Por Jorge Raventos
El presidente Macri está indudablemente sensibilizado: sus lágrimas en la gala del G20, repetidas en su reciente encuentro con cuadros del oficialismo, parecen demostrarlo. Sólo los desconfiados se las atribuyen a alguna ocurrencia marketinera de Jaime Durán Barba.
La emotividad presidencial tiene disparadores comprensibles. Ha iniciado el cuarto y último año de su período con un horizonte incierto, muy distinto del que calculaba al inaugurar la gestión. Es cierto que -postal del G20- las naciones más relevantes le manifiestan simpatía y muestran cierto respaldo, pero eso no impide que la economía siga complicada: el riesgo país alcanzó esta semana los 761 puntos (lo que equivale a decir que la Argentina no tiene crédito en los mercados); según las previsiones de otoño que el FMI presentó recientemente, el PBI del país caerá este año el 2,6 por ciento; la inflación de noviembre que acaba de informar el INDEC (3,2 por ciento) determina que, en los primeros once meses de 2018 los precios acumularon un alza de casi 44 puntos ( y rozarán los 50 al concluir diciembre, lo que vuelve improbable el cumplimiento de la meta oficial de 23 por ciento para el año próximo); el endeudamiento público ( 330.000 millones de pesos) representa casi el ochenta por ciento del producto; 12 de cada 100 pesos que el gobierno percibe en tributos debe destinarlos a pagar los intereses de esa deuda.
El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina reveló esta semana que el país tiene un 19 por ciento más de pobres que un año atrás. Un 33,6 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y 6 de cada cien son directamente indigentes. Más de 13 millones de argentinos no pueden satisfacer sus necesidades básicas. Las cifras negativas son más altas que las que el gobierno de Cambiemos recibió de la gestión kirchnerista.
Así, es posible entender mejor qué hay detrás de los raptos de sensibilidad del Presidente. Comenzó 2018 apuntalado por el triunfo electoral de unos meses antes y con una perspectiva muy abierta para su voluntad de reelección, y termina el año sumido en un pantano económico y con una imagen positiva severamente deprimida.
¿”El mundo” es sólo el hemisferio norte?
Es lógico que sus estrategas de comunicación busquen imponer tópicos distintos de la economía. Por ejemplo, el buen eco internacional que obtiene Macri.
Pero también ese se vuelve un terreno con baches y dilemas cuando la principal preocupación es la elección del año próximo.
Por caso, el mismo gobierno que (con buen criterio) se plantea como objetivo reinsertar a Argentina en el mundo y se vanagloria de estar lográndolo, decide que Mauricio Macri no asista a la asunción de su próximo colega de Brasil, Jair Bolsonaro el 1 de enero de 2019. ¿Es que “el mundo” reside exclusivamente en el hemisferio norte?
La Casa Rosada debió asimilar la crítica (particularmente la que emanó de sectores empresariales, pero también la que formularon opositores razonables como el senador peronista Miguel Pichetto) y convino con Bolsonaro visitarlo en Brasilia dos semanas después de su asunción. Es mejor que nada, pero no es lo mismo.
El presidente permanecerá el 1 de enero en el sur argentino, descansando junto a su familia. Después de un año muy trajinado y en el umbral de otro que será decisivo para su ambición de retener el gobierno, es razonable que Macri necesite sosiego y calor de hogar. Pero la inasistencia a una ceremonia que concierne y compromete a la gran nación vecina y socia no puede fundarse en pretextos livianos: al fin de cuentas Brasilia está a tiro de piedra de la Patagonia; un paréntesis de unas horas en el descanso no parece un precio elevado para cumplir, al menos, con las formas (que siempre revelan contenidos). Es inevitable que Brasil -no sólo el bando de Bolsonaro, que es, por otra parte, el bando legitimado por la mayoría, sino todo el Brasil político- reaccione con suspicacia ante la ausencia y la lea, más allá de las excusas, quizás como una afrenta. Por lo menos como una toma de distancia.
No es improbable que quienes asesoraron al Presidente en esta decisión hayan buscado subrayar, precisamente, esa toma de distancia.
Parece claro que esos consejos no surgieron desde la lógica de la política exterior o la diplomacia (el canciller había asegurado que Macri viajaría a Brasil para la asunción de Bolsonaro y la mayoría de los analistas coincide en que, más allá de la opinión que pueda suscitar el futuro mandatario brasilero, es de interés nacional argentino consolidar las mejores relaciones con el país vecino). La decisión parece, más bien, sostenida por la especulación electoral.
Bolsonarismo + pañuelos verdes
Los arúspices de la Casa Rosada están apremiados a confeccionar con delicadeza un relato formado con fragmentos contradictorios si quieren dar satisfacción a un electorado que, de un lado, se ve decepcionado por los resultados de estos tres años de gestión y, por otro, muestra pulsiones difíciles de conjugar.
Si las mayores expectativas económicas quedan postergadas (en el mejor de los casos, hasta el frecurrente segundo semestre) la explotación del tema seguridad (que infla las velas de Patricia Bullrich) se muestra como una cantera rendidora, ya que se trata de un reclamo social. Pero esa línea de acción en primer lugar no termina de ser asimilada por el conjunto de Cambiemos. Elisa Carrió advirtió contra los riesgos de “fascismo” implícitos, según ella, en el protocolo que redactó Bullrich para guiar la acción de las fuerzas del orden de jurisdicción federal (“fascismo” y “populismo” son dos términos que se usan a troche y moche con intención denigratoria para designar fenómenos muy heterogéneos).
La explotación del tema seguridad (así se hable de “mano justa” en lugar del tradicional “mano dura”) suele ser definida como una “bolsonarización” del gobierno. El gobierno quiere el contenido pero prefiere huir de esa etiqueta porque le ahuyenta los segmentos de sedicente progresismo que lo integran y porque, además, resulta chocante para otro nicho que Jaime Durán Barba quiere explotar electoralmente: el del “empoderamiento femenino” (la línea de Durán se ve estimulada recíprocamente estos días por la ingente repercusión del espinoso caso Darthes y la búsqueda de un fenómeno Me-too local, como otra homologación para “estar en el mundo”).
Mano dura y feminismo amarillo, yin y yang a la criolla. Fruto de esa ardua suma algebraica de índole electoral, Macri decide permanecer en la Patagonia y no viajar en tiempo y forma a la asunción de Bolsonaro. Estar en el mundo, pero no en el vecindario.
Marketing vs Política
Las preocupaciones de marketing electoral (aún las que en ese terreno específico pueden resultar redituables) muchas veces terminan siendo contraproducentes en el campo de la construcción política. Suele señalarse que la insistencia en polarizar con la señora de Kirchner (que equivale a inflar la figura de ésta como amenazante challenger), si hasta ahora parecía un recurso electoral prometedor, tiene la cruel desventaja de asustar a los inversores y, por lo tanto, conspira contra el principal salvavidas político que puede esperar el gobierno, que es la estabilización de la economía y la reactivación.
La descripción (en la que insiste al menos un sector de la coalición oficialista) del conjunto del peronismo, incluidos aquellos que han contribuido a la gobernabilidad, como “el pasado”, puede ser eficaz en la pulseada electoral, pero desarticula la construcción de consensos de mediano y largo plazo y ha llevado a una figura relevante como el titular del bloque del Pro en Diputados, Nicolás Massot, a expresar su preocupación porque “nos convertimos de una expresión antikirchnerista a una expresión antiperonista” , cuando “necesitamos alianzas para go-ber-nar”.
Otro punto en que el marketing y las miradas de corto plazo chocan con la construcción política es la llamada “política de transparencia”. Esas pulsiones, que en la expresión espontánea de la sociedad surgen como reclamos contra formas de impunidad, cuando se las destila propagandística y mediáticamente terminan poniendo en marcha mecanismo dañinos, presiones sobre la Justicia y atmósferas que, invocando la pureza moral, conspiran contra un sano clima de producción, crecimiento y convivencia.
La saga de los cuadernos, que ha ocupado horas de radio y televisión y suscitado decenas de titulares de la prensa gráfica, pudo ser considerado por el oficialismo como un instrumento para su pulseada electoral, pero también ha paralizado el programa PPP (de inversión público-privada) en el que el gobierno depositaba grandes expectativas para movilizar obra pública y termina impulsando la imputación de empresarios de gran porte como Paolo Rocca, Eduardo Eurnekian y también al padre del Presidente, Franco Macri, y a un hermano, Gianfranco. ¿Hay que optar entre inversión y ética?
¿Transparencia o confianza?
Para entender estos dilemas, conviene pedir ayuda a gente que piensa. Un caso, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, a quien en los últimos años se lee con atención en la academia y en las empresas.
“La demanda de transparencia presupone la posición de un espectador escandalizado”, escribe Han.
Sucede que una cosa es la reacción espontánea de ese espectador y otra en encarrilamiento del escándalo por otros intereses (electorales, empresariales, mediáticos, etc.). “La sociedad de la transparencia, poblada de espectadores y consumidores, es la base de una democracia del espectador” -agrega Han. En efecto: una democracia alborotada pero pasiva y quejosa, sobre la que intervienen sectores activos con sus propios fines y en la que la política se vacía.
Dice Han: “La pérdida de la esfera pública genera un vacío que acaba siendo ocupado por la intimidad y los aspectos de la vida privada”.
El desarrollo de una sociedad, de una nación, requiere la creación de espacios de confianza para la convivencia y la construcción en el tiempo. Advierte Han: “Hoy se oye a menudo que es la transparencia la que pone las bases de la confianza. En esta afirmación se esconde una contradicción. La confianza solo es posible en un estado entre conocimiento y no conocimiento. Confianza significa, aun sin saber, construir una relación positiva con el otro. La confianza hace que la acción sea posible a pesar de no saber. Si lo sé todo, la confianza sobra . La transparencia es un estado en el que el no saber ha sido eliminado. Donde rige la transparencia no hay lugar para la confianza. En lugar de decir que la transparencia funda la confianza, habría que decir que la transparencia suprime la confianza. Solo se pide transparencia insistentemente en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”.
Si 2019, año electoral, va a resultar un año bisagra, esto dependerá menos de quién sea el que salga primero en las urnas, que de la capacidad de quienes ganen y quienes lleguen detrás para asumir sus respectivas responsabilidades y elaborar, dentro del marco de la competencia, la colaboración en políticas de estado. Más que una Argentina de la denuncia, la pasividad y la demanda de transparencia, hay que trabajar por una Argentina de la confianza, la cooperación y la participación. Una sociedad de vecinos que cooperan con confianza.