Opinión

Salud Mental en el antes, el durante y el después de la Pandemia

Por  Luis Alberto Mamone

Director de Giacobbe & Asociados

Psicólogo

La pandemia COVID 19 constituye la emergencia disruptiva más importante que ha sufrido el planeta en los últimos siglos. En este sentido, nos encontramos ante una crisis global sin precedentes, que ha impactado sobre la salud en general y particularmente n la salud mental de las personas y sus comunidades. Esto se ha dado a través de múltiples mecanismos simultáneos, cuyo impacto y alcance es todavía difícil de calcular. La única certeza con la que contamos es que se abre un quiebre en el antes y el después de estos tiempos y que las respuestas a la demanda en salud mental necesitan ser eficaces y directas.

En el antes el cuadro de situación era ya altamente preocupante. Sabíamos que una de cada cuatro personas desarrollaba uno o más trastornos mentales o conductuales en algún momento de la vida, tanto en los países desarrollados como en los emergentes. El costo de los trastornos de salud mental en países desarrollados se estimaba entre 3% y el 4% del Producto Nacional Bruto.

El impacto económico de las enfermedades mentales se relaciona con la disminución del ingreso personal debido a la pérdida de productividad de la persona afectada, y también en gran medida de aquellos que estaban a cargo, así como el aumento de la utilización de los servicios de atención de la salud.

Para las organizaciones internacionales sanitarias las inversiones en servicios de salud mental a nivel mundial eran estimadas muy inferiores a las necesarias; dado que estas enfermedades recibían sólo el 1% de los recursos humanos y financieros que necesitaban para su adecuada atención.

Por lo general los gobiernos gastan por término medio un 3% de sus presupuestos sanitarios en salud mental, cifra que fluctuaba entre menos de un 1% en los países de ingresos bajos y un 5% en los de ingresos altos.

En EE.UU., las patologías mentales más comunes eran los trastornos depresivos y la dependencia del alcohol. De acuerdo a las estadísticas anteriores el 18.1% de la población de ese país padece algún tipo de de trastorno mental.

En los últimos años la tasa de suicidios por cada 100.000 personas fue de 12,1.

El país del norte destinó un 17,1% de su PBI al sector salud. El porcentaje de gasto en salud mental en relación al gasto total en salud fue del 6%.

En Brasil se constataba que el 35% de su población sufría algún tipo de trastorno mental, los de mayor prevalencia eran: neurosis, alcoholismo y depresión. Habiendo sido la tasa de mortalidad por suicidio, por cada 100.000 personas de 5,8.

Este país solía destinar un 8.3% de su PBI al sector salud, del cual un 2.4% se invertía en salud mental. Por su parte, el gasto en medicamentos como porcentaje del gato total en salud representaba un 14%.

Entre el 20 y el 25% de los habitantes de España padecía en prepandemia algún tipo de trastorno psíquico; los más comunes eran la depresión y los trastornos de ansiedad. La tasa de mortalidad por suicidio era de 5,1 por cada 100.000 personas.

España destinaba un 9% de su PBI al sector salud. Este país invertía en salud mental el 5% del total del gasto sanitario, lejos del 10% que dedicaban en promedio al resto de los países de la Unión Europea. En España el gasto en farmacia correspondía al 19% del presupuesto sanitario y esta cifra fue sufriendo un incremento constante durante los últimos años, los psicofármacos y en particular los antidepresivos consolidan una presencia constante.

Según datos de las autoridades sanitarias, Argentina ha destinado en los últimos años un 4,8% de su PBI al sector salud y el costo de prestación en salud mental ha representado el 2% del total del gasto en salud.

En nuestro país, previo a la crisis sanitaria, el 21% de los jóvenes y adultos padecía algún trastorno mental. Ha sido el alcoholismo el padecimiento de mayor prevalencia llegando a un 27,5%, seguido por la depresión con 26,5%, los trastornos post traumáticos y la ansiedad generalizada con un 7,4% y 6,4% respectivamente. Los registros hacían mención que el 18% de la población total hizo uso alguna vez de tranquilizantes o ansiolíticos. La tasa de mortalidad por suicidio era por cada 100.000 persona de 10.3.

Argentina viene destinando el 25% de su presupuesto total en salud específicamente a medicamentos. El consumo de psicofármacos ha registrado un exponencial aumento en los últimos años.

Si analizáramos un buen número de países de otros continentes y de América latina nos encontraríamos que Argentina es uno de los países que menos invierte en salud en general, y en salud mental en particular, a pesar de contra con una nueva Ley de Salud Mental. El gasto en salud se encuentra muy por debajo del realizado por los países de altos ingresos.

Por otra parte, Argentina es uno de los países que más gasta en medicamentos, duplicando las inversiones llevadas a cabo por Chile y Uruguay. Se observa una tendencia general hacia un aumento del consumo de psicofármacos y del gasto público en este tipo de medicamentos.

En la mayoría de los países en los últimos tiempos, el trastorno depresivo ha sido la enfermedad de mayor prevalencia y en segundo lugar el alcoholismo.

En los últimos 45 años las tasas de suicidio han aumentado en un 60& a nivel mundial. El suicidio es una de las tres primeras causas de defunción entre las personas de 15 a 44 años, y la segunda causa en el grupo de 10 a 24 años.

En el durante de esta pandemia impacta su efecto traumático. Ha afectado la salud integral de las personas, sus objetivos y proyectos, su dinámica familia, su actuación laboral y su estabilidad económica. A su vez las políticas implementadas para prevenir y apaciguar la transmisión del virus han introducido nuevos factores de estrés: distanciamiento y aislamiento social, teletrabajo forzoso, interrupción de ejercicio físico, desempleo, alteración de tratamientos médicos, problemas económicos, incremento de violencia de todo tipo, entre otros…

El confinamiento, ya sea voluntario como obligatorio, ha generado cambios abruptos en los hábitos diarios. La eliminación del espacio social más vital, más democrático y más importante de nuestras vidas como es la calle, significó para muchos perder el único espacio e integración al mundo.

El miedo infundado al contagio, la posible desconexión de la naturaleza y las modificaciones de los roles familiares, producto de la escolarización virtual de los hijos o el desempleo, se han traducido muchas veces en padecimientos psicopatológicos.

Esto ha provocado altos niveles de ansiedad, depresión y angustia disparando variados trastornos de salud mental. Con el agravante que, además, durante el confinamiento domiciliario la violencia de género en el hogar aumentó significativamente.

Actualmente nos encontramos con una sociedad en situación cuasi de cuarentena, donde la temporalidad y la incertidumbre es lo que prima. Esta pandemia nos pone de manifiesto que no todo lo podemos resolver como lo hacíamos antes y que no todo lo que sucede lo podemos controlar.

Si bien no son excluyentes, en la actual emergencia podemos reconocer comunidades que están expuestas a mayor riesgo de sufrir trastornos de salud mental: niñas, púberes y adolescentes, mujeres con altos porcentajes de vulnerabilidad, personas mayores, personas con problemas de salud preexistentes, personas desarraigadas y las personas que trabajar en toda la línea sanitaria.

Podemos suponer, en el después, que estos problemas de orden mental relacionados directamente con la infección irán disminuyendo a medida que se vaya controlando la propagación del virus y sus efectos, pero aquellos asociados al trauma y al impacto socioeconómico de la pandemia aumentarán incluso después de que se haya conseguido la inmunidad poblacional. Lo que conocemos como síntomas compatibles con el trastorno de estrés postraumático.

Sabemos que la salud mental es altamente sensible a los eventos traumáticos y a sus consecuencias.

Estudios previos, de todo tipo, nos hablan de los costos emocionales que dejan la exposición a eventos traumáticos a gran escala (desastres naturales o sociales) y se asocia con una mayor carga de enfermedades mentales en las poblaciones afectadas.

El distanciamiento físico, la soledad, la muerte de amigos/as y familiares, la pérdida de empleo y la pérdida de capacidad económica nos enfrentarán con duelos a procesar. Estos duelos serán de características personales, familiares, grupales y de nación. Requerirán condiciones necesarias de contexto y espacios de elaboración por las pérdidas y por el dolor que todo esto genera.

Será necesario liderar hacia el mañana para aumentar la resiliencia y rescatar la positividad de nuestra población. Tarea nada sencilla en las condiciones actuales.

Hoy, como nunca, podemos tomar conciencia que gobernar significa también intervenir en la salud mental y pública de los argentinos. Y con esto no se puede jugar.

(*) Director de Giacobbe & Asociados – Psicólogo

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