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Río después de las Copas y los Juegos

por Vito Amalfitano

Desde Belo Horizonte / Río de Janeiro, Brasil

Volver. Antes de llegar a Belo Horizonte para el gran choque Brasil Argentina de las eliminatorias para el Mundial de fútbol Rusia 2018, volvimos a Río algo más de dos meses después de los Juegos Olímpicos.

Río de Janeiro tras la ola de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos y antes del Mundial 2014, la Copa Confederaciones y la visita del Papa. Una serie de mega acontecimientos que se sucedieron en medio de una crisis política provocada que se llevó puesta a una presidenta “populista”, -léase, que gobernaba para la gente-, y que había sido votada democráticamente por una amplia mayoría.

Volver a Río siempre es grato. Por las playas, la música, las garotas de Ipanema, y las de Copacabana y Leblón también, el Cristo… Por la exuberancia y lo frondozo, de la naturaleza, y de lo que el hombre ha hecho aquí con ella.

Pero esta es la primera vuelta después de mucho tiempo sin nada por delante. Ultimamente siempre Río se preparaba para algo fuerte, hoy queda una sensación de vacío, expuesta más quizá por la crisis política y la económica, por el ajuste sobre el ajuste. Porque todo lo que viene es de Temer.

Y ahí está la gran paradoja. Pasaron todas esas “grandes ligas”. Y al volver a recorrer todos los caminos que transitamos en Copa Confederaciones, Mundial y Juegos Olímpicos nos encontramos con que los cariocas tienen el legado para ellos y lo utilizan, y es el que les dejó Lula, cuando soñó con todos estos mega-acontecimientos y “creó” un país en condiciones de llevarlos adelante. Tienen el Corredor Olímpico. Tienen el nuevo subte que hizo más accesible una ciudad demasiado grande.

El metro hasta Jardín Oceánico que achicó la distancia con Barra de Tijuca. Algo que los habitantes de este lugar esperaron por más de 40 años. Volvimos a subirnos a ese subte, y al BRT posterior, los transportes de ese Corredor Olímpico que durante los Juegos solo podíamos utilizar los integrantes de la “familia olímpica” en exclusiva. Hoy los usa la población en general. Pero, para nuestra sorpresa, nos encontramos con que los actuales “administradores de facto” de ese legado se lo hacen más difícil al usuario. Durante los Juegos el tránsito de un transporte a otro era automático. Ahora hay que salir afuera, pasar un puente, caminar más de 300 metros. Y el precio es cada vez más caro para el que cada vez gana menos.

La gran paradoja es que el legado que dejó el “populismo” que echaron es el que ahora no se puede disfrutar a pleno por el neoconservadurismo que llegó. Pero las obras de aquel modelo están ahí, en uso, y nadie en la actualidad las puede negar, ni arrogarse su inauguración, como hacen otros.

Alguien me dijo aquí en 2013, sorprendido por las masivas manifestaciones en contra de la Copa Confederaciones y Mundial: “el brasileño es sumiso, generalmente no protesta…”. Viéndolo en perspectiva concluyo que el “sumiso” es paradójicamente el más castigado. Aquellas manifestaciones, como las que se sucedieron posteriormente, estimuladas por medios hegemónicos, eran en realidad de las clases medias altas, medias-medias y las medias bajas que habían dejado la pobreza gracias a las políticas de Lula y Dilma. El huevo de la serpiente donde se incubó esta crisis provocada. Cualquier similitud con nuestra realidad es mera coincidencia. Pero como nada es lineal, en nuestra aldea si se sale a reclamar lo perdido. Aquí ya no tienen ni Copa ni Mundial ni Juegos de que quejarse. Tampoco para disfrutarlos. En este vacío no se logra ver el horizonte más allá de la Bahía de Guanabara . Por ahí se decidan a encontrarlo en la calle, los realmente dañados por el ajuste. Nuestros pueblos necesitan a los brasileños de pie.

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