Desde hace más de una década es el encargado de realizar las tareas de mantenimiento en el famoso cartel de Havanna, un emblema de la ciudad que se levanta a 120 metros de altura en la cúspide del edificio Demetrio Elíades. David Dermendyieff nos contó los secretos de su singular oficio y aseguró: "Este es el mejor lugar para laburar".
Por Bruno Verdenelli
verdenelli@lacapitalmdq.com.ar
Hubo una época en la que el cartel emblema de la ciudad parecía descuidado. La situación quedaba al descubierto sobre todo de noche, cuando algunas luces de las letras rojas que van desde la H a la A se apagaban. En determinado momento, la empresa dueña de la tradicional fábrica de alfajores decidió terminar con tremenda falla y contactó a David Dermendyieff. Desde entonces, la palabra Havanna brilla en la oscuridad, en lo más alto del cielo marplatense, velada tras velada.
El trabajo de Dermendyieff es, cuanto menos, particular. Porque un operario que de por sí trabaja en soportes de cinco metros de altura -eso es lo que mide cada letra del cartel- ya corre riesgos. Ahora bien, si cada una de esas estructuras están, en suma, ubicadas a 120 metros de la calle, la tarea se vuelve más compleja.
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“Yo trabajo solo, hace varios años que me dedico a esto. Cuando Havanna me contactó, quería que este cartel y todos los carteles de la ciudad se mantuvieran en óptimas condiciones porque es una imagen muy importante. Entonces comenzamos a trabajar duro y logramos que se mantengan semanalmente con una buena intensidad de luz y reparaciones continuas”, explica Dermendyieff a LA CAPITAL, en la terraza del edificio Demetrio Elíades, ubicada en el piso 40.
Muchos se habrán preguntado: ¿cómo se verá la ciudad desde la terraza de su edificio más alto? Aquí una espectacular panorámica a 120 metros de altura.
Inaugurada en 1969, la torre que lleva el nombre de su ideólogo y constructor, el también fundador de Havanna, es, desde ese momento y todavía, la más alta de Mar del Plata. En la cumbre, el silencio es estremecedor. Siempre y cuando no haya viento, ya que si lo hay, no solo su ruido se siente, sino también el peligro del arrastre de sus ráfagas.
“Para mí, es una experiencia única: venir acá semanalmente es como un hábito ya. Vengo cada semana, verifico que el cartel funcione bien y hago las reparaciones necesarias”, describe el operario, que estudió diseño multimedial y por gusto acabó en la creación y mantenimiento de letreros.
Su trabajo, dice, “consiste en reemplazar todo lo que se quema”. “A veces se daña algún cable o se quema algún led. Anteriormente, se trabajaba con neón y quizás era más complicada la tarea porque había que llevarse los materiales al taller, reparar el neón y volver a traerlo. Y el cartel no se veía en óptimas condiciones por dos o tres días. Ahora la tarea consiste en si se quemó el led, se reemplaza en el momento y ya el cartel queda funcionando perfectamente”, cuenta Dermendyieff.
“No tengo miedo porque no es peligroso lo que hago”, asegura Dermendyieff, quien realiza esta rutina una vez por semana.
El cambio de neón a led en las luminarias se produjo “hace aproximadamente un año y medio” y “mejoró bastante el cartel porque se llegó a que se viera perfectamente iluminado en su totalidad”.
Peligro y prevención
Dermendyieff se ríe ante la consulta sobre sus eventuales temores: “No tengo miedo porque no es peligroso lo que hago”, asegura. Y continúa: “Bajo el punto de vista de algunos, el riesgo puede llegar a ser estar a 130 metros de altura, pero se trabaja con elementos de seguridad que evitan que sea riesgoso. Arnés, cascos… Y se sube con seguro total. Tenés que trepar y atarte”.
Al ser interrogado sobre si existen peligros eléctricos, lo niega rotundamente. “Desde que se reemplazó toda la iluminación por led se trabaja en 12 volts y los únicos inconvenientes se dan cuando se queman los led y tengo que cambiarlos, pero no hay riesgo eléctrico porque es muy poco voltaje para hacer el trabajo”.
En el pasado, cada letra contenía más o menos unos 75 metros lineales de vidrios de neón. Y había un medidor específico con el nivel de luz que gastaban. Eran varias filas dentro y estaban colocadas sobre un bloque de hierro, una estructura galvanizada. El consumo, ahora que las líneas fueron reemplazadas por led, es mucho menor, al igual que el costo de mantenimiento, lo cual supuso otra ventaja más que supo abonar el cambio.
Si bien revela que la primera vez que subió a la terraza del Elíades “no entendía nada de tanto hierro y tanto cable que veía”, Dermendyieff sostiene que ya se acostumbró. Como no podría ser de otra manera, el hombre de 43 años admite que ama la adrenalina y que habituarse era solo cuestión de tiempo. Inclusive, relata que hace surf todos los días, al amanecer, en verano o en pleno invierno. “Llueve o truene”, confiesa, aunque el frío cale los huesos, en cualquier playa donde haya olas.
Durante la entrevista, recuerda que comenzó a realizar tareas de mantenimiento en la cartelería de Havanna a principios de 2012. Siempre trabajó sin horario fijo. En un comienzo, solía llevar como colaborador a un empleado que se fue a vivir a Chile y tras ello a su hermano menor, quien estudiaba para ser contador y después se mudó a Buenos Aires.
Y reitera que cuando la iluminación era de neón, la labor insumía más tiempo. Si bien antes -como ahora- no estaba obligado a cumplir un horario fijo, Dermendyieff se quedaba allí arriba hasta seis horas y debía concurrir “sí o sí” dos veces por semana para corroborar que no hubiera daños consumados o potenciales fallas.
Dermendyieff asegura que la terraza del Demetrio Elíades “es el mejor lugar para laburar. Estás solo y se observa toda la ciudad”.
“Antes estaba todo en muy mal estado: electricidad, cableado, corriente común (alterna) y corriente de alta tensión (de entre 10 mil y 15 mil voltios). Nosotros lo mejoramos, porque ahí estás trabajando con la corriente en la mano siempre”, especifica, y aclara que alguna vez estuvo cerca de lastimarse: “Era alta tensión con poco amperaje. Me agarró electricidad dos o tres veces. No me iba a matar, pero me dio un lindo sacudón”, bromea.
Actualmente, el operario señala que “el tiempo que lleva terminar el trabajo depende de la cantidad de reparaciones que haya que hacer en el día”. “Es más o menos media hora, 40 minutos, por cada reparación. Por lo general, estoy de dos a tres horas en una jornada y vengo una vez por semana o cada diez días”, calcula.
Brillando siempre
El cartel de Havanna, que se encuentra en el mismo lugar desde el verano de 1970, se enciende todos los días, en forma automática. Dermendyieff lo configura por reloj según la estación. En invierno, las luces se prenden a las 18 y se apagan a las 23, mientras que en verano brillan por mayor tiempo: desde las 20 hasta las 4, aproximadamente.
“Se hace desde el tablero, que permite trabajar de manera sectorizada. Es decir, letra por letra, por si hay algún inconveniente de cortocircuito, se anula la letra y se verifica dónde está el problema”, indica.
También detalla que el principal inconveniente para el mantenimiento del cartel es el viento. “Es tan fuerte a veces que no se puede subir, o antes por ahí hacía que se pudiera romper algo. Si no se rompía nada, a veces hacíamos otro tipo de tareas: ajuste de líneas, un ajuste preventivo para que no se rompiera todo lo que podía llegar a romperse, y lo mejorábamos. Había que hacer pintura de cables, refuerzos. Aparte de unirlos, se entrelazaban y se trenzaban, porque con las ráfagas que hay ahí, el cobre cedía y se cortaban, y el neón dejaba de funcionar. Pero desde que está el led es mucho más fácil, rápido y menos peligroso”, describe.
No obstante, Dermendyieff considera que la terraza del edificio Demetrio Elíades “es el mejor lugar para laburar”. “Estás solo ahí, en silencio. Lo único que molesta, repito, es el viento. Pero después, no hay ningún inconveniente. Hay una vista… Se observa toda la ciudad y si mirás al mar, se alcanza a ver la curvatura del planeta en el horizonte”, añade.
Siempre detrás
Dermendyieff trata de describir sus sensaciones, después de tanto tiempo al frente de las tareas de mantenimiento del cartel emblema de la ciudad. “Uno siempre está atrás del cartel, mañana, tarde o noche, aunque no lo vean o lo vean muy chiquitito desde abajo”, narra.
Y de cara al futuro, por tratarse de una tarea que le exige un gran esfuerzo físico, augura: “Pienso seguir haciendo este trabajo hasta que me dé el cuerpo, lo cual no sería un problema por el momento. Tengo varios clientes y me dedico hace rato a hacer este trabajo de mantenimiento en cartelería, así que puedo darle unos cuantos años más, a menos que me vaya a otro país”.
Emblema
El emblemático cartel de Havanna fue encendido por primera vez en la noche del 11 de febrero de 1970. El edificio había sido inaugurado el 4 de diciembre de 1969 y su construcción -iniciada en agosto de 1966- marcó tiempos sorprendentes para la época. En principio, iba a llamarse Torre Belvedere pero finalmente llevó el nombre de su impulsor, el empresario Demetrio Elíades, que murió sin ver terminada su obra.
Con cuarenta pisos y 130 metros de altura, el Elíades sigue siendo el edificio más alto de la ciudad y su cartel, más que una publicidad, es una luminosa referencia de la identidad marplatense.