Profesionales del ski y el snowboard disfrutaron en lo profundo de la Cordillera -pegado a Chile- y en el lado B de Chapelco. La intimidad de un trip con experiencias llenas de adrenalina.
Ruta 242, Neuquén. Las Lajas quedó atrás y el Team de Quiksilver y DC Shoes recorre el tramo final del camino a la Caldera de Pino Hachado, una depresión del terreno (12 kilómetros de diámetro por 150 metros de profundidad) formada por un colapso al vaciarse una cámara magmática. Un lugar volcánico, lindante con Chile, tan imponente como inhóspito al que ni siquiera otros profesionales de la nieve han llegado antes para surfear la nieve virgen.
Las dos Ford F150 Lariat, cargadas con motos de nieve para la travesía, transitan los últimos kilómetros hasta el destino final, dos primitivas cabañas en el medio de la inabarcable estepa cordillerana. Pero, de repente, los techos acristalados de una camioneta permiten que Fernando Natalucci, el avezado líder de la expedición, eleve su mira ante una sombra y divise un cóndor cachorro que sobrevuela la expedición. El grupo se detiene para un mejor avistaje y cuando los ocho integrantes bajan, se dan cuenta que en realidad es un grupo de cinco, incluidos cuatro adultos con una envergadura de alas de más de tres metros. Curiosos, las imponentes aves sobrevuelan al convoy y regalan un momento especial de este trip de invierno que duró 10 días buscando los mejores y menos explorados lugares de nieve.
Pero, además, ese momento permitió que, casi sin querer, los pro descubrieran un primer spot para divertirse: una lengua de nieve sobreviviente de la última gran nevada que cruzaba un alambrado pegado a un campo. “Podemos armar una rampita con la pala, atamos el bungee -un elástico con soga- a la roca y saltamos el alambre con el envión que nos da salir desde la caja de la camioneta”, tira Natalucci. Todos se prenden y comienza la acción para que el fotógrafo Julián Lausi y filmer Tincho Campi capten los saltos. Lucio Romani, integrante del team snowboard de Quik, se suma a Fer y Cristóbal Colombo, del equipo profesional de ski, también vuela por encima de los alambres con su característico estilo que lo hace estar en la Selección nacional. Un poco de riesgo y diversión antes de meterse en la profundidad andina para seguir sumando experiencias distintas a las que están acostumbrados como competidores.
Lucio, a punto de cumplir 20 años, está acompañado por su padre, Luciano, snowboarder conocido que maneja una de las camionetas y una de las motos de nieve. Es su segundo trip con el team. Colombo, Tobal dentro de la banda, también de 19 ya es un referente del ski extremo. Natalucci asume la capitanía por su experiencia (42 años) y amplios conocimientos del terreno y la disciplina. Con la asistencia y logística que sólo el team de Quiksilver-DC puede darles.
Tobal salta un alambre en un spot que se encontró llegando a Pino Hachado ante un sobrevuelo de cóndores.
Todo comenzó en San Martín de los Andes. Dos días enteros yendo a Backbowls, el lado B del Cerro Chapelco, para bajadas en nieve honda y sin rayar. Es el lugar donde sólo los expertos se atreven a ir, porque no hay medios de elevación y uno debe conocer muy bien las condiciones y el terreno, porque los peligros son muchos. Claro, para ellos no es problema porque conocen todo y llevan el kit de seguridad -ARVA, pala y sonda-. Pero dentro del team hay novatos de la nieve, como Tomás Luiggi Arias, que se ocupa de las redes sociales de las marcas y se animó a la aventura para poder hacer mejor su trabajo. “Allá es alucinante, hasta pude hacerme mis bajadas, no sin algún golpe, claro, pero lo duro es volver caminando durante 50 minutos, en subida, con la nieve hasta las rodillas, cada vez que daba un paso. Te replanteas todo (se ríe). Hay que tener paciencia, subir despacio, controlar la respiración y no desesperarse. Y rezar que no haya una tormenta”, cuenta, todavía emocionado con la experiencia.
Ya en Pino Hachado, en el Reino de los Pehuenes, fue distinto porque las motos hicieron el esfuerzo. Pero, claro, igual se necesita de conocimientos, porque la nieve tapa posibles trampas y te puede hacer perder.
Estar ahí es muy especial. Es como viajar al pasado en pick ups del futuro. Utopía. Realidad. Ilusión. Fantasía. Un sueño. O todo junto. Y mezclado. Un blend emocional ante la profundidad de la Cordillera. Estar en el cajón llamado Caldera es, en sí mismo, un milagro visual, dentro de un ambiente prehistórico. Suelos jurásicos que dan paso a enormes formaciones de piedra en posición vertical de la era mesozoica. Y en medio del caos geovolcánico congelado en el tiempo que nos cuenta una historia de energías desatadas imposibles de medir. Pumas, zorros, hurones, nutrias y decenas de especies camuflándose en el paisaje, con los cóndores como vigilantes de todo. Todo a la vista de las imponentes Araucarias, dueñas y señoras del paisaje, milenarios árboles testigos de nuestro paso fugaz.
Y ahí, en el medio, ellos, los especialistas de la nieve. Viviendo su experiencia en un escenario que nada tiene que ver con otras prácticas deportivas. En este caso la cancha es blanca -con algo de marrón y verde- y tiene el tamaño de la Cordillera de Los Andes. Y así, entre silencios completos en el que una inspiración suena como un trueno y el rugido momentáneo de los 200 HP de orugas trepando pendientes imposibles, transcurrieron jornadas inolvidables, con el condimento de vivir en domos-iglú, rodeados de 20 perros Siberian Huskies listo para las travesías. Noches con más estrellas que ojos para mirarlas y paisajes que la tinta de Tolkien robó para su saga El Señor de los Anillos. En medio de todo eso, los riders del team, surcando terrenos no conocidos con la gracia de un bailarín de ballet y la potencia de un NBA. Fluyendo y volando por igual. Casi que un sueño hecho realidad.
VIDEO: Tincho Campi / Film y edición: BQP