Evocación del primer título del club marplatense en la Liga Nacional de Básquetbol.
Por Marcelo Solari
Fue el primero y, por esa razón, acaso sea el más especial de todos. No mejor ni peor que alguno de los otros cuatro títulos que posee Peñarol. Pero sí muy especial.
El 31 de mayo de 1994, en la lejana General Pico, el “Gigante de la Avenida” quedó empequeñecido por aquellos gladiadores “milrayitas” comandados por Néstor “Che” García. Hoy se cumplen nada menos que 30 años de aquel magnífico e inolvidable logro.
Casi que no hubo suspenso, ese rasgo que tanto distingue al básquetbol de finales cerrados, porque los de Garay y Santiago del Estero no ofrecieron concesión alguna: vencieron a Sportivo Independiente, por 84 a 70, y liquidaron la serie 4-1.
Y entonces no fue necesario regresar a Mar del Plata. O sí, aunque nada menos que para una celebración que pasó a la historia. Todavía hoy se recuerda a la gente apostada durante kilómetros y kilómetros para recibir al equipo que, más allá de tener una camiseta propia, de alguna manera también fue el responsable de traer un campeonato a nivel nacional para toda la ciudad, algo que en básquetbol nunca había pasado más que a nivel provincial.
La ventaja de cancha correspondía a los pampeanos, pero Peñarol se la robó de inmediato. ¡Y de qué manera! Se impuso en los dos primeros partidos de la serie (84-77 y 89-78) y tenía la mesa servida para gritar ¡campeón! en su casa, en ese entonces, el Súper Domo.
Más aún después de ganar también el tercero (78-72) en el escenario de Juan B. Justo y Edison. Sin embargo, el “rojo” de Mario Guzmán tenía otros planes y se quedó con el cuarto, 83-75. Fue necesario regresar a General Pico.
No había margen para la relajación y así lo entendió Peñarol, que jugó un partido completo. Muy firme en defensa, con una enorme personalidad y equilibrado en ofensiva (los cinco iniciales anotaron en doble figura).
De nada le sirvió a Independiente la maravillosa noche de Melvin Johnson (27 puntos y 11 rebotes), el único extranjero. Y aquí conviene recordar un episodio que, sin duda alguna, favoreció a Peñarol. Justo antes de iniciarse la serie final por el título, el otro -excelente- estadounidense de Independiente abandonó al conjunto pampeano. El inefable Michael Wilson (tan admirado por sus condiciones basquetbolísticas como cuestionado por algunas decisiones fuera de la cancha) viajó a su país supuestamente por el fallecimiento de su abuela. Luego, se supo que en realidad era por su madre (Cristal), quien se encontraba en grave estado de salud.
Una baja sensible que limitó el potencial de los pampeanos pero que de ninguna manera le quitó méritos a la conquista peñarolense.
Aquella formación de Independiente no era solo Johnson y Wilson. Tenía un gran base como Facundo Sucatzky, un tirador enfocado como Pablo Lamare, un utilitario como Hernán Trentini, un interno muy útil, Alberto Falasconi y gran experiencia con Jorge Zulberti y Aldo Yódice.
Y como por algo suceden las cosas, ese inesperado traspié en casa que estiró la serie fue el origen para una bienvenida espectacular, casi imposible de reflejar con palabras. Miles y miles de simpatizantes recibieron al plantel y lo escoltaron en una caravana interminable, que incluyó el paseo por toda la ciudad y que recibió el gallardo reconocimiento de dirigentes y socios de Quilmes cuando la columna pasó por Luro y Guido.
“Nosotros tenemos la mejor hinchada de la Liga”, dijo desde el balcón de la Municipalidad el estadounidense Sam Ivy. Semejante demostración de afecto popular parecía darle la razón.
“Jamás me imaginé que podía suceder algo parecido”, reafirmó Diego Maggi, un experto en cientos de batallas.
“Estoy viviendo algo increíble. Es un orgullo muy grande haber integrado este plantel”, señaló Marcelo Richotti, quien se metió para siempre en el corazón de los hinchas.
Y el otro gran referente e ídolo perenne, Néstor García, fue más gráfico aún: “Esto es espectacular. Es lo más lindo que viví en mi carrera deportiva”.
Recuerdos imborrables del día en que Mar del Plata se graduó tras aprobar una importante materia pendiente. Nada volvió a ser igual. Treinta años atrás, Peñarol lo hizo posible.