Desde la autoficción, Claire reconstruye su historia familiar mediante un viaje por el desierto que la llevará a reflexionar sobre clasismo, sexualidad, maternidad y literatura. El equipo de la editorial El Gran Pez explica por qué su voz –ácida y brutal– es imprescindible en la narrativa contemporánea.
Por Rocío Ibarlucía
Claire Vaye Watkins creció en un pequeño pueblo del oeste estadounidense habitado por serpientes, coyotes, escorpiones, espinas y bombas nucleares. Sí, en esta tierra desértica que se ubica entre California y Nevada, dedicada sobre todo a la explotación minera, se han hecho más de mil detonaciones con fines experimentales desde los años 50 hasta los 90.
La autora nació en esta zona porque su padre, Paul Watkins, se asentó allí junto a “La Familia” de Charles Manson a fines de los sesenta para comenzar con sus prácticas de sometimiento corporal que se volverían cada vez más frecuentes. Tiempo después, tras salir de la secta y denunciar a su líder, Paul formó su propia familia con Martha y dos hijas, entre ellas, Claire.
Este suelo sembrado de peligros, violencia y pobreza es su hogar y también el escenario de su última novela: “Te amo pero elegí la oscuridad”. Publicada después de su libro de cuentos “Battleborn” (traducido al español como “Nevada”) y su novela apocalíptica “Gold Fame Citrus”, esta tercera obra salió a la luz en 2021 en Estados Unidos bajo el sello Riverhead Books y fue seleccionada como Libro del Año por The Washington Post, Vogue y NPR. Tras un largo recorrido de reconocimientos, finalmente su traducción llegó a las librerías argentinas este octubre, de la mano de la editorial marplatense El Gran Pez.
Con este libro, el sello editorial El Gran Pez suma su tercer título tras las novelas del verano “Todos se escondieron ya” de Yuri V y “Azara” de Ana Iriarte.
Con “Te amo pero elegí la oscuridad”, la autora explora en la autoficción, al partir de datos autobiográficos para construir un relato sobre Claire, una escritora y profesora universitaria que abandona a su bebé de un año y a su marido en medio de una crisis diagnosticada como depresión postparto. Su incapacidad para sentir emociones por los demás cala tan hondo que necesita volver a su tierra natal en búsqueda de su identidad.
Contra las expectativas sociales de lo que debe ser una madre, se pierde en las carreteras y los bares del oeste, se droga con antiguos amigos, tiene sexo con amantes, se baña desnuda en aguas termales, se reencuentra con su hermana, buscando entender quién es realmente, cómo llegó a serlo y cuál es su lugar en el mundo.
A través de una estructura fragmentaria, la novela va intercalando episodios del presente con memorias de su infancia, desgrabaciones de cassettes de su padre y cartas de su madre a una prima. Con estas huellas del pasado, Claire se enfrenta a un legado de drogas, sexo y sectas de sus padres ya fallecidos, vuelve a sus orígenes y reconecta con su lengua materna.
Este retrato visceral sobre su familia se entreteje con ácidas reflexiones en torno al clasismo en Estados Unidos, así como lleva al extremo discusiones alrededor del sexo, el poliamor, la maternidad, la familia, las drogas, el ecologismo y la literatura. Políticamente incorrecta, la escritura de Watkins incomoda, porque se atreve a cruzar límites morales y decir lo que piensa sobre la sociedad estadounidense desde una honestidad brutal y sin abandonar el sentido del humor.
Alejandra Rumitti y Esteban Prado, de la editorial El Gran Pez, y Sofía Bras Harriot, del equipo de traducción, explicaron a LA CAPITAL qué los cautivó de Claire Vaye Watkins para decidirse a publicarla en Argentina y por qué su narrativa resuena también en nuestro territorio.
Foto: Heike Steinweg.
-¿Cómo llegaron a Claire Vaye Watkins?
-Nos la recomendó Manuel García en una feria. Le quedaban los últimos ejemplares de “Nevada”, el primer libro de Watkins traducido al español. Lo leímos al regreso de esa feria y nos encantó. Enseguida quisimos leer más de ella y así llegamos a “Te amo pero elegí la oscuridad”.
-¿Qué los atrapó de “Te amo pero elegí la oscuridad” para decidir traducirla y publicarla por El Gran Pez?
-Nos atrapó de entrada. En muy pocas páginas nos expone a todo su potencial: la maternidad, la depresión postparto, la crisis amorosa, el humor y la capacidad de narrar sin concesiones. Después, ya con la lectura completa del libro, sentimos que se trata de alguien que está muy lejos, en otro mundo, como puede ser el desierto de Mojave en Estados Unidos y, al mismo tiempo, alguien muy cercano. En el panorama de la narrativa actual, con muchas voces internacionales y un ida y vuelta cada vez más afinado entre agentes literarios, la voz de Claire Vaye Watkins desentona y chirría de una manera que nos da alegría leerla.
-Con esta publicación, suman tres títulos a su editorial. ¿Cómo piensan su catálogo? ¿Existe una búsqueda conceptual o formal que oriente la selección de sus libros?
-Tenemos la colección La novela del verano, en la que se incluye “Todos se escondieron ya” de Yuri V y “Azara” de Ana Iriarte. Pronto vamos a publicar “Algo que nadie hizo” de Matías Aldaz. Salvo por esta colección, que busca novelas que se lean de una sentada, no tenemos un programa. Con “Te amo pero elegí la oscuridad” sucedió algo muy lindo, no es cotidiano encontrar este tipo de libros. Diríamos que es una búsqueda sin concepto, algo abierto, receptivo, como una gran chapa en el fondo de un hoyo en medio del desierto con la expectativa de sintonizar una radiofrecuencia extraterrestre. Cuando sucede, sabemos que está sucediendo. Pero no terminamos de saber muy bien cómo ni por qué.
-Este es el primer libro traducido de El Gran Pez. ¿Están pensando crear una nueva serie de traducciones? De ser así, ¿qué tipo de obras o autores les interesaría explorar?
-Seguramente sigamos con otras traducciones, no sólo del inglés y tampoco de nuestro presente. En la editorial el diálogo se va armando entre siete personas y ya hay algunas cosas en el tintero, pero nuestros planes son a treinta días, hoy no hay más horizonte.
-¿Cómo perciben que el tono ácido y políticamente incorrecto de Claire dialoga con nuestro presente y resuena también en nuestro territorio?
-Nuestro presente es una versión resonante, dislocada y degradada de las discusiones que simulan tener los estadounidenses mientras destruyen el mundo. Una voz como la de Claire, que se ríe de los chicos Tesla y que lleva las discusiones con lucidez un paso más allá de la corrección política, nos parece imprescindible.
-¿Qué desafíos les presentó la traducción al español rioplatense?
-El desafío estuvo al principio, hasta que encontramos el tono. Y la respuesta llegó un poco a través de algo fuimos asumiendo: de alguna forma, el inglés de Claire es al inglés de Cambridge lo que nuestro español rioplatense es al de la RAE. La traducción es apasionante, implica trabajo y aprendizaje. Por momentos nos encontrábamos rastreando una tribu urbana, una banda, una obra de teatro del siglo XIX, otras, tratando de desandar un juego de palabras que involucraba una planta que sólo crece en el desierto del Mojave; también nos enfrentamos con muchas palabras-concepto que íbamos arreando hacia nuestra lengua con mucha dedicación y otras… solitas encontraban su correlato perfecto a través de la ocurrencia y el diálogo.
-Si tuvieran que elegir una imagen o escena clave de la novela para describir a quienes aún no la han leído, ¿cuál sería?
-Es difícil elegir sólo una imagen en una novela tan caleidoscópica. Vamos a elegir dos: en una, está Claire de niña, mientras se prepara para bañarse en las termas públicas mira las marcas del trabajo no remunerado en los cuerpos de las mujeres de Tecopa; en la otra, Claire ya adulta tiene el agua al cuello en un río y sostiene un iPod con el brazo en alto. Cuando la lean, van a saber por qué las elegimos.
-Pidieron a la autora una explicación de la expresión ‘white trash’ (definido por ella como un insulto clasista para referirse a los blancos pobres en los Estados Unidos). ¿Qué tan representativo es este concepto del tono general de la novela y del posicionamiento de la autora?
-En la escucha de una entrevista entendimos que es un término clave para la autora y advertimos que también lo es para la novela, aunque aparece una o dos veces nada más. Al preguntarle, despertamos su elocuencia y recibimos un ensayo breve, casi un manifiesto en el que pone en juego todo lo que la atraviesa: su historia personal y el miedo infantil a ser tildada de ‘white trash’, la crítica al individualismo y la meritocracia estadounidenses, la posibilidad de construir una identidad en torno a ese término, la reflexión sobre el lenguaje y también el juego de palabras entre trash y la basura nuclear.
‘White trash’ podría ser traducido como ‘basura blanca’ en su sentido más literal, pero la autora explica a los editores de El Gran Pez que se trata de un insulto clasista con significados sociales más profundos: “En esas dos palabras se inscriben los mitos del individualismo y la meritocracia estadounidenses: si sos pobre, es porque te lo merecés, no sos digno de que se cubran tus necesidades básicas, sos basura, sos desechable, menos que humano, de lo contrario –según la lógica capitalista estadounidense– no serías pobre”.
Esta etiqueta social y discriminatoria expone, para la autora, la estratificación de clases en su país, algo que es frecuentemente negado por la mayoría y que su ficción busca poner sobre la mesa.
Además, la palabra ‘trash’ (basura) condensa en la zona rural de donde es Watkins otras acepciones vinculadas a las detonaciones de Nevada y los proyectos de almacenar los desechos nucleares del país en Yucca Mountain. Por eso, la autora cierra su texto-manifiesto con una clave para leer su obra: “Esto convertiría el lugar –mi hogar– en tierra devastada, una palabra que la gente usa para describir el desierto, una idea contra la que mi trabajo se posiciona”.