El reconocido escritor francés fue el piloto del primer avión que la Aeroposta envió con correspondencia desde Buenos Aires, en 1930. Su presencia en esta ciudad fue confirmada a partir de investigaciones recientes.
El 6 de enero de 1930, la Aeroposta Argentina inauguró su servicio postal diario de Buenos Aires a Mar del Plata. Todo un acontecimiento. Lo que en aquel momento pasó desapercibido y hoy resulta un dato revelador, es la identidad del piloto: el ilustre escritor Antoine de Saint-Exupéry, autor de uno de los libros más vendidos y leídos de la historia.
Investigaciones recientes confirmaron la presencia del creador de “El Principito” en esta ciudad, pese a los escasos rastros que suele dejar el paso del tiempo. Es importante considerar que el francés era entonces un ignoto aviador y escritor. Su célebre obra fue publicada recién en 1943, un año antes de su misteriosa muerte.
La licenciada María Claudia Armesto, ferviente admiradora de Saint-Exupéry, jugó un papel clave para reconstruir esta historia. Y el exdirector nacional del Correo Argentino, Rodolfo “Manino” Iriart, colaboró en la búsqueda de documentos que constataron esa singular visita, la cual quedó registrada en algunos diarios de la época.
La Aeroposta Argentina, filial de la Compagnie Aéropostale, ofrecía desde 1927 los primeros servicios de correo aéreo en las rutas de Buenos Aires a Natal (era entonces la conexión transatlántica), Asunción y Santiago de Chile.
Saint-Exupéry, quien ya había volado para esa compañía en Francia y África, llegó a Argentina a sus 29 años, el 12 de octubre de 1929, con el objetivo de organizar la conexión con la región patagónica.
Durante su estadía en el país, hasta el 31 de enero de 1931, mantuvo viva la pasión por la escritura (ese mismo año publicó “Vuelos Nocturnos”). Y en sus horas como piloto acumuló experiencias que nutrieron su creatividad.
Esta revolucionaria forma de transporte y comunicación fue uno de los negocios que asomaron tras la Primera Guerra Mundial. Y encontró en Mar del Plata una interesante plaza a explotar con un servicio diario durante todo el verano de 1930.
Las familias de la aristocracia podrían disfrutar así de las esperadas correspondencias que venían desde Europa y las lecturas de los prestigiosos periódicos porteños.
Aún en la oscuridad de la madrugada, Saint-Exupéry se presentó aquel 6 de enero en la oficina de la Aeroposta en Buenos Aires, en la calle Reconquista 240, donde actualmente se encuentra parte del Banco Central. Luego de un recorrido en automóvil por caminos afectados por las lluvias, llegó al Aeródromo de General Pacheco (hoy El Talar). Como era su costumbre en cada viaje, saludó a los mecánicos, consciente de los riesgos y las probabilidades de no retornar.
Al igual que otros aviones de la época, el Latécoère 25 era vulnerable a las condiciones climáticas, tenía escasa autonomía y carecía de conexión radiotelegráfica. Para viajar en él había que ser un valiente aventurero.
Saint-Exupéry, quien reunía esas cualidades, despegó el monoplano cargado con 77 piezas de correspondencia y centenares de periódicos, a las 6.10. Al mismo tiempo, partió desde esa base en un Laté 28 su colega Jean Mermoz, con autoridades y periodistas a bordo. La misión también contaba con el apoyo de un avión Ryan y un Waco desde Castelar, transportando a otros funcionarios.
Después de avistar un gran tanque de agua que actuaba como punto de referencia, Saint-Exupéry aterrizó el Laté 25 poco después de las 8 en Camet, cerca del actual aeropuerto “Astor Piazzolla”.
Destacadas personalidades de la ciudad y turistas lo recibieron en el lugar y celebraron su arribo.
Los recién llegados fueron trasladados por caminos carreteros en mal estado -la pavimentación de la ruta 2 se concretó ocho años después- hasta la agencia principal del Correo de Mar del Plata, donde compartieron un “lunch”.
“Para juzgar sobre la bondad de ese servicio bastará adelantar este dato: la edición de La Nación de hoy fue leída en la Rambla a las 9, quedando agotada pocos minutos después”, escribió el enviado especial del mencionado diario.
Se presume que más tarde el francés estuvo en el Bristol Hotel, lugar en el que se realizó un almuerzo con discursos de autoridades.
Por otro lado, la licenciada María Claudia Armesto tuvo acceso a cartas de Saint-Exupéry a su madre, resguardadas por los descendientes, en las que pudo confirmar que el escritor se hospedó en el hotel Majestic, inaugurado en 1928 en la esquina de Santa Fe y diagonal Alberdi y que perduró como tal hasta fines de los ’70. Ocupó la habituación 64, sobre la ochava, con vistas al mar desde el segundo piso.
La Escuela Polimodal N°29 Centro Polivalente de Arte funciona desde hace medio siglo en ese edificio, declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la ciudad. Como homenaje a Saint-Exupéry, se colocó en el ingreso del colegio un cuadro de “El Principito”, la ruta aeropostal, una colección de estampillas y otra de numismática.
El novelista cultivó una estrecha relación con Rufino Luro Cambaceres, uno de los nietos de Pedro, el impulsor del desarrollo de Mar del Plata.
Compartieron su pasión por la aviación y muchas anécdotas. Eran asiduos concurrentes a la confitería Los Dos Chinos de Bahía Blanca, a donde iban a escuchar la música de Carlos Gardel.
“Mi partida de su país y de la Aeroposta Argentina, ha sido para mí muy dura y me ha apenado mucho más de lo que Ud. podría imaginar. No hay en mi vida período alguno que prefiera al que he vivido entre Uds. No hay camaradería que me haya parecido más sana”, escribió el novelista años después de su regreso a Francia.
“¡Cuántos y cuántos recuerdos del trabajo en común! Los viajes al sur, la construcción de la línea, los vientos de Comodoro, las fatigas, las inquietudes y las alegrías. Me encontraba en la Argentina como en mi propio país. Crea, mi querido Luro, que mi amistad fue y persiste muy profunda“, expresó en otro extracto de la carta, publicada por Luro Cambaceres, ícono de la aviación comercial nacional, en su libro “Rumbo 180°”.
Saint-Exupéry conoció a otra figura muy ligada a Mar del Plata: Victoria Ocampo. Fue presentado a ella por María Rosa Oliver, escritora que había entablado una relación con el francés a través del director de cine Luis Saslavsky. Se cuenta que, tras un almuerzo en la histórica casona construida por Alejandro Bustillo en el barrio Parque de Buenos Aires, el piloto cortó jazmines de su jardín y se los obsequió a su reciente pareja, la salvadoreña Consuelo Suncín, “la flor” de “El Principito”, con quien se casó y compartió 13 años de matrimonio.
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El viaje hacia los orígenes del correo aéreo permite descubrir una conexión poco explorada entre Saint-Exupéry y Mar del Plata. La visita del francés, entonces ignorada, es hoy motivo de estudio y admiración. Porque como escribió el propio autor de “El Principito”, lo esencial es invisible a los ojos.
Rodolfo “Manino” Iriart realizó un viaje especial a Francia con el fin de llevar los documentos que corroboran la presencia de Antoine de Saint-Exupéry en 1930 en Mar del Plata.
Durante su estancia en Saint-Maurice-de-Rémens, ciudad en la que el autor de “El Principito” vivió los momentos más memorables de su infancia, el exdiputado se reunió con Oliver d’Agay, sobrino nieto de Saint-Exupéry y director de la sucesión encargada de administrar los derechos de su obra.
Iriart entregó el material reunido sobre el escritor en Mar del Plata, el cual podría formar parte del museo que se abrirá en el célebre “Castillo del Principito”.
Además, recopiló información sobre Francisco Camet, el primer deportista argentino en competir en los Juegos Olímpicos, en 1900.
“Estas historias cruzadas nos ayudan a tejer la rica historia de Mar del Plata y ponerla en el mapa internacional”, expresó el exdirector nacional del Correo Argentino, quien mediante la figura de Saint-Exupéry propone “construir un puente” con Francia.