por Carlos Crespo
La situación que suscitó la desaparición del submarino ARA San Juan planteó un escenario inédito en la historia reciente de la República Argentina. Por un lado, el tratamiento mediático que se le ha dado al trágico hecho en sí, con la participación cautelosa, en líneas generales, de los cronistas en los lugares de interés, tanto en el edificio Libertad, en Capital, como en el Comando de Submarinos en Mar del Plata, en la base de Puerto General Belgrano y en Comodoro Rivadavia.
Quizás por primera vez en años, el abordaje de los medios de comunicación se vio marcado por la cautela y el respeto –en líneas generales-, dándole el crédito necesario a la palabra oficial de la Armada, que se sostuvo en sus comunicados de prensa abrazada sólo a la veracidad de los hechos contrastables, si bien es cierto largando información veraz con cierta dilación.
En este contexto, habría que dejar de lado lo que los familiares de los 44 tripulantes pudieran apreciar al respecto. Se vio, el día que la Armada admitió la comprobación –por dos fuentes independientes- de un evento compatible con una explosión no nuclear, la reacción diversa de cada uno de ellos. Algunos con furia, otros con dolor e incredulidad. Por ello, lo que digan los familiares, sea en el tono que sea, hay que respetarlo porque ese tránsito de dolor sólo lo conocen ellos. En todo caso, corresponderá a la Armada ofrecer el acompañamiento acorde a las circunstancias, y al Gobierno hacer lo propio.
Pero volviendo a la cuestión de la cobertura mediática, es evidente que desde hace unos años a este presente los medios han perdido más y más el aura de “cuarto poder” cuyo discurso era escasamente cuestionado, como pudo ocurrir en los albores de la democracia recuperada y en los años del menemismo, donde el periodismo de investigación cobró auge inusitado.
En esta tragedia, incluso, familiares de los tripulantes pidieron respeto a sabiendas de que los medios instalan un tema en agenda y luego lo corren de foco para centrarse en otro, como si las cuestiones y el dolor pudieran ser descartables. En este sentido, es factible apreciar lo ocurrido con Santiago Maldonado, tema que se fue saliendo de la agenda hasta casi hacer pasar desapercibida la presentación del informe final de su autopsia.
Intervención del Presidente
Por otro lado, en un escenario de tragedia como es el del ARA San Juan, no parece haber espacio para cuestionar las vidas en juego. Son 44 tripulantes, cuyo destino vale por el valor intrínseco de la vida, independientemente del hecho de que sean militares. Como lo fue la vida de Maldonado, que no cobra más trascendencia por si era o no militante o artesano o lo que fuera. Una vida es una vida, como una muerte es una muerte. Lo mismo cuenta para Luciano Arruga o el mapuche asesinado por estas horas, víctima del eufemismo mediático vergonzante, que lo coloca en situación de “enfrentamiento”.
Sin embargo, más allá de la cuestión de los medios, lo del ARA San Juan ofrece, quizás de forma dolorosa e inesperada un escenario fértil para tomar decisiones valientes y acertadas, como fue la del Presidente Mauricio Macri. En lo que pudo haber sido su intervención más política y lúcida como Primer Mandatario, Macri decidió exponer la posición del Gobierno desde el edificio Libertad de la Armada, descartando la Casa de Gobierno, lo que quizás hubiera planteado la demarcación de una brecha simbólica entre el Poder Político y las Fuerzas Armadas, que se viene arrastrando desde las nefastas intervenciones de éstas últimas en las interrupción del sistema democrático y la puesta en marcha del terrorismo de Estado.
Si lo que importa no es sólo lo que se dice –lo que contiene el discurso- sino cómo se lo dice y en qué contexto, Macri envió un mensaje hacia fuera. Y, de alguna manera, maquilló el oprobioso silencio del ministro de Defensa Aguad. Dejó de lado resquemores y pases de factura y puso las cosas en el lugar que considera adecuado: primero, hay que encontrar el submarino, saber qué pasó y por qué pasó. Y todos debemos buscarlo: civiles, militares, argentinos y extranjeros.
Luego, sí, será el momento de pasar a otra instancia para separar ´la paja del trigo´, discernir responsabilidades y obrar en consecuencia. Si estuvo bien reparado, si se optó por la reparación más económica –aunque fuera legal- de las baterías, por caso, si debía continuar navegando a pesar de haber reportado una avería, etc.
El Presidente planteó un discurso que bajó los humos de la tentación mediática por pasar a la etapa de caza de responsables, cuando aún se transita por la incertidumbre de la situación de esos 44 tripulantes y del dolor y ansiedad por tener certezas de sus familiares y subsidiariamente del resto de los argentinos e interesados a lo largo y ancho del mundo.
Por otra parte, este escenario, asimismo, plantea una discusión pendiente y una necesidad de autocrítica del gobierno y de la administración anterior: aún con atisbos aislados de querer “cargarle” los posibles fallecidos a “el otro”, se hace evidente que un país acostumbrado a la nostalgia y a “mirar atrás” debe decidir, de una vez, si está dispuesto a mantenerse inerte ante la imposibilidad de custodiar por sí mismo sus alturas y sus profundidades mientras continúa mirando con bronca, odio y resquemor a sus Fuerzas Armadas.
¿Es justo considerar a esta Armada la misma que “esa” Armada que fue co-protagonista principal del momento más oscuro de la historia reciente argentina?, ¿Son estos marinos los mismos que quienes obedecieron y ejecutaron los mecanismos del terror?, ¿Para qué queremos tener Fuerzas Armadas?, ¿Para mantener hipótesis de conflicto?, ¿Para sostener su estructura sobre bases endebles, con aviones que son desguazados para que otros puedan volar en condiciones precarias?, ¿Para no poder completar los ejercicios necesarios por falta de presupuesto?
Quizás, éste, sea la oportunidad adecuada para establecer una bisagra: si no existen las hipótesis de conflicto se abre la ventana para analizar cuáles son los hechos, circunstancias y fenómenos que el país debe atender y cómo encajan las Fuerzas Armadas y de seguridad en la atención de estas cuestiones. Pues, si no hay posibilidad de guerra, ¿cómo se las podría utilizar para, quizás, controlar situaciones cada vez más emergentes como la depredación del mar en la Zona Económica Exclusiva o la presencia permanente del narcotráfico?, ¿Si las fronteras son porosas, cómo se las puede proteger?, ¿Y ante emergencias ambientales o climatológicas, cómo emplearlas?
En este contexto, ¿es viable mantener el presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas por debajo del 1 por ciento del PBI?
La actual administración se enfrenta a una circunstancia que puede ser bisagra. Mientras los partidos políticos adolezcan de cuadros preparados en estrategia militar, en tanto, el ministro de Defensa será un funcionario improvisado, que llega al lugar por castigo o por recompensa, pero que no estará en condiciones de hablar el mismo lenguaje con sus subalternos del ámbito militar.
Y la República Argentina, por cierto, deberá plantear una evidente situación de desbalance con su vecino trasandino, en particular, en una región que no destina menos del 1,2 por ciento del PBI a la cuestión militar. Macri tiene el desafío de frente. Ahora deberá demostrar que el acierto de su presencia en el edificio Libertad no se trata de un hecho aislado