por Mora Cordeu
La bomba atómica que arrasó la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945 generó infinidad de artículos pero ninguno como el de 150 páginas escrito por el periodista estadounidense John Hersey apenas un año después y publicado en la revista The New Yorker, revelando por primera vez el enfoque humano de la tragedia.
Por ese entonces corresponsal de la revista Time en Oriente, Hersey llegó en mayo de 1946 a la ciudad japonesa con la intención de cubrir ese bache informativo, se sentó a escribir luego de tomar el testimonio de seis sobrevivientes de la bomba y en la edición del 31 de agosto de ese año apareció ocupando la edición completa de la emblemática revista norteamericana.
Ese artículo, luego convertido en libro con el título de “Hiroshima” y que acaba de ser reeditado por Debate en la Argentina, setenta años después de su aparición, empezaba así: “Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señora Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima… “.
El autor seguirá enumerando qué hacía cada uno de los seis testigos que buscó para su reportaje, en el momento de la explosión de la bomba -la lista se completa con una viuda con tres hijos pequeños, Hatsuyo Makamura; un misionero alemán, padre Wilhem Kleinsorge; un joven cirujano, Terufumi Sasaki y un pastor metodista, Kiyoshi Tanimonto.
En aquellos días The New Yorker vendía 300.000 ejemplares, a quince centavos el ejemplar, y a las pocas horas ya había agotado su edición. Su contenido fue replicado de inmediato por medios de comunicación en Europa y los Estados Unidos, y la editorial Alfred A. Knopf lo publicó como libro al año siguiente, luego de lo cual fue traducido en casi todo el mundo. El célebre artículo ha sido diseccionado como material de estudio en las universidades y Hersey se convirtió en un referente obligado del periodismo narrativo y de investigación.
Esta nueva edición incluye cinco capítulos: los primeros cuatro corresponden al artículo publicado por The New Yorker y el quinto está centrado en una segunda parte escrita por Hersey casi cuarenta años más tarde, en la que analiza lo que le pasó a los sobrevivientes durante todo ese tiempo.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien tuvo a su cargo la traducción y el prólogo del libro desgrana en diálogo con Télam la singularidad de este relato y de su autor, quien marcó un hito dentro del periodismo.
– En su análisis emerge una manera de ejercer el periodismo por Hersey que parte de ser testigo de los hechos evitando cualquier interferencia personal ¿Qué piensa al respecto?
– Hersey escribió “Hiroshima” en una época en que el periodismo norteamericano cristalizaba alrededor de esa idea: el periodista debe ser invisible, la historia debe contarse a sí misma. En el polo opuesto está el periodismo “Gonzo” de Hunter Thompson, por ejemplo, donde todo depende de la primera persona. Creo que cada historia o cada tema exige sus propias estrategias, y no me cabe la menor duda de que esta supuesta imparcialidad o invisibilidad le da a “Hiroshima” una potencia, una urgencia, que no tendría si viéramos a Hersey todo el tiempo.
– ¿Recuerda lo que sintió la primera vez que leyó el texto?
– Lo recuerdo muy bien porque fue una impresión muy profunda. Hasta ese momento, la bomba era para mí una abstracción, una nube en forma de hongo. Pero la imagen del hombre con los ojos derretidos o de las sombras que el calor imprimió en la piel de las mujeres no me abandonarán nunca. Esa es la mejor virtud del gran periodismo: hacer que lo abstracto se vuelva concreto y que el ser humano vuelva a ser la medida de las cosas.
– Me imagino que encarar la traducción de un libro como este debe implicar un desafío y un compromiso al mismo tiempo ¿Tuvo esta percepción?
– Por supuesto. No sólo porque un libro tan importante no se hubiera traducido nunca en España (la única traducción a nuestra lengua era, justamente, argentina, y del año 1962), sino porque me di cuenta de lo mucho que podía aprender traduciendo. Eso por no hablar de la presencia que tiene en nuestras facultades de periodismo: en todo el mundo hispánico se aprende leyéndolo.
– ¿Qué implica para usted ese capítulo final, “Las secuelas del desastre”, escrito por Hersey casi 40 años después?
– Ese texto fue escrito desde la perspectiva que no se tenía en 1945, y esa perspectiva llegó con una conclusión triste: la tragedia atómica, la muerte de miles de civiles, no era necesaria para ganar la guerra. Es más: Hiroshima fue una especie de laboratorio en que una potencia de la incipiente Guerra Fría le mostró a la otra lo que era capaz de hacer. Que tantos no-combatientes hayan perdido la vida en ese espectáculo de fuerza no sólo es terrible: es inmoral. Esa indignación, en sordina y entre líneas, está en “Las secuelas”.
– ¿Piensa que la manera de concebir el periodismo sintetizada en este texto emblemático sigue teniendo vigencia?
– “Hiroshima” es gran periodismo y el gran periodismo no sólo sigue teniendo vigencia: es más urgente y pertinente y necesario que nunca. Junto a “Hiroshima”, mucho periodismo de hoy se ve como un juego amateur. Y aquí viene Hersey a recordarnos la virtud de ver con los propios ojos, no con los de Facebook, y el afán de entender, el maravilloso afán de entender que reemplaza la pasión de las redes sociales por juzgar, señalar con el dedo y condenar desde lejos.
Por su parte, el escritor y profesor universitario Roberto Herrscher, director del Master de Periodismo de la Universidad de Barcelona, ciudad donde vive desde hace años, dice a Télam que la forma de concebir el oficio por parte de Hersey “continúa vigente y más que nunca. Escuchar a la gente común, las víctimas, los sobrevivientes, los que son capaces de recordar y pensar sobre la tragedia que les sucedió: buscarlos, escucharlos bien, preguntarles con profundidad y respeto, escribir su testimonio. El camino de Hersey es el que siguieron, entre otros, Elena Poniatowska o la Premio Nobel Svetalana Alexievich”.
A su juicio, en el periodismo actual, y en la crónica por lo general, sobra el yo. “No creo que deba estar prohibido, pero solo tiene sentido cuando algo que nos pasó a nosotros es importante para entender el tema y a los personales, o cuando el periodista busca que el lector se identifique con él. En ‘Hiroshima’ lo único que importa es la experiencia y los relatos de los seis sobrevivientes. Testigo y transmisor: no falta nada”.
Télam.