Peluquera de profesión, se acercó a la actuación hace veinte años, motivada por una crisis personal. Dice que el teatro para las infancias es su primer amor y cuenta por qué se define como resiliente.
Inquieta, Silvia Di Scala parece estar empujada por el huracán de sus propias ideas. Esta tarde, a las 17 repondrá en la sala Payró del Auditorium la obra “Código pirata y el cofre de las princesas“, una comedia para toda la familia, aunque tenga la mirada puesta en las infancias.
Además, va por más. Acaba de terminar un libro que presentará en la próxima Feria Infantil que se realizará en vacaciones de invierno, en el Centro Cultural Terminal Sur del Paseo Aldrey. Allí, el domingo 21 a las 16 será el turno de que vea la luz “Anita, un hada con alas pequeñas”, otra propuesta interactiva para niños y niñas.
Mientras tanto, pule un nuevo relato para volcar al teatro de los sentidos. Se trata de la adaptación de “El principito”, que se contará con los ojos tapados, desde el plano del sonido, tal como viene realizando con “Una carta para Antonia” desde hace varios años.
A los 53, reconoce que el teatro para chicos es su “primer amor”. Por eso, acaso, decidió regresar con sus piratas y sus princesas siempre alejados del estereotipo clásico.
“Código pirata y el cofre de las princesas”, que también se la podrá ver en vacaciones de invierno los días 23, 26 y 30 de julio en El Teatro del Angel, sucede en el interior de un barco pirata. Tres princesas se esconden en unos cofres que su padre envía de regalo a sus abuelos. Unos piratas pretenden quedarse con el botín de joyas, sin saber que lo que acaban de robar son las princesas. Así, deberán usar sus mejores ideas para liberarse de ellos.
En esta nueva versión, el elenco está conformado por Lara Tojo, Adrián Szklar, Sofía Ludvik, Martín Viñao, Falak Candal y Cristian Fernández.
“Esta es una obra que muestra la estrategia femenina”, asegura la actriz y directora. “La obra la escribí hace siete u ocho años, y cada vez le voy descubriendo cosas nuevas”, agrega y devela que los piratas en cuestión se hacen eco de una vieja leyenda, la que asegura que las mujeres a bordo son un mal presagio. Por eso las chicas se ven instadas a desarrollar estrategias de supervivencia. “Evidentemente el tema de la resiliencia va conmigo”, admite.
Y en ese mismo sentido de la superación de las dificultades va el cuento que escribió. “Es la historia de un hada que nace con alas pequeñas, explora el tema de las diferencias”, cuenta y agrega que, por sugerencia de la editora Mariana Boh, decidió utilizar una tipografía que admite lectores y lectoras con dislexia.
Primero, payasa
Di Scala dice que la palabra resiliente le sienta bárbaro. Y lo explica: “Nos casamos muy jóvenes con mi marido, a los tres o cuatro años de casados él se enfermó de artritis reumatoidea, le diagnosticaron discapacidad total”.
Hasta entonces, desarrollaba el oficio de peluquera. Nacida en el barrio del Puerto, en el seno de una familia de italianos, Silvia creció en un ambiente de trabajo en el que palabras como arte, teatro o actuación no se pronunciaban nunca.
“Mi familia era super cerrada, mi papá no me dejó estudiar el secundario, como no me sabía hablar… después entendí que tenía miedo de que hiciera cualquier cosa cuando salía de mi casa. Quería que siguiera con su almacén y verdulería. De chica yo manifestaba amor por el arte, pero no había nadie en mi familia” que tomara esa inquietud.
Las opciones que se le presentaban eran estudiar corte y confección o peluquería por correo, en el encierro hogareño. Sin embargo, logró vencer esos muros familiares y, a los 14, aprendía en una peluquería del barrio.
La temprana enfermedad de su compañero, la depresión que vino aparejada y la crisis personal de Silvia la acercaron a la iglesia evangélica. “Tenía 23 años, me sentía sola, estaba con mis hijos muy chicos”, recuerda. Rápidamente conectó con las acciones sociales que desarrollaba el templo.
“Me empecé a involucrar con un grupo de payasos, participé como payaso en un evento para el día del niño que se hizo en el Polideportivo. Yo me ofrecía para hacer las canciones, para escribir el espectáculo hasta que terminé haciendo cinco polideportivos en diferentes años y en el último dirigí a ciento cincuenta personas, mientras me sanaba trataba de ubicarme en el mundo”.
Más tarde, ya conciente de su fuerza de trabajo, necesitó capacitarse con María Carreras y con Julio Lascano, entre otros. Y, más segura, avanzó. Coescribió “Una carta para Antonia”, más tarde escribió “Ceniciento, la otra historia”, también para chicos y que le valió un premio de Argentores, puso en escena “Las de Barranco”, contrató a Jorge Martínez, el año pasado tuvo una participación en la última saga de “Los bañeros más locos del mundo”. Y siguió trabajando.
“Actriz, artista, eso era muy lejano en mi familia, que era una familia de laburantes. Pero es lo mismo: si hay algo que me dejaron como legado es el trabajo. No paro de trabajar jamás, me reconocen por eso, por ser una remadora”.