Desde el comienzo de su oficio escritor hace más de 25 años, Rodrigo Fresán ha delimitado un campo de acción cifrado por la cultura pop y la erudición literaria que reaparece ahora en “La parte soñada”, un texto pantagruélico que relega la peripecia central para discurrir sobre la naturaleza anárquica del sueño y los materiales inconscientes que abastecen la imaginación de un escritor.
Más un tríptico que una trilogía, en tanto sus componentes se articulan en simultáneo y no bajo la idea de una secuencia temporal, este nuevo experimento literario del autor de “Historia Argentina” representa el eslabón intermedio de una apabullante indagación sobre los modos en que se interrelacionan la invención, el sueño y la memoria en el fatigoso proceso que antecede al surgimiento de una obra literaria.
En esta novela que llega después de “La parte inventada” (y antes de “La parte recordada”), Fresán propone una aproximación a los sueños como insumo de la ficción pero también de la propia vida. Y bajo esa excusa, el autor de “Vidas de santos” y “Trabajos manuales” no pierde la oportunidad de desplegar su portentosa ilustración literaria y musical, que como en loop trae una y otra vez las referencias al “Visions of Johanna” de Bob Dylan y al escritor ruso Vladimir Nabokov, uno de sus principales tutores literarios.
“Cuando se deja de soñar no solo se pierde la posibilidad de imaginar las cosas que no pasaron ni pasarán nunca sino también la memoria de las cosas que pasaron”, suelta uno de los personajes más enigmáticos de la novela, un escritor atrapado en la incerteza y la desazón: “Sus motivaciones y movimientos son muy líquidos. Este hombre es un signo de los tiempos… o mejor dicho de los destiempos”, define Fresán en diálogo con Télam, en una fugaz visita a Buenos Aires que pone un paréntesis a su residencia de más de una década en Barcelona.
-¿”La parte soñada” interpela solo los disparadores de tu obra o es también una exploración sobre la manera en que lo onírico opera sobre la propia vida?
-Se podría hablar de una historia paralela a la de la Humanidad: la de los sueños que han generado guerras, proyectos, conquistas… El sueño insume una tercera parte del total de nuestras vidas. Tan importante es, que a lo largo del tiempo han surgido un montón de intentos de sistematizar eso, desde los oráculos hasta Freud, pasando por las últimas investigaciones neurológicas. El de los sueños es un territorio muy próximo a la literatura y en ese sentido me interesa abordar las simetrías entre ambos: por qué se te ocurren ciertas cosas y no otras, sumado a la falta de dominio de lo que está haciendo tanto quien sueña como quien escribe.
-La obra excede los límites de la indagación literaria para avanzar en la idea de construcción que asume toda verdad ¿Se trata de avanzar sobre la “buena prensa” que siempre ha tenido la verdad?
-Sí, de hecho uno de los héroes no secretos del libro es Vladimir Nabokov, que dijo alguna vez que la realidad estaba sobrevalorada. El lo dijo desde un punto de vista artístico en cuanto a que los escritores no debían apoyarse tanto en la realidad a la hora de armar ficciones, pero lo más cómico de todo es que las últimas investigaciones de la mecánica cuántica apuntan justamente a la idea de que aquello que entendemos por realidad es una especie de construcción consensuada para no volvernos locos. La realidad está llena de elipsis, de puntos muertos, de agujeros, de contradicciones y hasta de olvidos. Muchas de las manifestaciones literarias que se entienden como experimentales o vanguardistas están más cerca de cómo pensamos o de cómo transcurre nuestra vida que la gran novela realista del siglo XIX.
– T: Hace tiempo que trabajás desatendiendo las fronteras entre los géneros ¿El desdoblamiento en categorías como la ficción o el ensayo encorsetan la literatura?
– R.F: Es que no pienso en términos de género. Al día de hoy mucha gente no logra descifrar a cuál pertenece por ejemplo “Historia argentina”… la verdad es que yo tampoco. Es una marca de mis escritura y a la vez un signo de los tiempos, algo que define a mi generación. Ahora tal vez hay un exceso de zapping, de “short attention”, de spam… Me tocó vivir una época donde estaba la novedad de cambiar de canal pero tal vez no había demasiados canales como ahora. Más allá de eso, creo que es una conducta muy típica del escritor argentino esta fluidez de los géneros en términos de que nunca está claro si una obra es un ensayo, una novela o un libro de cuentos.. Piglia hacía mucho esta operación pero esto está en la literatura argentina ya desde el “Facundo” de Sarmiento. Todas las grandes novelas argentinas son muy raras desde el punto de vista formal: “Rayuela”, “Sobre héroes y tumbas”, “Respiración artificial”, “Adán Buenosayres”…
-El libro habla también de cómo la tecnología trama hoy las relaciones y los consumos. “¿Verdad que hasta hace no mucho había menos cosas que les gustaban y que se tomaban su tiempo para pensar si algo era digno de un like o no?”, dice uno de los personajes en una larga diatriba contra este nuevo paisaje social en el que todo aparece mediatizado por pantallas ¿Esta nostalgia pre-tecnológica se hace extensiva a la literatura?
-Es que nos estamos pasando un poco. Hubo un momento en nuestras vidas en que sabíamos por los menos 25 teléfonos de memoria. Extraño discusiones con mis amigos hasta las dos de la mañana peleándonos sobre si Bill Murray estaba en tal o cual película. Y no había modo de averiguarlo. Ahora esas discusiones se zanjan en un segundo. Yo añoro un poco eso. No hay tiempo para que decante nada. En ese sentido, la práctica de la lectura y la escritura sigue teniendo un tiempo todavía … se está convirtiendo en la más lenta de las artes probablemente. Piglia decía que todo arte recién podía volverse vanguardista cuando aparecía un nuevo arte. Por ejemplo, la pintura se pudo volver vanguardista cuando surgió la fotografía; la fotografía cuando surgió el cine; el cine cuando llegó la televisión. Y la televisión recién pudo hacer lo mismo cuando surgieron las redes sociales. Es una linda teoría, pero más allá de lo acertada que sea, es curioso que la literatura vaya en solitario y no haya surgido nada para que pueda volverse vanguardista. Al mismo tiempo puede ser realista, convencional, conservadora, vanguardista, puede suceder todo en un mismo plano… es como un verso libre.