Por Nino Ramella
Este domingo cumple años Roberto Cova y como es un número redondo estamos de fiesta. En nuestros días no hay quien pueda llamarse marplatense con más justicia que él. Dedicó la vida a historiar su ciudad y a ayudar preservarla, de ahí que todos nosotros seamos deudores incobrables de su prédica.
El defecto más reprochable en cualquier historiador es, a mi juicio, la virtud más entrañable de Roberto. Se supone que en este campo la neutralidad es un condimento indispensable para la objetividad. Pues él no sucumbe a la fría imparcialidad académica. El más insignificante detalle que cuenta nos conmueve, sencillamente porque él se emociona. Lo he visto quebrarse al hablar de una casa o de un ladrillo. “Ramella (siempre me llamó por mi apellido) no sea malo… no me cargue… yo soy así, llorón”. El milagro de que uno pueda enternecerse al escuchar cómo se hacía un estuco símil mármol en el Club Mar del Plata o de cómo al terminar el verano una familia porteña rica envolvía con papel madera los picaportes de todas las puertas de su gran casa para que no se deterioraran en invierno, sólo es posible si quien lo cuenta es Cova.
Recuerdos de infancia
Observador precoz reparaba de muy niño en aquello que el resto de los mortales dejamos atrás indiferentes. Se acuerda que cuando tenía dos años, en 1932, con una pala alguien cavaba un pozo para instalar las primeras cloacas. Conserva todavía recuerdos en detalle de cuando de muy chiquito los acaban a recorrer la ciudad, el olor de las algas en las rocas…
En algunas entrevistas Cova menciona que el interés por la historia se afirmó por influencia de Josué Catuogno, uno de sus profesores en el Colegio Nacional. Puede ser, pero ese joven ya tenía la curiosidad en sus genes.
Recibido de arquitecto en Buenos Aires este marplatense, sobrino del artista plástico más renombrado del pueblo ya que Juan Carlos Castagnino era hermano de su madre, utilizó sus múltiples viajes por el mundo para para ver in situ lo que había estudiado en los tres años de Historia de la Arquitectura que tuvo en la Facultad.
Hombre con el sí fácil
Nunca dijo que no a lo que se le propusiere en el marco de sus pasiones. Una vez habíamos quedado en bajar al arroyo entubado, ahí en Salta y Falucho. Teníamos que descender a las entrañas de ese mundo oscuro y fantasmal por una estrecha alcantarilla. La aventura la haríamos por la mañana. La noche anterior suena el teléfono en mi casa. Era Susana Berg, la adorable e inolvidable esposa de Roberto.
“Mirá Nino. Me han llegado rumores de que piensan bajar con Roberto al arroyo entubado. Espero que no sea cierto. Está mal de las piernas. ¡No pueden hacer eso! Sabelo… si llegan a hacer esa locura no te hablo más por el resto de mis días”. Esas palabras resonaban en mi cabeza cuando al día siguiente con Graciela Di Iorio ayudábamos a Roberto a descender por esa escalerilla gato una vez pasada la estrecha alcantarilla. Ese oscuro mundo subterráneo con el rumor del agua corriendo y un abra que era el tajamar del Molino Luro era el escenario que Roberto disfrutaba como un chico.
Nunca le vi otra vez tal cara de felicidad. Susana no cumplió su condena, por suerte. En sus principios Roberto dibujaba las casas para dejar testimonio si las demolían. ¿Leyeron bien? ¡Dibujaba las casas!. Un día alguien lo avivó de que fotografiarlas era menos trabajo. Pragmatismo versus arte.
Historias públicas y no tanto
Pero no es sólo un historiador de la arquitectura. Sabe detalles de toda la historia marplatense… de sus vecinos y de sus visitantes. Su anecdotario publicable y el que mantiene en discreción pero que puede compartir con íntimos es sencillamente asombroso. Habría que publicar estos últimos. Sería un bestseller.
“Lo mejor que hice en mi vida fue ser docente en el Colegio Industrial durante 25 años”. Se escribe todavía con muchos de sus alumnos, que -me consta-lo recuerdan y memoran sus anécdotas. “Hoy me hacen muy feliz quienes vienen a consultarme por algún dato. Me sacan de la rutina”. Sencillo en sus posturas fue y es un vanguardista. Se dedicó al tema de la preservación patrimonial en tiempos en los que tal valor no estaba instalado en la sociedad. Sus libros, sus artículos, las conferencias son una fuente invalorable… pero sentarse a charlar con él no tiene precio. ¡Cuántas veces hemos ido a su casa -en el mismo predio en el que nació y que él donó hace un tiempo al Colegio de Arquitectos– para preguntarle historias de personas o de sitios marplatenses que no aparecían en documento alguno! Y Roberto siempre sabe aquello que vamos a preguntarle.
GPS de carne y hueso
“Esta foto es de 1907” dice seguro y no le erra. Y aclara… “la casa que se ve al lado se construyó ese año y a la derecha no está la casa de fulano de tal que se levantó en 1908”.
En tiempos en que la realidad aparece tan brumosa y muchos de sus protagonistas alcanzan trascendencia mediática pero no prestigio, esta ciudad tiene la fortuna de contar con alguien cuya generosidad y talento nos ha enriquecido la vida.
El cumpleaños de Roberto Cova tenemos que celebrarlo plenamente. Y tal vez hacerle el mejor regalo: ponernos a pensar la manera de rescatar los valores de una ciudad que sigue siendo bella a pesar de nosotros.