Los siniestros viales en moto tienen una elevada tasa de mortalidad. De los que sobreviven, un tercio sufre lesiones cerebrales traumáticas. Más de la mitad de los pacientes del Inareps enfrenta una cruda rehabilitación por haber chocado sin casco.
por Gonzalo Gobbi
En apenas un segundo, la vida deja de ser como era. La propia y la de la familia. El cuerpo y el cerebro sufren lesiones y adulteraciones tales, que llevan a que nada vuelva a ser igual que antes. A nadie esta realidad le avisó que llegaría, pero ahí está. Se llama traumatismo de cráneo por siniestro vial en motovehículo y también lesión cerebral traumática. Pueden pasar meses sin un solo avance; sin recuperar la capacidad de masticar, de fijar la vista en un objeto y reaprender para qué sirve. Jóvenes, hombres, con un promedio de edad de 26 años, sin casco.
El perfil se repite en todo el país y miles de los que sobreviven se rehabilitan en Mar del Plata, en el Inareps, un oasis en medio del desierto de la rehabilitación psicofísica de la Argentina para las víctimas de lo que ya constituye una epidemia vial: los siniestros viales en moto.
Solo en el primer semestre de 2019, más de mil personas ingresaron a la guardia del Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) tras haber sufrido un siniestro en moto. En un año medio, hubo 2500 casos. Se trata del segundo hospital que más emergencias viales atiende en la Provincia, después del Gandulfo.
Un tercio de los accidentados que sobrevive expone lesiones graves, principalmente trauma de cráneo. Una porción de esa población, junto a cientos de personas siniestradas en diferentes partes de la Argentina, enfrenta un extenso proceso de rehabilitación absolutamente artesanal y con progresos -en general- leves o lentos en el Instituto Nacional de Rehabilitación Psicofísica del Sur (Inareps), el ex Cerenil, donde más de 300 profesionales (enfermeras, fisiatras, clínicos, fonoaudiólogos, nutricionistas, psicólogos, psiquiatras, etcétera) trabajan a destajo, cuerpo a cuerpo, para conseguir ese avance, ese movimiento, esa recuperación; ese volver a empezar que vale vida.
Más de la mitad de los pacientes del Inareps están allí a causa de lesiones graves producidas en siniestros con moto, sin casco. El número se refleja en los pasillos del gigante edificio de la ruta 88, con jóvenes que enfrentan una realidad cruda, inesperada y a veces irreversible.
Cuerpo a cuerpo
Los médicos fisiatras Laura Valente y Gastón Mosconi recibieron a LA CAPITAL en la Sala de Estimulación Sensorial del Inareps, un ala acondicionada para pacientes con trauma de cráneo con la conciencia adulterada: no son conscientes de sí mismos ni de lo que los rodea.
Los profesionales encuentran en la intimidad de este espacio “una ventanita” para reconstruir la capacidad de atención de quienes -a veces sin noción- se rehabilitan.
“La gran mayoría de la población del Inareps son jóvenes con promedio de 26 años, que iban en moto sin casco, chocaron y sufrieron una lesión cerebral fuerte”, definieron.
Las heridas, en general, sanan. En otros casos, se pierden extremidades. Pero en la rehabilitación es una constante aquellos que quedan “en blanco” y pierden hasta la capacidad de masticar, deglutir y tragar sin dejar de respirar, y “requieren una intensidad de cuidado muy importante”, literalmente artesanal, día a día; un día a la vez, por meses.
En muchos casos quedan en un “estado de vigilia sin respuesta”. Durante las 24 horas despiertan, se duermen, se despiertan y nada más, sin siquiera fijación ni seguimiento ocular, ausentes.
Recuperarse, una subjetividad
Por su experiencia en fisiatría y los cientos de casos atendidos en los 30 y 7 años que llevan en el Instituto respectivamente, Valente y Mosconi tienen claro que “hasta el año hay tiempo de lograr una reacción; cierta mejora”.
Se indignan cuando al salir a la calle ven decenas de jóvenes en moto sin casco y una sociedad que no garantiza la inclusión urbana y social de las personas con una discapacidad.
Hablar de “recuperarse” de un traumatismo de cráneo provocado por un siniestro vial suena subjetivo. Cada caso es único. El protocolo y la teoría se aplican al extremo, pero la vía de estimulación del paciente, desde lo humano, varía a favor de la evolución de cada uno.
Algunos ingresan también con fracturas costales y trauma de tórax, lesiones que dificultan la capacidad respiratoria.
De todos los casos, una proporción vuelve a comer por sí misma, recupera el habla y la motricidad. Muchos otros, no.
Cuestión de género: ellas, al cuidado
Los marplatenses siniestrados en moto con lesiones de estos tipos forman el 50% de la población con dicha condición en el Inareps. La otra mitad es trasladada cientos de kilómetros, a nueva vida, desde todas las provincias tras un siniestro vial.
Los familiares, de allí en más, se convierten a la fuerza en cuidadores no profesionales. En ese punto sobresale una tendencia de género: la mayoría de esos “cuidadores” son mujeres, mamás y hermanas de los pacientes.
No es la única cuestión en donde influye el género: el 75% de los pacientes son hombres y solo el 25% mujeres. ¿A qué se debe?: estadísticamente las mujeres utilizan más el casco y el cinturón que los hombres.
La cantidad de siniestros en moto podría ser calificada como una “epidemia vial”. Un dato clave, tal vez el más importante, es el que Valente y Mosconi compartieron al final: la dura rehabilitación de cientos de jóvenes con trauma de cráneo y todos los “años de vida vividos con discapacidad” se evitarían, en un “altísimo” porcentaje, solo con usar debidamente un casco apropiado al subirse a una moto.
— “Lo más terrible es lo que sucede después”
Al Inareps llega una proporción de los que sobreviven al siniestro en una moto. La rehabilitación puede demandar meses, pero “lo más terrible es lo que sucede después”, indicó el fisiatra Gastón Mosconi.
“Después hay un montón de años de vida vividos con una discapacidad grave, que implica que no vas a trabajar más y que alguien de tu familia va a tener que ocuparse de vos”, sumó la fisiatra Laura Valente.
En el después, por cierto, se detecta un enorme índice de ruptura familiar. Casos en los que el accidente actúa como “un detonante” y “allí todo explosiona”.
El “broche de oro” es lograr la reinserción laboral, social y familiar del paciente, lo que conlleva una doble complicación más: un alto porcentaje convive con secuelas toda su vida y además debe subsistir en “una sociedad que no está preparada para incluirlos”.
– Al HIGA ingresa un 40% más de accidentados en moto que en auto