La película retrata una temática "muy sensible". Es la primera producción en la que aparecen imágenes explícitas de cómo eran los "vuelos de la muerte".
por Claudio Minghetti
Sebastián Borensztein lleva el cine en su sangre, y ya lo demostró con dos comedias que devienen negras, como “La suerte está echada” y “Un cuento chino”, y por fin, la tercera, “Koblic”, un thriller con toques muy singulares, acerca de un personaje al que define como “un criminal que quiere sacar los pies del plato”.
Allí está este capitán de la Armada, del que sólo sabemos que poco antes de empezar esta historia en la pantalla, decidió dejar la fuerza a la que pertenecía al no tolerar presenciar que desde el avión que manejaba se arrojaban cuerpos al río, durante la dictadura cívico-militar, una conciencia que calma fugando.
Pero como ocurre con toda fuga, en este caso de quienes lo consideraron un cobarde o un traidor, termina en algún lugar, en este caso un “pueblo chico, infierno grande”, en el que se tienta con una mujer, y donde a la vez descubrirá que hay personajes tan siniestros como pudo haber sido el mismo o tan tremendos como sus superiores.
Borensztein, que escribió el guión con Alejandro Ocón, tiene pulso cinematográfico el que además le da trabajar entre un largometraje y otro en cine publicitario, buen manejo de actores, además de Ricardo Darín, Oscar Martínez con un trabajo de composición y make up memorables, y la española Inma Cuesta, que aporta su ductilidad para encarnar a una mujer sometida, y un resultado que a las claras no puede menos que tener un amplio apoyo del público.
– ¿Cuando hacías tus películas anteriores pensabas alguna vez que harías un filme que incluyera el tema de los “vuelos de la muerte”?
– La verdad es que no. Las historias van apareciendo y uno va eligiendo si las filma o no. Tengo historias que se me ocurren todo el tiempo y mi ejercicio natural es bombardearlas hasta destruirlas. Las que sobreviven se filman. Lamentablemente sobrevive una cada tanto.
– Tu rutina de cine es curiosa, una cada cinco años…
– Encarar un proyecto cinematográfico es un viaje muy largo. Tenés que tener un entusiasmo que vos calcules, lo puedas medir, y digas ‘tengo entusiasmo para tres años con esto…? … si, tengo’, y esto no ocurre con frecuencia. Nunca me imaginé, como nunca me imaginé que iba a hacer “Un cuento chino”, nunca me imaginé que iba a hacer “Koblic”, en un momento aparecen y uno las hace.
– ¿Esta decisión la tuviste cuando terminabas de hacer “Un cuento chino”?
– Apareció cuando estábamos terminando el montaje. Tenía una decisión casi estética mas que una película. Hace tiempo que tenía ganas de hacer una película en un ambiente rural, la fantasía y las ganas de irme con un equipo de filmación al campo y trabajar, y la imagen que tenía más allá de la pampa y toda esa cosa abierta, era un piloto fumigador
– ¿Solamente eso?
– No. Sabía que el tono tenía que ser un thriller. Decía es un tipo que esta huyendo, se está escondiendo… se esconde de su pasado… pero porqué se esconde… Empezaron las preguntas: robó un banco, es cómplice de un delito..? De qué se puede esconder un piloto, y de golpe hizo clic: se esconde de haber sido un piloto del 77 y a partir de ahí todo pegó un vuelco y generar un contexto histórico.
– ¿Qué ocurrió entonces?
– Apareció un contexto histórico enmarcando enmarcando este thriller con estructura de western, por aquello del forastero que ocultando su pasado llegó a un pueblo sin ley y se pone mano a mano en antagonismo con el “dueño de la ley”, el comisario. Así fue naciendo, de afuera hacia adentro: una idea de trabajar en lo rural para llegar a esto.
– El tema de los ‘vuelos de la muerte’ es bastante conocido aquí, pero en el exterior lo que ocurre en el filme se entiende?
– Hay gente de acá que no lo conoce, pero puede consultarle a otro. La versión internacional lleva en una aclaración inicial que dice ‘Entre 1976 y 1983, la República Argentina estuvo gobernada por una dictadura militar que cometió numerosos crímenes de lesa humanidad. Una metodología era arrojar prisioneros vivos desde aviones militares’, omitirlo era hacerle perder el significado de la historia.
– ¿Cómo llegaste al peso que debía tener ese tema en el relato?
– El disparador, que es el vuelo en el que el toma esa decisión y genera lo que le genera termina siendo el motor emocional del personaje, contada de esta forma, a través de ir construyendo su pesadilla era la mejor manera de tenerlo todo el tiempo en un sustrato y no utilizarlo como una anécdota. No es un tipo que hizo eso y empieza otra historia: huye y lo vamos entendiendo, porque no puede cerrar los ojos porque saltan las imágenes del horror.
– ¿Recrear la época implicó mucho trabajo?
– Si, mucho trabajo y eso que es el campo, y el campo siempre es campo, y básicamente tuvimos que borrar carteles, antenas, hubo una buena documentación hasta en los detalles, como la afeitadora de hojitas, el Lord Chesseline azul,
El hecho de que él se niegue es simbólico, no le quita responsabilidad, es como decir no quiero apretar ese botón pero llevabas ese montón de gente a qué? Rumbo a la muerte. No es un buen tipo, no es que se escapa para ir a denunciar lo que vió a La Haya sino que huye como una rata. Evidentemente es un hombre que no puede escapar a su destino, que va llevando consigo.
– ¿Justicia por mano propia?
– Este es un problema entre milicos, entre ellos, un ajuste, no es una víctima que se las agarra con su victimario sino un victimario que se la agarra con otro victimario. El y los que lo vienen a buscar son del mismo bando. Lo que quiero proponer es descubrir esa contradicción moral. El horror consiste que el Estado, que tiene el monopolio de la fuerza se convirtió en una banda criminal. Eso es lo peor. No son monstruos, porque eso les quita responsabilidad. Godzilla, que no piensa, es un monstruo: lo aterrador es pensar que ese tipo pertenece a la raza humana igual que vos.
– Bueno, la raza humana tiene estas cosas…
– La raza humana tiene un espectro tan grande que permite tipos como vos y yo, y también como esos.
Télam.