Por Agustín De Beitia
A principios de este mes, cuando faltaban apenas unos días para la asunción del nuevo presidente, y mientras la prensa corría detrás de las novedades políticas y la desaparición de tres andinistas en un cerro chileno, era inhumado en Salta con honores militares el coronel retirado Florencio Alberto Olmos. No es extraño que sus exequias hayan sucedido lejos de la atención mediática, ni que al argentino promedio nada diga su nombre. La dirigencia argentina suele dar la espalda a sus mejores hombres.
Olmos, fallecido el pasado lunes 4 a los 81 años, era uno de esos hombres. Oficial de Estado Mayor, una especialidad para la que se había preparado con paciencia, no tardó en sobresalir en el Ejército. Serio, reservado, de carácter firme, aunque reflexivo y sereno, era un modelo de profesional que se destacaba por su cultura y su marcada afición al estudio. Pero, más que nada, lo que asombraba era su inteligencia y su capacidad de análisis superiores a la media, como reconocieron con los años muy diversas personas.
Esas aptitudes las manifestaría en cada lugar al que fue destinado, pero tal vez en ningún otro destino como en el Estado Mayor General del Ejército (EMGE) durante la Guerra de Malvinas.
MALVINAS
Durante ese conflicto, Olmos, que era entonces teniente coronel, se desempeñó en la Jefatura III de Operaciones como jefe de la División de Estudios Operacionales. Esa jefatura, donde se estudian todas las operaciones militares posibles, el empleo del medio militar y donde se traza el eventual curso de las acciones, es la más atractiva para los soldados. Es considerada “el corazón” del Ejército.
Olmos había llegado al “corazón” del Ejército, donde permanecería los próximos cuatro años, pero del cual, podría decirse, nunca se fue.
Su foja de servicio da cuenta, a fines de 1982, del reconocimiento “especial” del que fue objeto “por su participación en los estudios desarrollados en la jefatura durante el conflicto de Malvinas y por los aportes realizados”.
Uno de sus superiores destaca en su calificación anual “la profundidad y extensión de la tarea intelectual desarrollada” por Olmos. Y otro señala los “estudios profundos, oportunos, y el juicioso asesoramiento” que brindó “en circunstancias tan especiales”.
Por desgracia no ha quedado registro de esos estudios ni indicios sobre su concreto asesoramiento respecto de la evolución del conflicto. Se sabe, sí, que tras la guerra Olmos pasaría a ser nombrado jefe de la División Planes, lo que habla de la confianza que despertaba.
Hoy, un coronel retirado que compartió con él tareas en el EMGE, y que pide no revelar su nombre, arroja algo de luz sobre ese asesoramiento.
De su relato se desprende que nada tuvo que ver Olmos con los planes iniciales. “La Operación Malvinas fue planeada con total hermetismo por un equipo muy cerrado, conducido por el general Luciano Benjamín Menéndez y el jefe del Cuerpo de Ejército V, el general Osvaldo García (quien después sería comandante del teatro de operaciones), junto con algunos marinos. Quienes estábamos en la Jefatura de Operaciones fuimos mantenidos al margen de ese equipo hasta solo tres días antes del desembarco”, señala.
“Operaciones -continúa- entró a tomar un papel protagónico una vez que la operación ya había sido lanzada. Y entonces desde el Centro de Operaciones del Ejército (Cenope) se fueron impartiendo órdenes y acciones para colaborar”.
“Antes del avance de la flota enemiga, del desembarco en el puerto de San Carlos y del combate de Pradera del Ganso, se realizaron estudios en el teatro de operaciones y en la Jefatura de Operaciones, éstas últimas como asesoramiento, como apoyo”, explica.
Sea cual fuere la incidencia que pudo tener su asesoramiento en el curso de las acciones, que esta fuente no puede precisar, lo cierto es que parte de los estudios en los que participó Olmos consistieron en un seguimiento detallado de las operaciones que sirvió, entre otras cosas, para mantener informado al comandante en jefe, el presidente Leopoldo Galtieri, y para el análisis posterior de los hechos.
ARDUA PREPARACION
Olmos se había preparado toda su vida para las instancias de conducción del Ejército.
Había nacido en la ciudad correntina de Goya el 2 de enero de 1942. Hijo del coronel de artillería Florencio Olmos y de doña María Alicia García Coni, realizó sus estudios primarios en la ciudad de Buenos Aires y los secundarios en el Liceo Militar “General San Martín”. En 1958 ingresó al Colegio Militar de la Nación, donde rápidamente empezaría a sobresalir. Tanto es así que en cuarto año de esa institución ya tuvo su primer ascenso al ser designado sargento cadete, encargado de la tercera sección de la Batería de Artillería.
Sus primeros destinos estuvieron en Córdoba, Mar del Plata, Paso de los Libres y Salta, entre otros. En 1967, con el grado de teniente, y mientras se encontraba en el Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 de Mar del Plata, se casó con la salteña María Silvia Cabanillas, con quien tendría tres hijos: Florencio, Guadalupe y Rodrigo.
Su inclinación por el estudio y la formación lo llevaron a ser oficial instructor en el Colegio Militar de la Nación en 1970, lo que demuestra que era tenido como un hombre muy capaz. La buena impresión que dejó hizo que pronto fuera convocado como ayudante del director de esa institución. En El Palomar permaneció cumpliendo diferentes tareas, salvo por breves períodos, hasta 1973. Y, pese a la alta estima que se tenía por él, eligió después dejar de ser ayudante para ser jefe de la batería de artillería, la unidad que instruye a los futuros oficiales del arma, que goza de un alto prestigio.
Para entonces ya había realizado el curso de paracaidista y el curso avanzado de las armas. Ahora, como capitán, tenía al fin la posibilidad de emprender el ansiado curso de Comando y Estado Mayor en la Escuela Superior de Guerra de la Argentina (1974-75).
Si con la Escuela de Guerra empieza a encarrilarse la carrera de todo militar, el hecho de que Olmos haya obtenido el primer promedio habla a las claras de la proyección que ya iba cobrando la suya.
En 1976 Olmos tiene su primer destino en el Estado Mayor del Ejército, en el departamento de Comunicación Social, donde asciende a mayor.
Una muestra de su inquietud y su avidez de perfeccionamiento es que en esos años se inscribió también en el curso de “auxiliar de Estado Mayor”. Pocos años después, en reconocimiento a su brillante desempeño en la Escuela de Guerra, fue elegido para realizar el curso de Comando y Estado Mayor en el Reino de España (1979-81), donde obtuvo el primer promedio.
CONDECORADO
De allí regresó con la Cruz de la Orden al Mérito Militar y con un informe en el que brindó “importantes elementos de juicio para poder comparar las exigencias de los cursos” dictados a uno y otro lado del Atlántico, con un contenido “novedoso” y “una profundidad” que sus superiores juzgaron de gran utilidad para la fuerza.
Su estada en España fue, para él también, una experiencia tan valiosa que volvería otra vez, ocho años más tarde, como agregado militar.
A partir de entonces, con cada ascenso en su carrera era cada vez más claro que se perfilaba para altos cargos.
Cuando fue designado jefe del Grupo de Artillería 161 en Zapala, y tuvo que alejarse finalmente del EMGE, volvía a dejar una huella en sus evaluadores, quienes destacaban sus “excepcionales dotes para la actividad intelectual” y los aportes que había realizado en “trabajos que tendrían repercusión a nivel superior de la fuerza”.
El reconocimiento iba en aumento. Tras su primer año en Zapala, en 1984, ya era considerado “uno de los más sobresalientes jefes de nuestro Ejército” y “una promesa para nuestra institución”.
Para 1986, el flamante coronel, que se reintegra brevemente al EMGE antes de partir por segunda vez a España, esta vez como agregado militar, ya es “recomendado para altos cargos” y se lo destaca, en particular, por su capacidad para generar ideas y por la importante labor que tuvo a su cargo para la reestructuración del Ejército.
La vida militar de Olmos se dividía hasta entonces por tercios: acumulaba experiencia en el mando de tropa, había pasado muchos años en el Estado Mayor y había dedicado largos períodos de tiempo a estudiar.
Pero la estrella de Olmos en el Ejército, que hasta entonces no hacía más que brillar, estaba por apagarse.
Según recuerda hoy el coronel retirado Juan Carlos Jones Tamayo, hacia fines de 1989, cuando regresa de España, Olmos recala por última vez en el Estado Mayor General del Ejército para desempeñarse en la secretaría general del comandante, que era entonces el general Isidro Bonifacio Cáceres, luego reemplazado por el general Martín Bonnet.
Las versiones son contradictorias sobre si fue Bonnet o luego el general Martín Balza el que “empezó a ignorar en forma permanente a la secretaría general, ocasionando con ello la comisión de numerosos errores institucionales y políticos ante la falta de un idóneo y honesto asesoramiento en esos campos de la conducción”, como dice Jones Tamayo.
En lo que sí coinciden es en que Balza quiso “sacárselo de encima” porque no quería tener a su lado a un oficial que lo opacara. “Entonces -continúa Jones- lo nombró comandante del IV Cuerpo de Ejército, en La Pampa, que estaba en plena disolución”.
Olmos lo sabía, pero estuvo un año en ese destino. Cuando le correspondía ascender a general y, en cambio, lo demoraron en el cargo de coronel mayor, que fue inventado ese año, entristecido por la injusticia, pidió el retiro voluntario. Corría el mes de febrero de 1993. Ponía fin así a su carrera, luego de 37 años de servicio.
UNA NUEVA VIDA
Lo que a muchos podría haber hundido en la depresión, para Olmos fue apenas el inicio de una nueva etapa en su vida, ahora en el mundo empresario. Y con un futuro no menos prometedor.
Por doloroso que sea, al mismo tiempo que la fuerza a la que había entregado su vida le daba la espalda, el Ejército chileno lo llamaba para tenderle una mano. Habían seguido de cerca sus pasos, conocían sus aptitudes intelectuales y, enterados de su pase a retiro, le ofrecían ahora trabajo en una de las empresas chilenas que estaban a punto de invertir capitales en Argentina durante las primeras privatizaciones de los años noventa.
Fue así como Olmos ingresó como gerente de relaciones institucionales en Central Puerto S.A., que fue la primera empresa eléctrica que se privatizó durante el gobierno de Carlos Menem. Central Puerto había sido adquirida por un conglomerado liderado por la empresa eléctrica chilena Chilgener.
Horacio Turry, que hoy tiene a su cargo todo el negocio de gas y petróleo de Pampa Energía y que trabajó durante 22 años con Olmos en la actividad privada, recuerda que el coronel retirado se encargaba un poco de todo: desde relaciones con otras instituciones hasta relaciones con el gobierno, pero también cuestiones de administración.
Diez años después, Turry terminó siendo el gerente general de las compañías que habían comprado los chilenos en Argentina, entre ellas una en Piedra del Aguila y otra en Salta, TermoAndes. Y a Olmos, que había llegado a la vida empresaria sin experiencia en los negocios, pero que mantenía su avidez por perfeccionarse y se había dedicado a estudiar, hasta el punto de alcanzar un posgrado en Administración teniendo ya más de 50 años, le fue encomendada la tarea de ocuparse del proyecto TermoAndes.
El proyecto consistía en la construcción de una central en Salta para interconectarse con el sistema eléctrico chileno, y luego abastecer con la energía eléctrica producida a partir del gas natural la demanda de las mineras chilenas que están en el norte de ese país y que en general se abastecían con carbón. Olmos lo resolvió muy bien en términos de su construcción y de los plazos estipulados, según cuenta Turry.
Era un proyecto muy grande, de unos mil millones de dólares, y muy desafiante, ya que debía cruzar la Cordillera, que a esa altura tiene unos 4 mil metros. Pero fue “un hito relevante para su carrera” y también para el país, ya que significó “la primera conexión eléctrica entre la Argentina y Chile”.
Los chilenos luego se fueron del país, vendieron la empresa a un consorcio estadounidense, AES, que a su vez lo revendió en el 2001 al grupo francés Total. Turry cuenta que, durante todos esos cambios, Olmos continuó siendo su mano derecha, con diversas áreas a su cargo: institucional, recursos humanos y algo de administración.
“Lo había elegido por sus valores personales y su don de gente, porque profesionalmente estaba muy capacitado, y porque ya había demostrado su capacidad de trabajo durante todos los años previos, en particular con el proyecto TermoAndes. Pero, además, porque en esos años nos habíamos hecho muy amigos. Tenía plena confianza con él y sabía que me podía ayudar. Era una persona con criterio propio”, enumera Turry.
Con la llegada de los Kirchner al poder viene la intervención estatal de las empresas de energía. Al poco tiempo, entre el 2004 y el 2005, el gobierno decide llevar adelante la construcción de tres centrales de ciclo combinado. “Eran obras grandes”, rememora Turry. “Una de ellas es la Central General San Martín, que está sobre el río Paraná”, dice. Y quien fue puesto como gerente general de ese proyecto fue una vez más Olmos, lo que da una idea de todo lo que siguió creciendo en la vida empresaria. Pese a ese crecimiento, todavía quedaba un desafío más para él por delante.
En 2007, los franceses venden Central Puerto e Hidro Neuquen (controlante de Piedra del Aguila) a un grupo argentino, Sadesa, liderado por Carlos Miguens, Eduardo Escasany (dueño del Banco Galicia) y Guillermo Reca (ex Merrill Lynch), entre otros. Luego de un año y medio de trabajo, Turry se alejó para ir a Pampa Energía y al poco tiempo se llevó a Olmos.
“Pampa encaró la construcción de una planta en Loma de la Lata, en Neuquen, que era un proyecto que habíamos hecho con Central Puerto, en la primera etapa, en 1994, y Florencio había sido parte de él”, cuenta. Así, Olmos se hizo cargo también de ese proyecto de tres centrales a gas. Consistió en “la construcción de una caldera de recuperación de los gases de escape de las turbinas a gas, y la instalación de una turbina de vapor para cerrar ese ciclo combinado”, según relata Turry, quien admite que son cuestiones un poco técnicas, pero son aquellas de las que Olmos debió ocuparse.
Para el 2015, cuando ya tenía 73 años, Olmos finalmente se retiró después de una larga y fértil actividad, sin abandonar jamás sus costumbres militares ni desinteresarse de la suerte de sus camaradas.
Tras su jubilación, Olmos pasó a vivir la mitad del año en Buenos Aires y la otra mitad en Salta. A partir de entonces se ocuparía de defender a los oficiales detenidos por la venganza setentista a través del Centro de Oficiales Retirados de las Fuerzas Armadas (Corfa), del Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta (CES), y de numerosas cartas de lectores enviadas a los diarios.
En sus publicaciones, penetrantes, briosas, esclarecedoras, en las que saltaba a la vista de inmediato su amplio conocimiento de los asuntos militares, cargó contra esa ideología que se enseñoreó del país y que ha condenado hasta el día de hoy al abandono y la ruina material a las Fuerzas Armadas y a sus integrantes.
Cuando cumplió 80 años, se sumió en la meditación, en una revisión de mayor calado sobre su propia vida, pero con la expectativa de aprovechar el tiempo disponible para esos gestos de caridad que no había podido cumplir. Quería además leer, jugar al golf, estaba escribiendo un libro. No dejaba de planificar.
El pasado lunes 4 se levantó temprano, quiso ir a misa y luego fue a almorzar con su mujer al Club 20 de Febrero, en Salta. Mientras comía se sintió mal y debió ser trasladado al Sanatorio de Tres Cerritos, donde le diagnosticaron múltiples infartos, por lo que debía ser trasladado de urgencia a otro centro asistencial de mayor complejidad, pero falleció en el camino.
Dos días después fue inhumado en el cementerio “Divina Providencia”, donde tropas del Grupo de Artillería 15 le rindieron el homenaje castrense correspondiente. Hablaron familiares, camaradas y amigos, subalternos y un teniente coronel en actividad, en representación del Ejército. Sus palabras, cálidas todas, dieron cuenta del amor que Olmos siempre profesó por la patria y de la honda huella que deja al partir entre quienes lo conocieron.
“Como papá fue lo máximo”, escribió su hija Guadalupe. “A pesar de su trabajo demandante, siempre estaba presente. Como marido, envidiable. Amaba a mamá con locura. Pero además estaba lleno de amigos. A donde fue se trajo amigos”, continuó Guadalupe en un entrañable retrato de su padre, al que describe siempre elegante (“hasta a la playa iba con gomina”), culto y cariñoso con todos sus hijos, sus hijos políticos, a los que quiso igual que a los propios, y sus numerosos nietos.
En sus últimos días el coronel Florencio Olmos rezumaba un amor dolorido por su patria, al contemplar el triste destino al que había sido conducida, y una angustia, en particular, por su Ejército. Aquel Ejército cuyo corazón había conocido y al que había entregado el suyo.