El gigante bien cerca del periodista en dos momentos históricos. El recuerdo de "la vuelta" del Che a Santa Clara y la publicación de LA CAPITAL de la semblanza sobre aquel discurso en las escalinatas de la Facultad de Derecho de Buenos Aires.
Por Vito Amalfitano
La vida y este maravilloso oficio que es el periodismo me permitieron dos veces escuchar y ver a menos de 10 metros de distancia a este gigante de la historia de la humanidad. El de la menor tasa de mortalidad infantil en el mundo, el del fin del analfabetismo, el David que resistió a Goliat….
El 17 de octubre de 1997 estuve en Santa Clara, cuando llegaron los restos del Che a Cuba, 30 años después de su asesinato en Bolivia. Lo escuché a Fidel en una tarima de frente a él, junto a quien a partir de esos días inolvidables fue mi amigo, el ex árbitro Luis Olivetto, y a unos 20 periodistas de todo el mundo, los primeros que luego pudimos entrar al mausoleo inaugurado en ese momento, para el Che y sus seis compañeros de lucha cuyos restos estaban en una fosa común de Valle Grande y que fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
“No venimos a despedir al Che, venimos a recibirlo (…) Gracias Che por tu vida y ejemplo, gracias por venir a reforzarnos en esta difícil lucha que estamos librando hoy, para salvar las ideas por las que tanto luchamos (…) Los que te mataron no supieron comprender que seguirías siendo siempre el símbolo de todos los pobres de esta tierra”, dijo Fidel ese día frente a nosotros y nos estremecimos, como los cientos de miles de personas que estaban detrás.
Nunca imaginé que seis años después iba a volver a tener tan cerca a Fidel Castro, a menos de 10 metros otra vez, de frente a él, pero ¡en la ciudad de Buenos Aires!
Venían tiempos de Patria Grande. De una gesta emancipatoria que Argentina y América se debían casi desde los tiempos fundantes. La asunción de Néstor Kirchner, horas atrás, era uno de los hitos iniciaticos de ese tiempo.
Otro de ellos, dos años después, fue el No al Alca en Mar del Plata y el Tren del Alba, con Maradona enviado por el propio Fidel… Se fueron Castro, antes Chávez y Néstor…Quedan Lula, Cristina, Evo, Correa, y las mil flores sembradas por aquellos tres, para reeditar aquella epopeya, ante la vuelta del neoliberalismo…
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Este es el recuerdo de la publicación de la crónica y la semblanza de una noche inolvidable, cuando volvimos a escuchar a Fidel cara a cara, en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Ciudad de Buenos Aires, el 26 de mayo de de 2003.
Esta vez la cercanía había sido fortuita. En Santa Clara había sido por una acreditación que permitía ese lugar. Aquí, en cambio, estabamos en el fondo de la gradas del Aula Magna, dónde Fidel Castro iba a brindar su disertación. Pero el lugar se vio tan desbordado que el propio Felipe Pérez Roque, canciller cubano, con tono amable y pausado, persuadió a todos los presentes a abandonar el lugar “despacio, para evitar una tragedia” e invitó a escuchar la charla en las míticas escalinatas de la Facultad de Derecho, en pleno corazón de Recoleta. Como estabamos atrás de todo adentro, estuvimos adelante de todo afuera. Salimos “despacio”, pero antes, y los últimos fuimos los primeros. Quedamos otra vez junto a la tarima de Fidel… Esto, después de dos horas y media que vale la pena buscar en youtube escribí para LA CAPITAL…
De la Plaza de la Revolución a Recoleta
(por Vito Amalfitano / Enviado especial a Buenos Aires / Publicado en LA CAPITAL el 28-05-2003 ) :
Ni el guión más osado o ingenioso de un filme de ficción política lo podía haber imaginado así. La impensada jornada en la que la calurosa Plaza de la Revolución de La Habana se trasladó a una muy fría noche de mayo en La Recoleta de Buenos Aires.
Increíble, pero real. De repente, Fidel Castro, el más emblemático de los líderes políticos del mundo contemporáneo, una leyenda viva, estaba brindando una discurso a una multitud, pero no precisamente en la capital de Cuba sino en pleno corazón de la Capital de Argentina.
El caos organizativo que rodeó a una supuesta charla académica para los alumnos de la Facultad de Derecho de la UBA y periodistas acreditados actuó como azaroso detonante para demostrar que Castro no sólo convoca multitudes cuando se las lleva como rebaño, tal como sostienen sus detractores. Aquí, en Buenos Aires, en uno de los lugares más “aristocráticos” y modernos de la Capital, en torno a las escalinatas dónde no hace mucho se desarrolló uno de los tantos desfiles de Giordano, se fueron acercando miles de personas del espectro más “variopinto”de la sociedad, de la misma espontánea manera que fueron sumándose a la plaza los pobladores de una ciudad detenida en el tiempo como Santa Clara, seis años atrás, cuando asistimos al acto en el que se recibieron los restos del Che Guevara, 30 años después de su muerte.
Justamente en la tierra del Che, pero en un ámbito muy diferente,-y ya no en el claustro académico sino de cara a Figueroa Alcorta y Pueyrredón-, la retórica brillante de Fidel Castro, el lenguaje escrito sólo en su cerebro pero expresado oralmente, cautivó a propios y extraños.
Con el más puro estilo barroco, con frases de múltiples ramificaciones y conectores, pero que inexorablemente tenían un final redondo, las dos horas y media del mensaje de Castro fueron coherentes con su máxima inicial: “Son las ideas las que iluminan al mundo”.
Si hay ideas tan poderosas sobre la educación, la salud, la ecología, los progresos tecnológicos y el valor del núcleo familiar como las expresadas y demostradas con tantos datos y tanta lucidez como lo hizo Castro; y si esas ideas resultan tan cautivantes como para inmovilizar a una multitud proveniente de las más variadas capas sociales, es porque efectivamente estamos lejos del pregonado “fin de las ideologías” o el “fin de la historia” augurado por Fukuyama.
Fidel tuvo que salir afuera y “revolucionó” Recoleta. Ante miles y miles dió cátedra en la Facultad de Derecho de Buenos Aires el 26 de mayo de 2003. “El Che era un excelente economista”, recordó esa noche Castro.
Fue conmovedor ver hacia abajo, -desde una posición privilegiada que ocupó LA CAPITAL sobre las escalinatas exteriores de la Facultad, a unos tres o cuatro metros del estrado ocupado por Castro-, como con el correr de los minutos la masa de gente se iba engrosando con familias enteras, con muchos chicos, con personas mayores, con transeúntes que descendían casualmente del Paseo del Pilar y se detenían a escuchar…
Y fue conmovedor comprobar desde arriba como nadie se movía y todos se quedaban pese al intenso frío, y no se sentía ni el zumbido de una mosca en grandes pasajes de la alocución de Castro, sobre todo en los referentes a educación.
Sólo una cuarta o quinta parte de esa multitud extasiada estaba formada, a esa altura, por disciplinados manifestantes de izquierda…
Sin embargo, un locutor de una radio de Buenos Aires -tan recalcitrante ella que es capaz de irradiar un olor rancio por el transistor- abrió la madrugada diciendo: “Bueno, ya está, lo tuvieron a Fidel Castro para ustedes… Ahí estuvieron todos los que votan a la izquierda en este país, porque no hay más… ¿Están conformes ahora?”.
Tan alejado de la realidad histórica que se había vivido minutos antes como algunos de los más extremistas cuadros de la izquierda argentina, quienes se empeñaban en interpretar que todas las bondades de la revolución cubana que estaba detallando Castro eran aplicables en nuestro país. “¿¡Vieron…!?, ¿¡Vieron..!?… ¡Eso tenemos que hacer…!”, se preguntaban y se contestaban a la vez.
Más temprano que tarde, Castro los volvió a la tierra firme: “Cuidado, no les estoy recomendando nada… Nosotros no
nos ponemos a recomendar tal o cual sistema social. Conozco países con tantos recursos que con sólo su uso adecuado no tendrían ni necesidad de hacer un cambio revolucionario en sus economías, del tipo radical como el que ha hecho nuestro país… Pero también sabemos lo que ocurre en lugares como el más pobre de este hemisferio, que es Haití…”.
La semblanza que publicó LA CAPITAL de esa jornada inolvidable con Fidel Castro en Buenos Aires.
Más claro, imposible. Cuba, si no sostuviera la revolución, bien podría convertirse en Haití. Pero Argentina no tiene
necesidad de tamaña autodefensa porque tampoco es tan extremo el peligro.
“Simplemente hablo de una mejor distribución de la riqueza…”, aclaró. ¿Lo habrá entendido la izquierda extrema?
Muy ambicioso sería soñar con que la grabación del mensaje de Castro, en algunos aspectos tan humano, tan universal, lo pudieran escuchar los chicos en las escuelas.
Por lo pronto, lo de la inolvidable noche del lunes, fue, ante todo, un canto a la libertad. Cualquiera de nosotros, nada más por tener en su biblioteca “La historia me absolverá” mezclado entre libros de García Márquez y Vargas Llosa, podía haber terminado hace 25 años tirado en una zanja, como pasajero de un “vuelo de la muerte” , o en un campo de torturas. El lunes, un cuarto de siglo después, estábamos a metros del mismísimo autor en el momento en el que expresaba muchas de las ideas de “La historia me absolverá” en pleno centro de Buenos Aires, con varias cadenas de televisión amplificándolo a millones. Estamos mejor.