En octubre, Siglo XXI lanzará una edición ampliada, y con ilustraciones de Tute, de un libro que reúne textos del escritor uruguayo, quien ya alertaba sobre la devastación de la naturaleza.
En 1994, cuando la cuestión ambiental no era todavía una preocupación global y cotidiana, Eduardo Galeano publicó un libro pionero que reunía una serie de historias que alertaban sobre un sistema devorador de la naturaleza. Hoy, la idea del colapso ecológico se ha vuelto parte de nuestro sentido común.
Galeano propone una mirada alternativa, que es en realidad una constante en toda su obra, para acercarnos al problema ambiental: nos recuerda nuestro vínculo insoslayable con la naturaleza, explora su riqueza y sus formas de resistencia, y hasta señala con alarma nuestra tenacidad urbana y “moderna” de creer que podemos prescindir de ella.
Galeano imagina un Juicio Final para los seres humanos, en el que “un alto tribunal de bichos y plantas” nos acusará “de haber convertido el reino de este mundo en un desierto de piedra”. No es tarde, dice también, para entender de una vez que nuestro planeta es nuestra única casa.
La editorial Siglo XXI comparte con los lectores de LA CAPITAL un adelanto de “Úselo y tírelo. Nuestro planeta, nuestra única casa” de Eduardo Galeano:
“Muy recientemente nos hemos enterado de que la naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos; y hemos sabido que, como nosotros, puede morir asesinada. La civilización que confunde los relojes con el tiempo, el crecimiento con el desarrollo y lo grandote con la grandeza también confunde la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo”. La naturaleza está fuera de nosotros
“En el gran baile de máscaras del fin del milenio, hasta la industria química se viste de verde. La angustia ecológica perturba el sueño de los mayores laboratorios del mundo. Pero estos desvelos científicos de los grandes laboratorios no se proponen encontrar plantas más resistentes, que puedan enfrentar las plagas sin ayuda química, sino que buscan nuevas plantas capaces de resistir los plaguicidas y herbicidas que esos mismos laboratorios producen”. Entre el capital y el trabajo, la ecología es neutral
“Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno”. Las venas abiertas de América Latina
“El puente sin río. La enceradora eléctrica en piso de tierra. Altas fachadas de edificios sin nada detrás. El jardinero riega el césped de plástico. La escalera mecánica conduce a ninguna parte. La autopista nos permite conocer los lugares que la autopista aniquiló. La pantalla de la televisión nos muestra un televisor que contiene otro televisor, dentro del cual hay un televisor” El desarrollo
“Los habitantes de la Ciudad de México tienen la más alta concentración de plomo en la sangre. Las indígenas que trabajan en las plantaciones de Guatemala dan de mamar la leche más intoxicada del planeta. Los plaguicidas que figuran en la lista negra de la Organización Mundial de la Salud se utilizan en el Uruguay, que es uno de los países con más cáncer en el mundo. Impunemente, la Volkswagen y la Ford producen y venden, en América Latina, automóviles que carecen de los filtros obligatorios en Alemania y en los Estados Unidos. Impunemente, la Bayer y la Dow Chemical producen y venden, en América Latina, fertilizantes y pesticidas prohibidos en Alemania y en los Estados Unidos. La coartada es perfecta, las empresas dicen: Respetamos la ley de cada país. Pero ocurre que la ley de cada país rinde tributo a la ley universal, la ley de la ganancia, que el mundo de nuestro tiempo ha elevado a la categoría de ley divina, y que impunemente reina. Y esa ley omnipotente, que rige la “lógica económica” del Banco Mundial, condena a la naturaleza y a la dignidad humana”. La ley es la ley
“De los topos, aprendimos a hacer túneles. De los castores, aprendimos a hacer diques. De los pájaros, aprendimos a hacer casas. De las arañas, aprendimos a tejer. Del tronco que rodaba cuesta abajo, aprendimos la rueda. Del tronco que flotaba a la deriva, aprendimos la nave. Del viento, aprendimos la vela. ¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas? ¿De quién aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?”. Primeras letras
“De agua somos. Del agua brotó la vida. Los ríos son la sangre que nutre la tierra, y están hechas de agua las células que nos piensan, las lágrimas que nos lloran y la memoria que nos recuerda. La memoria nos cuenta que los desiertos de hoy fueron los bosques de ayer, y que el mundo seco supo ser mundo mojado, en aquellos remotos tiempos en que el agua y la tierra eran de nadie y eran de todos. ¿Quién se quedó con el agua?”. Día del agua