Opinión

Todos somos los incendiarios de Valeria del Mar

Por Nicolás Antoniucci - Paisajista

¿Qué decir ante la impotencia que causa un hecho así?

¿Fue el curso de la naturaleza? ¿Fue responsabilidad del hombre o de alguna persona ignorante y descuidada? O tal vez mal intencionada.

¿Quién, qué o cuál es el causante de tanta destrucción?

Pero si fue el hombre ¿no es el hombre también una creación de la naturaleza?

Preguntas que brotan tratando de entender algo que va más allá de nuestra propia comprensión. El dolor es inevitable frente a la imagen desoladora de los gigantes verdes muertos aún de pie.

Para tratar de entender el alcance de este lamentable hecho debemos remontarnos a principios del siglo pasado, cuando colonos de la tierra como la familia Guerrero en Cariló y Valeria del Mar, el arquitecto Jorge Bunge en Pinamar y, más tarde don Carlos Gesell en la ciudad que lleva su apellido, se propusieron forestar las dunas móviles de este pedacito de la Costa Atlántica para que luego, en pocos años, explote uno de los negocios inmobiliarios más pujantes de todo el país.

Arduo trabajo

Impresiona ver cómo, sin recursos casi, se impusieron a las vicisitudes que proponen los fenómenos climáticos. Tormentas de viento y arena que tapaban por completo los juveniles pinos y que había que desenterrar a mano, sequías prolongadas que había que apaciguar con pequeños carros cisterna propulsados por algún animal de tiro o con la ayuda de algún rudimentario tractor.

Haber plantado un árbol y haberlo hecho crecer es una tarea noble y sumamente agradecida por los habitantes de un mundo depredado en materia forestal. Imagínense ahora qué tendríamos que decir de un hombre con un puñado de ayudantes que plantaron uno de los bosques más hermosos de la provincia en uno de los sitios más difíciles y sin la ayuda de la tecnología que hoy tenemos.

Hoy heredamos esas tierras forestadas y disfrutamos de sus bondades gratuitamente. Claro, si queremos un lote allí deberemos pagarlo, como en cualquier otra parte. Tal vez más caro por estar en un entorno increíble que le da esta arboleda. Recordemos que la costa bonaerense tiene algo así como 1200 kilómetros desde San Clemente hasta su límite sur y que las condiciones paisajísticas varían, pero no tanto. El único motivo para que un terreno cueste lo que cuesta es su entorno natural de implantación artificial: los pinares. Pinares que han fijado dunas móviles y que han hecho posible la urbanización en condiciones paisajísticas insuperables.

Porque ¿a quién le gustaría implantar una propiedad vacacional en una duna móvil y a los cuatro vientos (en especial sin reparo de sudestadas)?

Fortuna

Toda esta rica herencia, que el Estado usufructua con altísimos impuestos inmobiliarios y es incapaz de replicar en nuevas áreas, es evidente que hay que cuidarla. Disponer de un cuerpo activo de guardabosques que velen por su seguridad en épocas de riesgo ígneo, así como de un vivero estatal encargado de reforestarlo. Los árboles son exóticos, eso quiere decir que son nativos de otras zonas, con características diferentes.

La costa bonaerense es muy salina, una de las peores del mundo en ese aspecto. Lo sabemos cada vez que observamos un trozo nuevo de metal que al poco tiempo de exponerse a la brisa marina parece provenir de un naufragio por el nivel avanzado de oxidación.

También podemos verlo en esa “grasitud” que se forma en los parabrisas de los autos que dejamos estacionados un rato en la costa. Gracias a esas condiciones la expectativa de vida de los árboles exóticos, aún los adaptables a ambientes de salinidad, se ven disminuidas drásticamente.

Replantar el bosque ahora que el mismo está consolidado es muy diferente que en su origen, cuando una tormenta de viento podía dejar las plantas sepultadas. Ni hablar si consideramos las tecnologías agropecuarias que disponemos, como riego, fertilizantes, polímeros de retención de humedad para el suelo.

Hoy es mucho más fácil que ayer. Solo falta la voluntad y seriedad de parte del estado y la exigencia de parte de la sociedad. Cuidar el bosque es también un buen negocio para el estado si quiere asegurar las altas tasas inmobiliarias del futuro, porque sin bosque esas localidades balnearias no valdrán más que un poco más que nada.

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