Ganadora con la obra "Las hijas de la criada" del 72 Premio Planeta, la española considera la escritura "una tabla de salvación sin límites de tiempo" y se confiesa una lectora "desordenada, muy obsesiva con algunos temas o escritores".
Por Jose Oliva
La escritora y periodista televisiva española Sonsoles Ónega, ganadora con la obra “Las hijas de la criada” del 72 Premio Planeta, el galardón literario con la mayor dotación económica del mundo – un millón de euros- , asegura que sus novelas son “muy reales” porque “se construyen con las páginas de los periódicos”.
“Las hijas de la criada” parte de un clásico de la literatura, el intercambio de dos niñas al nacer en 1900, aunque ambas son hijas del mismo padre, un empresario conservero gallego, una circunstancia que cambia el destino de ambas.
En una entrevista con EFE, Ónega (Madrid,1977) explica que la idea de desarrollar este argumento surgió de una noticia real de hace un tiempo, “y eso disparó mi imaginación”. “Entonces pensé dónde se podía colocar, en qué momento, en qué marco, para envolver ese titular del intercambio de unas niñas, que en aquel caso sucedió en un hospital”.
“Y a partir de ahí, me puse a trabajar en eso que tanto me cuesta, las tramas, la arquitectura de la novela”, señala la periodista y escritora.
Por sus orígenes gallegos, le apetecía volver literariamente a Galicia, “ese paraíso soñado y muy deseado”, y como venía de escribir una novela contemporánea, se decidió por “una novela que se podría decir histórica”.
Confiesa que el reto en este caso fue “estudiar el período concreto de principios del siglo XX y toda la construcción de la industria del mar en Galicia, el imperio de la lata”, algo que la condujo a bucear en las hemerotecas, en los periódicos, que son siempre sus soportes.
Con esta novela, Ónega vuelve a Cuba, la isla caribeña que ya apareció en su primera novela, “Calle Habana, esquina Obispo”, en este caso a través del abuelo del protagonista, don Gustavo, “un hombre que hizo mucho dinero con el tráfico de la sal a mediados y finales del siglo XIX, que decide irse a Cuba por cuitas con los vecinos para seguir haciendo dinero, en este caso con el azúcar”.
Percibe ese momento en la historia cubana como “apasionante”, con “el fin de la esclavitud, el tráfico de los esclavos, el trabajo durísimo en las plantaciones de azúcar que forma parte del paisaje de la novela, aunque no es lo fundamental”.
En ese proceso de documentación, Ónega constató sus propias intuiciones: “La Historia ha sido tan injusta con la mujer del mar, y eso lo he descubierto investigando y visitando el Museo de la Conserva, rebuscando en las historias de las familias de grandes conserveros y los grandes industriales gallegos”.
En una especie de “justicia poética”, la autora da a las mujeres esa patrona que nunca tuvieron, doña Inés, que incluso llega a crear una escuela de mujeres en sus fábricas conserveras, una ficción que le ha permitido “fabular con mucho gusto sobre las asignaturas pendientes que tenemos con las mujeres invisibilizadas u ocultadas, no sé si consciente o inconscientemente, porque no podemos valorar los tiempos con nuestra mirada de ahora”.
En un terreno personal, para Sonsoles Ónega “escribir es la gran evasión, es un esfuerzo que requiere sacrificios, pero es una tabla de salvación sin límites de tiempo, sin cortes publicitarios, sin exigencias de ser riguroso con los acontecimientos, porque la novela te permite inventar, que los personajes mientan”.
Como lectora, Ónega se confiesa “desordenada, muy obsesiva con algunos temas o escritores” y justamente ahora está enfrascada en la lectura de dos libros a la vez, “El mar, el mar”, de Iris Murdoch, y “El infierno”, de Carmen Mola, que ganó Planeta hace dos años.
También recurre a los clásicos, abundantes en la biblioteca de su padre, el también periodista Fernando Ónega, “llena de clásicos españoles, de los años del realismo español, la novela de los 50”, que dejaron un sedimento en sus años de formación y una huella en una manera de escribir que considera “todavía muy barroca y pesada”.
EFE.