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Trazos de una noche inexpresiva

por Walter Vargas

Quedarse con la discutible aplicación del VAR –por una falta que de todos modos había sido evidente- sería igual de inconducente que azotar a una Selección Argentina que, pese a jugar un partido opaco, volvió a sumar en el contexto de una etapa en la que imaginar maravillas es lo más parecido a un delirio.

Hay lo que hay.

Para bien o para mal. Para bien y para mal.

Más vale entonces salir rápido de la desdicha del gol que no fue al cabo de lo que había resultado la mejor jugada colectiva en 90 minutos.

El VAR es un tema en sí mismo: mejor dicho, la letra chica de la ejecución de una herramienta loable en sus contenidos y brumosa en sus formas.

Como el destino jamás será lo que pudo haber sido, pero es siempre lo que efectivamente fue, no hay ni habrá manera de saber qué hubiera pasado si el gol de Messi subía al marcador y Argentina se ponía 2-1 en sus momentos de mayor presencia y fluidez.

Después, puros amagos de conexión fecunda entre tres zurdos para la gestación (Messi, un reaparecido y regularcito Ángel Di María y un más que aceptable Giovani Lo Celso, pero siempre en su clave de segunda o tercera guitarra) y un tono general de híbrido de tómbola: elementos de naturaleza diversa que unas veces funcionan… y otras veces no.

Antes, durante el mayor tramo del primer tiempo, un franco padecimiento de revés táctico y fáctico a manos de una formación paraguaya afinada en la presión, ordenada, con un buen control de la pelota y dueña del mejor jugador de la cancha por apreciable margen: Miguel Almirón.

(De por sí hábil, combatido y ajeno a complejos, el volante-delantero del Newcastle de la Premier League abundó en decisiones correctas).

Como un boxeador tomado en frío, la Selección atravesó un rato de confusión y de sufrimiento que pagó con un gol en contra y sensaciones adversas. ¿Se había roto la brújula?

No tanto como eso, en principio porque una de las características más estables del ciclo de Lionel Scaloni es la de emparejar hacia arriba y hacia abajo, frente a grandes, medianos y chicos.

Y, además, reponerlo será justo y debido porque la selección que está forjando el “Toto” Berizzo se perfila para gozar de un mínimo, vital y móvil de cohesión, consistencia y eficacia.

En una noche de escasas noticias buenas (la extrema palidez de la primera media hora, el gol no-gol de Messi, la lesión del tucumano Exequiel Palacios, otro insulso rendimiento de Leandro Paredes, una versión algo desmejorada de Lucas Martínez Quarta, etcétera), amén de la positiva contribución de Lo Celso destacó Nicolás González, por lo providencial de su gol, que redondeó la cosecha del punto, pero incluso por fuera de esa influencia cualitativa.

El polifuncional jugador hoy del Stuttgart supone uno de los nombres propios que mejor habla del ojo clínico de Scaloni.

En términos de nombres propios, eso sí, asoma frágil de toda fragilidad el doliente cacareo (más que nada periodístico) por las ausencias acumuladas a raíz de sendas lesiones: ni uno, ni dos, ni tres de los añorados ofrece satisfacción garantizada, ni siquiera el respetable Kun Agüero.

¿Messi?

Al 60 por ciento de lo que puede decide por sí mismo, al 50 es indispensable y al 40 es insustituible: el jueves en la Bombonera anduvo de lo más terrenal.

¿Si está faltándole explosión?

Cierto. A Messi está faltándole explosión. Y, también, que conste en actas, está faltándole interlocución.

Télam.

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