Opinión

Todo comenzó bailando

Por Fabrizio Zotta

I.

– Buenos días, soy Fabrizio, el que escribe esta columna. ¿Podría usted identificarse para el resto de los lectores, por favor?

– Sí, claro. Soy uno de los responsables de la organización de una fiesta popular de gran tradición. La Fiesta Nacional de…

– No digamos cuál, por favor, así no herimos ninguna susceptibilidad.

– Perfecto, gracias.

– ¿Y quiénes son los artistas que tiene pensado contratar para el gran cierre de la edición de este año?

– Nuestro primer candidato siempre es Abel Pintos, pero usted sabe, a veces no se puede. Entonces tenemos en la lista a Lali Espósito, Marama o Rombai (si no están ya separados) y Los Totora, en ese orden.

– ¿Y a qué se debe elección de los nombres para esta lista breve? Ninguno tiene que ver con lo que llaman “la tradición.”

– Garantizan el público.

– No más preguntas, muchas gracias.

– ¿Puedo mandar un saludo?

– No.

II.

“Después de Borges no apareció ningún otro”; “¿Por qué no hay ahora un Charly García?”

Muchas veces escuchamos –y hasta dijimos probablemente- alguna de estas expresiones. La muerte de la máxima figura del arte que representa toda una época, en cuando al discurso, pero también al estilo es palpable, puede sostenerse sin dificultad. Si bien la afirmación de que después de los íconos aquellos no ocurrió nada más en la cultura popular tiene mucho de prejuicio y de dogmática, también goza de algún criterio de verdad: ya no aparecen íconos, sino que abundan otras variables, como la del ídolo, o la del fenómeno, que responden a otra lógica de formación, consolidación y desaparición.

El arte popular, por definición, está asociado a las prácticas: ocurre en la historia, esto quiere decir que sucede en un espacio concreto, que no solo es pura teoría, belleza abstracta. Así, una práctica genera la siguiente, y ese devenir va construyendo una cadena de producción colectiva, que –como efecto inevitable- recrea la historia, la época y las mismas prácticas. Entonces el sistema vuelve a empezar. El chiste, por ejemplo, es una muestra del mecanismo de producción del arte popular: un autor anónimo, cuya inmortalidad está en la reproducción de la práctica. A diferencia del arte de elite, en donde el autor es parte de lo creado, y la demanda es también un criterio de producción, en lo popular esas razones desaparecen: el arte popular crea su propia demanda.

III.

En 1985, en la Argentina el que llenaba estadios era Charly; y cuando vender discos era un indicador válido para medir popularidad, “Rockas vivas” de Miguel Mateos/Zas fue el más vendido de la historia, con unas 500.000 copias, hasta que llegó “El amor después del amor”, de Paez, que vendió más de 700.000, y ya ningún otro lo superó.

En octubre de 2015, de las 10 canciones más reproducidas en Spotify Argentina 5 fueron de la banda uruguaya Rombai, y 4 de la igualmente oriental Marama. Es decir, 9 de las 10 canciones más escuchadas en nuestro país en Spotify se reparten entre estas dos bandas. En enero la cosa no había cambiado mucho: había 7 en el top ten. Y en marzo la tendencia es la misma, hay 6.

La explosión comercial de estas bandas también se verifica en los shows en vivo, y en la transversalidad de su aceptación: no es un consumo cultural de nicho, sino que abarca una gran amplitud de clases sociales, en un rango etario específico.

¿Podría entonces decirse que después de Charly no hubo nada? Sí, si analizamos qué fue Charly para la cultura popular de su época. Y, efectivamente, no hay otro que haya ocupado ese sitio, porque es la necesidad histórica de la demanda popular, y no el artista, la que provoca el ciclo de los referentes: la actualidad no necesita ser narrada desde la música, como en las últimas décadas del siglo pasado. La voz, el intérprete que daba sentido a un tiempo histórico a través de su música, como fue el caso de Charly desde fines de los 70 y hasta los primeros 90, tenía más que ver con un rol histórico a cumplir, que le tocó a él. Y en su obra se explica su tiempo.

Hoy, el placer del arte no está en los criterios que emergieron en los 80, en la palabra del autor, en la descripción de la época, en una mirada autorizada que explica y desnuda. El placer, como ocurre con otras prácticas sociales hoy parece estar en el entretenimiento. La música más reproducida es divertida, no importa su partitura, ni su lírica, ni su carácter denunciante, ni la hermenéutica del presente: los criterios bajo los cuales se la observa son otros. Y de eso no es responsable la obra, sino el matiz del hoy. Lo mismo sucede con la forma, el canal, a través del cual se reproduce: la plataforma de streaming permite el consumo a la carta, es plástica, acomoda su forma a quien escucha: se crean playlist, se adapta el contenido al usuario. Y es, precisamente el usuario, quien tiene el poder de la construcción del relato sobre la época, y por eso prescinde del chaman que se la explica.

IV.

– Perdone, igual yo creo que “Todo comenzó bailando aquella noche loca de los mil tequilas” es objetivamente de menor calidad que “Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar.”

– Lo mismo decían de Palito.

– Ah, bueno. Pero a mí me gustaba Palito, no va a comparar.

– Por supuesto que no, señora. No se ponga así.

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