a construir una ciudad que fue una joya en la región.

No abrigo muchas ilusiones, pero como dijo nuestro escritor insignia la esperanza nunca es vana.

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