Aplicando los conceptos del desperdicio cero y la cocina de proximidad, son parte del menú en comedores sociales o en un restaurante de alta cocina.
Por Belén Delgado
BRUSELAS, Bélgica.- Antes de que cientos de toneladas de alimentos producidos en Bélgica sean descartados para su venta, la organización Hearth Project se encarga de recuperarlos y crear con ellos platos de temporada que acaban en comedores sociales o en un restaurante de alta cocina.
El chef Elliott Van de Velde, promotor de la iniciativa, lleva cuatro años luchando contra el desperdicio alimentario y la precariedad a su manera, esto es, cocinando los productos que grandes productores y distribuidores desechan por no ajustarse a las medidas del mercado.
Desde 2019, con un equipo de más de 350 voluntarios, ha conseguido salvar unas 400 toneladas de comida utilizándolas para alimentar a unas 250.000 personas en situación de vulnerabilidad a través de una red de entidades sociales.
Su última idea en cuajar ha sido la apertura en 2022 del restaurante Entropy, ubicado en un edificio histórico del centro de Bruselas donde ofrece al público las recetas en las que va innovando, jugando siempre con los conceptos del desperdicio cero y la cocina de proximidad.
En declaraciones a Efeagro, Van de Velde pone el ejemplo de los champiñones que sirve acompañados de puerro, semillas y una salsa fermentada, junto a una bebida elaborada a partir de manzana y lavanda.
“Recogemos los champiñones de una granja que los produce durante todo el año a una humedad y temperatura determinadas. No tiramos nada, ni siquiera los tallos; los colocamos en una caja y recorremos en bicicleta 1,5 kilómetros hasta traerlos al restaurante para cocinarlos directamente. Como no pasan por el frigorífico, mantenemos sus propiedades frescas y ahorramos energía”, apunta.
Más del 80 % de lo que se consume en el restaurante es producto local y de temporada, una regla básica sobre la que giran los talleres que se organizan para quienes muestran interés en esa gastronomía de los excedentes.
En un mundo en el que un tercio de los alimentos que se producen acaban en la basura, los fundadores de Hearth Project han hecho cálculos y saben cómo transformar una tonelada sin vender en 600 comidas.
La directora del proyecto, Adeline Barras, explica que trabajan con grandes productores como Unilever y distribuidores como Metro, unos pocos socios con los que se aseguran la recogida de grandes cantidades y una mayor eficiencia en la logística.
El mismo principio aplican con las asociaciones que reparten los alimentos entre las personas más necesitadas; intentan que haya un mínimo de 50 beneficiarios cuando se ponen manos a la obra para ser más sostenibles.
“Aunque seamos una organización sin ánimo de lucro, es muy importante cuidar la parte financiera porque necesitamos ser rentables y crear asociaciones que duren a largo plazo”, afirma Barras.
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De esa forma, dan salida a los productos que no se venden porque tienen un aspecto distinto, como el caso de cientos de pequeños bizcochos de chocolate o “brownies” que por ser demasiado oscuros quedan fuera del escaparate de las tiendas, aun siendo perfectamente comestibles.
También ocurre con los paquetes de arroz que, tras pasar por la planta de procesamiento, terminan pesando algo más de lo que pone en la etiqueta, lo que lleva a los fabricantes a donarlos para ahorrarse el proceso de volver a empaquetar esos productos.
“Ahora nos llegan tantas cantidades que necesitamos a otras organizaciones para que las distribuyan. Si no lo haces, los proveedores dejan de confiar en ti porque ven que van a tener que tirar el resto”, asegura la responsable.
Una presión añadida a esta actividad que busca luchar contra el desperdicio alimentario y ayudar a quienes más lo necesitan, ofreciéndoles los excedentes que otros no quieren.
EFE.