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Historias de taxistas: en busca de un infiel, el silencio de Olmedo y la prueba con kerosene

La actividad de los taxistas creció al ritmo de la ciudad. Los viajes guardan una gran cantidad de anécdotas que describen desde las vivencias de una época hasta situaciones insólitas.

Por Hernán Kloosterman | Twitter: @h_kloosterman

Cuando Juan Alberto De la Cruz empezó en la actividad, los taxis no eran amarillo y negro. Lo único que los identificaba era una visera blanca que se ponía sobre el parabrisas. Desde aquel inicio, en 1965, nunca se alejó del rubro y todavía no quiere pensar en el momento de decir adiós, aunque es consciente que la cuenta regresiva empezó. “Es el amor de mi vida”, resume el hombre de 75 años que acaba de superar el coronavirus tras pasar 25 días internado.

A la hora de repasar las anécdotas que vivió a bordo del taxi, sobresale algo impensado en estos tiempos: alimentar el motor a kerosene ante el brutal aumento de la nafta.

Fue en el año 1975, cuando estalló el “Rodrigazo”, que consistió en una serie de medidas económicas que incluyeron una fuerte devaluación y aumentos siderales que en el caso de combustible llegaron al 180%.

“Se encareció tanto el precio que los taxistas probábamos con usar kerosene. Los autos andaban mal y humeaban mucho, pero fuimos muchos los que lo intentamos. No quedaba otra por lo que había aumentado la nafta”, recuerda. En ese contexto, Juan Carlos explica que la crisis era de tal magnitud que “la tarifa aumentó un 140% y el trabajo se redujo tanto que hacíamos uno o dos viajes por día”.

A la hora de rememorar sus primeras épocas en la actividad, cuenta en los primeros años los relojes eran mecánicos y se colocaban sobre el tablero. “Eran tan pesados que colocábamos un palo de escoba para sostenerlos y compensar la vibración que producían”, señala.

También recuerda las características de los autos. “No existían normas respecto al color ni la identificación en las puertas. A partir de 1966 se dictó la ordenanza que estableció la identificación por los colores negro y amarillo. El primer negro y amarillo que hubo fue un Siam Di Tella, lo llamábamos el Huevo”, narra el titular de la licencia 1030.

Chofer detective

Sandra Zuccheli lleva 14 años en la actividad. En una oportunidad, fue a cubrir un viaje que había sido pedido en la zona del barrio Stella Maris. Era una mujer que al subir le pidió hacer una recorrida. “Yo pensé que iríamos a hacer compras como suele pasar. Pero no”, cuenta.

La pasajera le indica una calle determinada y a poco de llegar al lugar, sorprende: “Yo me voy agachar para que no me vean y vos vas a mirar si en esa casa está un auto con estas características”, empezó el pedido. “Si es así, parás en la esquina y esperamos un rato”, completó.

“Efectivamente estaba el auto y después de esperar un rato, nos fuimos. Era del marido que supuestamente tendría que estar trabajando en ese momento pero estaba en la casa de otra persona, así que la llevé de vuelta a la casa con una bronca bárbara”, recuerda.

A lo largo de su trayectoria, Sandra también tuvo que lidiar con comentarios y actitudes machistas. “Una vez, voy por una avenida, me hace seña un pasajero, paro, abre la puerta, tira el bolso, se sienta y dice: ‘Ah, una mujer’. Le pregunto el domicilio y en el camino lo encaré: ¿Qué problema tenés que sea una mujer, si vos naciste de una mujer?, le dije. No habló más en todo el viaje”, cuenta.

Orgullosa de su profesión, Sandra destaca que sale “todos los días con una sonrisa” y agrega que en temporada intenta siempre guiar a los turistas. “Cuando vienen de otras provincias, me gusta contarles cosas de la ciudad y de la historia así que se bajan contentos”, dice.

El rescate

Juan Carlos Jurkevicius recuerda que en la parada de Lamadrid y Colón había un llamado que se repetía. La pasajera que vivía en la zona de la Plaza Colón era una mujer de gran tamaño que se movilizaba con un andador y pedía ir a un lugar que quedaba a pocas cuadras.

“La señora siempre pedía un coche amplio por obvias razones. Yo tenía un Peugeot 504 y había que tirar el asiento para atrás e inclinar el respaldo porque sino, no entraba. El asiento tenía una ‘manijita’ que era muy práctica para reclinar el asiento, pero que si se trababa era complicada porque había una especie de engranaje. La cuestión es que un día, la mujer se sentó y siguió de largo: me rompió todo el sistema y quedó acostada contra el asiento de atrás”, cuenta.

Los taxis fueron siempre escenario de singulares historias. Esta foto nos permite remontarnos a la década del 60 y subirnos a uno de aquellos “autos de alquiler” con reloj a cuerda.

Pero la historia no terminó ahí. Había que sacar a la mujer del auto y el chofer sólo no podía. “Tuve que llamar a otro móvil y al portero del edificio. Entre los tres, pudimos movilizarla”, cuenta y agrega que le resultó más caro el arreglo que el viaje que iba a hacer y al final no hizo.

A los 71 años y ya retirado de la actividad, Juan Carlos admite haber caído en algún prejuicio y finalmente sorprenderse. Fue una mañana en la parada de Irala y Peralta Ramos cuando se le acercó “un muchacho morocho y grandote que estaba con tres más y me pidió un viaje”.

El destino era Las Heras entre Vieytes y Larrea (donde estaba la villa de Paso). “Pensé que era boleta. Encima, me iban contando que nadie los quería llevar. Listo, me agarraron dormido”, pensaba. Fui todo el viaje con la idea de que me iban a robar. Finalmente, llegamos a un terreno baldío y me dijeron: ‘Pará acá'”, recuerda el chofer sobre el momento en el que pensó que iba a sufrir el primer robo de su vida. “Me preguntaron cuánto era el viaje, no sé ni lo que les dije del susto que tenía, me pagaron, agradecieron y se fueron. Yo a esa altura casi me había hecho encima”, cuenta.

El apuro de Olmedo

En la década del 80, Alberto Olmedo estaba en la cima de su popularidad. Era común que a la salida del teatro, al actor lo esperen sus seguidores para pedirle una foto o saludarlo. Raúl Vicente, taxista con más de 40 años de experiencia recuerda que “a diferencia de otros actores como Susana, Moria o Porcel que se iban en autos espectaculares, Olmedo salía del teatro Ópera y se iba corriendo a la parada de Luro e Independencia“.

“Lo llevé dos veces y nunca pude entablar un diálogo. Era muy seco y poco conversador. ‘Mové, mové rápido’, decía al subir para que no lo reconocieran porque sino tenía quedarse un largo rato a sacarse fotos”.

“No nos daba mucho lugar para charlar. Fue una frustración, pero con el tiempo es un recuerdo dulce y cálido porque fue el cómico que más me ha hecho reír”, reflexiona Vicente.

Un robo particular

La siguiente historia la protagonizó Jorge, un chofer fallecido hace varios años. Pero la anécdota se mantiene en las paradas de taxi.

Ocurrió una madrugada cuando Jorge subió a una pareja a la salida de un local bailable en Entre Ríos y Bolívar. El hombre pidió ir a un hotel alojamiento ubicado en Antártida Argentina, en cercanías del cementerio.

Al pasar Mario Bravo, intenta prender un cigarrillo. Busca el encendedor, abre la cartera de la mujer y saca un revólver. Hace desviar al chofer hasta un descampado donde lo obliga a bajarse y continúa él al volante.

Una vez pasado el susto inicial, el chofer pide auxilio y hace la denuncia. Hasta ahí, nada demasiado llamativo.

Al mediodía entra un llamado del hotel alojamiento a la central telefónica para avisar que fueran a buscar el auto porque se tenía que ir.

El hombre había ido con la pareja al hotel y luego, al no poder encender el auto, le hizo pedir un taxi al conserje y se fue. Lo curioso fue que el auto estaba intacto y con la llave puesta.

“No faltó nada; había pertenencias y una campera de cuero intacta. Se puede decir que fue un robo por urgencias sexuales y un ladrón cumplidor en los objetivos que tenía”, contó Raúl Vicente.

– Nota publicada en mayo de 2021 y editada para la sección Hemeroteca de LA CAPITAL

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