Sara tiene 52 años y tiene su puesto en la Plaza Rocha. "Esto no me alcanza para vivir. Uno siempre tiene que estar rebuscándose", cuenta.
Sara tiene 52 años y este marzo se cumplieron seis meses desde el día que llegó por primera vez a Plaza Rocha. Su desembarco en el rubro de la venta ambulante inició, como muchas de las personas que hoy venden e intercambian artículos, en los últimos meses, a la par del incremento en los índices de desocupación.
En septiembre del año pasado, el anciano que Sara cuidaba falleció de una enfermedad y su otro trabajo, coser sweaters de marcas que le llevaban a su domicilio, resultaba cada vez más abusivo: le pagaban solo $3 por prenda.
“Para hacer $300, tenía que coser 100 por día. No me daban las manos ni el tiempo, era imposible vivir de eso”, cuenta a LA CAPITAL, mientras se acomoda en uno de los bancos libres de la plaza.
La mujer, vecina del barrio marplatense Las Lilas, recuerda la primera mañana que se bajó del colectivo en Luro y Dorrego, se dirigió a uno de los bancos que está en el medio de la Rocha y desplegó en el piso todo lo que la noche anterior había podido juntar. Eran las 8 de la mañana y “no pasaba nadie”. Con el tiempo, se dará cuenta que no sólo que era mejor llegar a las 10, sino que resultaba “más rentable” hacer algo propio y venderlo.
Así decidió poner sus habilidades en práctica y comprar tela para fabricar gomitas de pelo tradicionales y otras con moño. “De costo tengo unos $3 y las vendo a $10. Mucho mejor que los sweaters”, dice, orgullosa de su creación. Aunque aclara: “Esto no me alcanza para vivir. Uno siempre tiene que estar rebuscándose”.
“La situación está cada vez más difícil. Cuando se vendía comida acá, a la tardecita, los que vendían ponían las cosas más baratas para no tener que tirarlas”, dice, aunque agrega: “Solo compro si está envasado, lo otro que se vende -como sándwiches- no. Por las dudas, pero hay gente de acá que sí”.
Viuda y con dos hijos de 19 y 24 años, Sara asegura que los días previos a decidir salir a la calle a vender, los gastos de vida diarios ajustaban más que nunca: el dinero que entraba a la casa no era suficiente y los días que la separaban del último pago como cuidadora de mayores comenzaban a pesar.
“También voy a la feria del barrio Belgrano. Ahí no sólo vendo más, sino que está todo mucho mejor organizada. Va mucha gente, hay puestos. Acá hacen problema porque estamos en el centro, allá a nadie le importa”, cuenta.
En cuanto a las nuevas restricciones que puso la Municipalidad en Plaza Rocha, Sara dice que “no la afectan” porque ella vende artesanías y en cajas, por lo que no necesita tablones. Pero igual dice: “Todo era más prolijo cuando estaban los puestos”.
Sara no sabe hasta cuándo estará vendiendo, pero no puede olvidar una realidad: necesita trabajar. “Voy a hacerlo hasta que me den las manos para coser. Me gusta hacer estas cosas, pero el dinero no alcanza y hoy, con mis 52 años, ¿quién me va a tomar en un trabajo?”, se pregunta.