Por Raquel Pozzi
Finalizada las convenciones de los Demócratas y Republicanos en el marco de la agenda electoral en los Estados Unidos y con la aceptación de las fórmulas de los candidatos Biden-Harris y Trump-Pence comienza un proceso de confrontación retórica para J. Biden y pragmática para el actual presidente D. Trump de cara a las elecciones del 3 de Noviembre 2020.
Las prioridades en las agendas que cada candidato proponga serán contundentes siempre que se equiparen analógicamente a las demandas sociales, no sólo en términos de la política interna y urgencias a corto plazo sino también en la política exterior cuyo gran desafío geopolítico es la República Popular de China con la pretensión de disputar la hegemonía a nivel global. No basta con la introspección en cuestiones sociales y culturales que por historia están inoculadas en la población norteamericana ni el desvelo por los efectos negativos que ha dejado la pandemia en términos económicos ya que la inercia de una economía en crecimiento antes del COVID -19 se observa en la rápida recuperación del empleo y la hiper liquidez como fenómenos complementarios.
Las variables definitorias que mantienen la grandeza nacionalista de los estadounidenses y por ende en toda contienda electoral, han sido la economía y la política exterior, las demás actúan como adicionales y no por eso menos importantes. Los Estados Unidos mantienen el status de hegemonía mundial pero tiene un gran adversario que se ha propuesto destronarlo y el objetivo está escrito y manifiesto en la resolución del XIX Congreso del Partido Comunista Chino donde está explicita la fecha límite para el mega proyecto, el año 2049/2050, una forma de celebrar los 100 años de la Revolución Popular y de poner fin al siglo de humillación y saqueo, haciendo referencia a la etapa del colonialismo occidental a partir de las Guerras del Opio entre 1839 y 1842 hasta la revolución comunista de Mao Zedong en 1949.
La superioridad tecnológica y la estrategia multidireccional de China es la consecuencia del trazado del One Belt, One Road –Una Franja, Una Ruta- y el gobierno norteamericano es consciente de la perseverancia de la cultura oriental y sobre todo del Socialismo de particularidades chinas. La pregunta que subyace es ¿Cuál es el proyecto de los Estados Unidos para contrarrestar la potencia China en la contienda por la hegemonía? ¿Qué tipo de liderazgo político se adapta a las exigencias globales?
Fortalezas y debilidades
En la convención del partido demócrata el júbilo por las estadísticas positivas en torno a J. Biden respecto de D. Trump en plena pandemia, no alcanza. Las críticas al candidato a presidente Joe Biden sobre la escasa imagen de liderazgo sumado a la fobia etaria fueron contundentes para elegir a quien lo acompaña en la fórmula, Kamala Harris quien llega con briosa juventud a calmar los ánimos de los mercados, planteando una estrategia de fortalecimiento para no repetir el escenario del año 2016 donde H. Clinton también lideraba las encuestas. En el caso específico de los republicanos las debilidades se expresaban de manera exógena, el partido como tal adolece de fortaleza estructural, basta con observar a algunos fieles republicanos tener expresiones contrarias a su candidato D. Trump, por lo tanto el desafío era encontrar el lema que justifique mantener el liderazgo tan peculiar del actual presidente. La contundencia en la expresión de D. Trump “Biden es la extrema izquierda” paralizó las estadísticas. En ese juego de retóricas el candidato demócrata tendrá un escenario distintivo ya que nadie se atrevió a tramar un juego de extremas ideologías, sin embargo D. Trump encontró fortalecer la debilidad de su propio partido y los alineó a todos detrás de un vértice ideológico.
Si el adversario geopolítico es China que profesa su propio tipo de socialismo es pertinente pensar que J. Biden tendrá que desmontar el escenario que D. Trump le preparó y será en los debates dónde podremos observar quién es el propietario real del liderazgo político capaz de enfrentar no sólo los vestigios de la pandemia a nivel social y económico sino también convencer que los Estados Unidos están preparados para enfrentar a China en la carrera tecnológica.
Centrados en la idiosincrasia de la sociedad norteamericana estos intereses juegan un papel preponderante sin embargo la retrospección hacia vetustos escenarios de un mundo netamente bipolar planteado por D. Trump al categorizar a Biden como artífice de la extrema izquierda representa el fiel pensamiento de considerar a China más que un adversario, un enemigo, a sabiendas que en la actual situación ya no se plantea un guerra ideológica sino una guerra tecnológica y en ese escenario los Estados Unidos han perdido –por ahora- el dominio.
La producción simbólica en la retórica de los republicanos ha sido hábil, pragmática y expeditiva sin embargo los demócratas pueden plantear un escenario que se despegue de la carga ideológica y proponga un viraje del aislacionismo hacia el multilateralismo convirtiendo de esta forma al enemigo comercial China en un adversario-socio para destronar las pretensiones de otros estados emergentes como La República de la India cuyo poder demográfico no es un dato menor en cuestiones de geopolítica.
¿Quién será el próximo presidente en los Estados Unidos? La respuesta es compleja, pero la realidad social y cultural ya tiene su candidato sin embargo en cuestiones de política exterior él mismo siembra dudas. No es el “fin de la historia” según F. Fukuyama donde el liberalismo económico y político de Occidente se ha impuesto, pero es claro que esa idea todavía forma parte de la conciencia política de los estadounidenses, falta la futura concreción y en el tablero del dominio mundial no están solos por ende es suprema la importancia de gestionar en favor de un liderazgo político que pueda contrarrestar no sólo el volumen histórico de las actuales potencias emergentes sino también a los líderes personalistas cuyas retóricas han cautivado gran parte del imaginario social.