María Julia Druille escribió una novela intensa que empieza con el viaje de Valeria en plena pandemia desde Croacia a la Argentina, donde tropieza con un grupo de desamparados, corridos por la policía.
Por Sebastián Jorgi
“Me dieron licencia por maternidad y lo pensé mucho, si me convenía viajar a la Argentina en mi estado o quedarme en Europa. Pero todo sucedió de improviso. El crucero llegó hasta Dubrovnik y nos dieron la posibilidad de bajar antes de ir a Italia, porque habíamos salido de Venezia. Y me bajé”.
Es el comienzo de “Quillén”, novela intensa, cuyo personaje, Valeria, cuenta con treinta y cinco años y viene de Croacia. Invitada a Buenos Aires por sus primos para el cumpleaños número noventa de la abuela. Pero el viaje no será nada fácil, entabla una amistad con Milagros en el viaje. Ambas en un descuido se quedan varadas ante la partida del micro en medio de la terminal. Todo el panorama era el de la desolación. Y lleva en su vientre el hijo de un filipino. El dinero y los documentos, tanto de Milagros como de ella, se han ido en el micro. En su bolsillo trasero había guardado dinero, menos mal.
A esto, se debe sumar el marco terrible de la pandemia. Tal es el punto de partida de esta novela, contada en primera persona a través de la propia Valeria, que tendrá el acompañamiento de Milagros, la donante ayuda, compañera en Villazón, La Quiaca, donde tropiezan con un grupo de desamparados, corridos por la policía. Y a esta altura, pude sopesar las inflexiones éticas que desplegaba muy finamente María Julia Druille, amalgamando cuadros de época que deslindan cuestiones sociales. “Eran como fantasmas asustados por la pandemia”, describe crudamente la autora, en medio del acuciante y amenazador Megáfono de la policía que vociferaba: “Todos a casa, todos a casa”.
Por un momento pensé en el realismo de Pérez Galdós, en esos personajes desprovistos, que deambulan por el mundo sin destino, pero este aparte es una asociación que corre por mi cuenta. Novela que me atrapó sobremanera, que terminé de leer en Mar del Plata, en instancias del 38º Festival Internacional de Cine.
El acontecer se vio dosificado por la entrada en varios capítulos con intertextos de “Adán Buenosyres”, la inolvidable obra de Leopoldo Marechal. Una serie de vicisitudes en las que afloran los recuerdos de la infancia, remisiones a Gargantúa y Pantagruel. Ponderable el uso del fluir de la conciencia (cuando aparece Mateo, otro personaje que irrumpe en la novela), en un armado muy fino, vuelvo a recalcar, en la composición novelística, que también deslinda un juego dialéctico.
Valeria sola contra el mundo, me dije en algún momento de la lectura. Quizá no tan sola, acaso, pero siempre empujada por un hálito existencial, tallando contra el destino. La mano de la poeta también juega, junto con la lectora y profesora de Literatura de gran trayecto en la docencia. “Quillén” es una novela que confirma importantes espacios ganados por María Julia Druille.
María Julia Druille nació en Villa Maza, provincia de Buenos Aires. Licenciada y profesora en Letras de la UBA y traductora pública de francés (UBA). Profesora de enseñanza primaria (Normal 1 de la Ciudad de Buenos Aires). Coordina el taller literario Rizoma especializado en poesía y narrativa desde el año 1994. Dirige la editorial Tersites. Publicó poemarios, cuentos, dos libros para niños y tres novelas. Obtuvo importantes distinciones en concursos. Se desempeñó como vicepresidente de la Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil. Actualmente ocupa el cargo de Vocal 1era. Profesora en la Diplomatura sobre Literatura Infantil y Juvenil ( Sade Central) –Universidad de Villa María (Córdoba).