El asesinato sucedió en una mañana de septiembre de 2015. Christian Auciello recibió un tiro en la cabeza después de comprar cocaína. El autor, Esteban Sanche, le disparó para robarle la droga. Una historia del inframundo de la droga y la bala fácil.
Esteban “Pichi” Sanche (24) fue condenado a 11 años de prisión por el asesinato de Christian Auciello (42), su segundo homicidio. Al menos el segundo que la Justicia le pudo probar, tal como lo había hecho hace casi una década cuando apenas era un adolescente y en los barrios Libertad y Malvinas Argentinas se le temía como al peor de los “tiratiros”.
En un juicio abreviado, luego del acuerdo con la fiscalía N°8, Sanche recibió por pena algo que no cambia su forma de vida, sino que se la extiende. Aunque el anhelo de libertad siempre está presente, la costumbre de vivir en encierro supone un impacto no tan radical para “Pichi”, quien debió haber asumido mucho tiempo atrás que su lugar está en la celda de Dolores y no en las calles de tierra, droga y balas de Mar del Plata.
El juez Pablo Javier Viñas aceptó en las últimas horas lo acordado y le agregó al monto de la pena los 6 años que Sanche había recibido por condenas anteriores, para un total de 17 que deberán ser de cumplimiento total, con pocas chances de algún beneficio en el futuro.
Sanche aterrorizaba con su violencia y tendencia al “gatillo fácil”, según el fallo de Viñas, y alcanzaba a consumar sus venganzas “sin ningún reparo” fue condenado por asesinar. Pero el crimen de Auciello, ocurrido el 27 de septiembre de 2015 no fue planeado, no fue la consecuencia de una enemistad, no fue un ajuste de cuentas abiertas. Tan solo fue el método, acaso natural para “Pichi”, de despojar a Auciello de la droga que acababa de comprar en un point.
El crimen
Eran entre las 7 y las 8 de la mañana cuando Auciello, vencido por su adicción a las drogas, se dirigió hasta la casa de un “transa” de la zona de Santa Cruz y Calaza. Auciello compró cocaína y salió a pie para algún sitio donde consumirla. Aunque en su Dolores natal su apodo era “Chicho”, en el barrio periférico de Mar del Plata donde se había radicado se lo conocía por el “Loco de la guitarra”. Algunos para abreviar, le decían “El Guitarra”. Era un hombre ya de 42 años que había sobrevivido sin meterse en problemas, sin un historial criminal como mucho de los que lo frecuentaban.
Esa mañana fría de septiembre, Auciello llegó al cruce de Santa Cruz y Calaza, en el corazón de la Villa Berutti, y no pudo no haber escuchado el ruido del escape abierto de la Yamaha YBR acercándose. Tampoco pudo seguir cuando la moto se le puso por delante y uno de los que iba a bordo sacó una pistola calibre 9 milímetros. Era “Pichi” Sanche.
-Pasame la gilada, dale –le dijo Sanche a Auciello.
La “gilada” es una de las tantas opciones que el argot tumbero barrial ofrece para llamar a la droga. Y para Auciello, en las condiciones en las que estaba, nada más preciado que ella.
-Hijo de puta, estás re duro –quiso convencerlo “Pichi” a modo de falso predicador, de falso consejero preocupado por su estado.
-No –ratificó Auciello, y siguió camino.
Cuando “El Guitarra” le dio la espalda, Sanche lo debe haber sentido como una afrenta, como un atrevimiento. Entonces no hizo otra cosa distinta a la que muchos sabían que era capaz de hacer: le apuntó con la pistola y le disparó en la cabeza desde atrás.
Esquina donde fue asesinado Auciello.
La autopsia confirmaría más tarde que Auciello presentaba un impacto de arma de fuego con orificio de entrada en región parietal derecha y orificio de salida en región occipital izquierda que le ocasionó un paro cardiorespiratorio traumático.
La acelerada de la motocicleta después de la detonación fue lo último de aquella secuencia mortal en Villa Berutti y recién a mediados de diciembre se cerraría con la captura de “Pichi” en una casa de Nuestra Señora del Pilar al 100.
La detención de Sanche se demoró unas semanas, las que necesitó la entonces fiscal Maria Isabel Sánchez para atar todos los cabos. No fue sencilla, porque el temor propagado por la figura de “Pichi” Sanche dificultó la colaboración de los vecinos. Pero finalmente se pudo contrarrestar la inexistencia de testigos presenciales del homicidio con certeros indicios, como denuncias por amenazas, fotografías en las redes sociales y algunas personas valientes que decidieron declarar.
El miedo no estaba basado en fantasías o murmuraciones. A Sanche lo rodeaba un aura de joven violento, intolerante y con el umbral del dedo gatillador muy bajo. Cuando tenía 15 años se juntó con otros dos menores y se dirigieron hasta el barrio Aeroparque. Era el viernes 30 de enero de 2009, tenían una misión. Distintos problemas habían llevado a enemistarse con Víctor “Puchili” Espinosa (18), al que esperaron a que saliera de un almacén de Luzuriaga y Daprotis. El que disparó fue Sanche. Espinosa murió en el lugar minutos después ante los gritos desgarradores de sus familiares. (imagen siguiente)
La Justicia de Menores identificó a dos de los autores del ataque pero contra Sanche no pudo hacer demasiado: era inimputable. En cambio, a uno de sus cómplices lo condenó y le impuso una pena una vez que fue mayor de edad. Sanche fue sobreseído al igual que en todos los casos anteriores en los que había perpetrado algún delito.
El 10 de agosto de 2015, en una causa que lleva el número 180001 que aún investiga la fiscalía N°7, Sanche y un hermano fueron sindicados como los autores de un ataque a tiros contra un hombre llamado Rubén Calderón.
Una familia domiciliada en Strobel y Calaza, a solo cuatro cuadras del crimen de Auciello, denunció que su hijo había sido amenazado de muerte por Sanche y su hermano. Que le habían apoyado un arma en el pecho diciéndole que la próxima vez lo iban a matar de verdad. Ese joven amenazado tenía una colostomía (ano contra natura) a causa de una herida de bala que le había causado Sanche tiempo atrás.
La fiscal Sanche nunca pudo probar que quien manejaba la Yamaha YBR el día que mataron a Auciello era el hermano de Sanche. Ni siquiera cuando secuestraron la moto en su casa. Pero sí estableció que “Pichi” había sumado un nuevo asesinato a su foja criminal.
En su celda de la ciudad de Dolores, la misma ciudad que vio nacer a “Chicho” Auciello, Sanche cumple su condena. De no suceder algunas de esas circunstancias frecuentes en la Justicia de Ejecución, “Pichi” Sanche deberá permanecer preso hasta el año 2033.