El sello Letra Sudaca volvió a publicar una novela del escritor marplatense Sebastián Chilano. Se trata de "Ningún otro cielo", una historia que transcurre en La Caleta y que recrea el extraño rito de un grupo de creyentes. Los vasos comunicantes con el presente: el caso de Santiago Maldonado y la realidad que "aplasta".
por Paola Galano
@paolagalano
“Mira el cielo y tiene una certeza: ningún otro cielo en la tierra tiene tantas estrellas. Ningún otro cielo en la tierra es tan hermoso y tan trágico como el cielo de La Caleta”, escribe el prolífico Sebastián Chilano, un poco más allá de la mitad de su nueva novela.
Ingredientes del policial, un enigma a resolver, un clima asfixiante por momentos y un frenesí casi medieval de algunos personajes colocan al lector frente a un texto que incomoda, a veces, pero que nunca pierde velocidad ni intriga. Mucho menos actualidad, en un país como Argentina donde detalles sobre muertes violentas y autopsias forman parte del menú periodístico.
Con la profanación de cuerpos y la muerte dando vueltas, cual movedizo círculo que se va achicando a medida que avanza la historia, “Ningún otro cielo” parece ser la novela en la que Chilano reivindica su libertad creativa. “Es una historia que quería contar”, dice a LA CAPITAL. Y agrega: “Es un corte y pega, de la vida, las lecturas, las invenciones, como las otras novelas. Puede ser leída como novela policial, como terror, como suspenso, como un prólogo para escribir un ensayo sobre la muerte. Como un cuento largo. Como cada lector que encuentre quiera”.
Liberado de encasillamientos y de géneros -“No suelo preocuparme por los rótulos. Eso es para los estantes de las librerías”, opina-, el escritor ubica a sus personajes entre las fuerzas de la naturaleza, con un mar poderoso y un cielo inabarcable, y la fuerza de la fe que profesan. “En alguna de las múltiples correcciones sentí que necesitaba mayor intervención sobrenatural”, cuenta.
Y recuerda cómo nació una parte de esta historia, la sexta en aparecer después de “Riña de gallos”, “Las reglas de Burroughs”, “Tan lejos que es mentira”, “Méndez” y “En tres noches la eternidad”. “Un odontólogo me contó que se presentó a su consultorio, un día a principio de verano, un hombre a venderle dientes y dentaduras que encontraba en la playa, en la orilla del mar. Esa fue una de las intervenciones que dieron forma al origen de esta historia -confiesa, vía mail-. En algún punto, en alguna de las múltiples correcciones sentí que necesitaba mayor intervención sobrenatural, así nació el rito para el homúnculo de arena, que finalmente no tiene de sobrenatural más que la instauración del mito: como la conversión de la hostia en cuerpo y del vino en sangre durante la misa católica. En algún punto tuve una idea que me gustó mucho, que me llenó de ternura y que debía incluir en esta novela: niños subidos a las ramas de los árboles alumbrando innecesariamente una improvisada cancha de fútbol. Así se escribió”.
– Es una historia dura, sobre los límites que pueden cruzarse a partir de invocar a Dios y a la fe. Un tema similar habías abordado en “Las reglas de Burroughs”, con esa comunidad cerrada que vivía en el campo. ¿Te interesa este tema?
– Las reglas de Burroughs, creo recordar, no trata tanto sobre la religión, o intenté que no tratara. Sí habla de la conformación de la sociedad, de sobrevivir en un mundo capitalista de otro modo, pero invariablemente dependiendo del dinero. Todos venden algo, incluso los escritores con sus solemnes máximas. Las reglas también habla del amor, de la literatura argentina, de la negación de Borges como gran padre, del peronismo como un enorme cielo protector y destructor que a todos nos perdonará. Eso era Las reglas de Burroughs. Eso y el amor. El punto de contacto con Ningún otro cielo es el orden de una sociedad cerrada. En Ningún otro cielo, la comunidad cerrada, con sus propias reglas, es el eje y esta, a diferencia de la ensayada con anterioridad, tiene un complejo sistema de creencias. Ahí entra la religión. Al punto de incluir rituales sobre la muerte que prácticamente hemos abandonado. Si Las reglas de Burroughs ensayaba una sociedad primitiva, sin dios, en Ningún otro cielo esa sociedad primigenia evolucionó a una más cruel por basarse en un complejo sistema de creencias religiosas.
– Los personajes de “Ningún otro cielo” están nerviosos, incómodos con el rito que llevan adelante, viven en La Caleta, un sitio solitario, marítimo, idealizado por muchos, sin embargo vos te encargás de marcar un contraste… Los personajes no disfrutan del entorno, más bien le temen al mar y le confieren una simbología extraña. El libro encierra la lógica de “pueblo chico, infierno grande”. ¿Coincidís?
– No coincido en que estén incómodos. Es lo que hacen, es su forma de vida. El Flaco (protagonista de “Ningún otro cielo”) hace lo que tiene que hacer. Su esposa, María, disfruta del ritual, si se quiere, está nerviosa porque busca que ese conocimiento pase a otra persona, que no se pierda. Y ese destinatario, elegido por ella, es el vecino Elías. Quizás su marido no esté de acuerdo y ese genere un conflicto, pero el conflicto es alrededor de ese hecho, no alrededor del ritual. El cura no duda de la misa. El sepulturero no duda de la tierra que tira sobre el cajón o la tapa de cemento que clausura el nicho. El Flaco no duda de lo que tiene que hacer con los cadáveres. En cuanto al mar, los personajes no lo disfrutan como no lo disfruta mucha gente en Mar del Plata o en cualquier ciudad costera que depende económicamente del turista que viene a ver el mar. Los turistas no nos prestan sus ojos para ver ese mar, para nosotros, que ya perdimos la sorpresa, el mar es un enorme espejo que nos atrae y nos repele. Eso les debe pasar a los personajes de La Caleta. El mar, además, les da y les quita. No le temen, lo veneran. Es un dios proscripto, quizás la puerta al infierno. No lo sé yo, lo saben ellos.
– También los personajes de “Méndez” están crispados por el dinero y sus temas asociados. Acá están crispados por otros motivos. ¿Esa crispación, ese nerviosismo, esa incomodidad que narrás es una marca de época? ¿Qué tan observador sos de los signos que marcan cada momento?
– No creo que ningún escritor pueda escapar al tiempo en que vive. Porque, por más que no lo refleje en sus historias, lo hará en sus declaraciones o en sus silencios. Y si eso no fuera suficiente, cada lector leerá lo que quiera en la obra del autor. Con lo cual, se tiene que ser observador y lector cuidadoso de los acontecimientos. Después está en cada uno cuánto quiere dar o mostrar. En mi caso, me cuesta entender mucho el tiempo en que vivimos. Algunos casos pueden ser claros, pero la inmediatez nos quita perspectiva. Voy a dar un ejemplo, mis primeros recuerdos políticos vienen de la época de la década del 80, para ser precisos del gobierno de Alfonsín. Y si miramos las revisiones sobre ese gobierno en particular que hubo en la década del 90, en el 2000, en los últimos gobiernos, vemos como las opiniones, las consecuencias y los actos de aquel gobierno son interpretados de modo distinto. La figura de Alfonsín cambia, cambió, y todo eso pasa con el correr de los años. Con la distancia. La inmediatez, las opiniones sobre los hechos cotidianos están bien para las redes sociales, en los libros, en las novelas, trato de pensar con mayor detenimiento.
– ¿Que los personajes generen poca empatía con lectores y lectoras es una aspecto que trabajaste con esa intencionalidad?
– La empatía. ¿Quién puede saber lo que otra persona piensa? Debo ser respetuoso con los lectores, trato de no darles herramientas para que puedan predecir cómo va a actuar un personaje, la predicción lleva al tedio; si es inevitable por impericia, que así sea, pero no por displicencia. Si el personaje desorienta, si incomoda, para mi funciona. Porque para mí también son desconcertantes. Ahora, si hablamos de empatía como algo afectivo, como permitirle al lector que se relacione con uno de los personajes, que se encariñe, que se ancle, en algunas de mis novelas tendrá que hacerlo bajo su responsabilidad. Yo no voy a llorar si tengo que matar un personaje. Todos somos buenos y malos. Ese tipo de empatía, decir “me gusta la novela porque me sentí identificado con tal personaje” me parece algo accesorio. Quizás sobrevalorado. En el caso de Ningún otro cielo, si escribo sobre un lugar sombrío, una comunidad asfixiante, lo más lógico sería que los personajes sean consecuentes con el lugar, si hubiera un elemento puesto para agradar al lector claramente desentonaría, se marcaría a sí mismo como un fantasma, un error, una anomalía, un objeto sofisticado ideado con fines meramente comerciales.
– Hay un aspecto que me llamó la atención del libro: la profanación de los cuerpos lejos de ser un tema ausente parece atravesar la historia reciente. El cuerpo de Eva Perón, el del Che Guevara, el del mismo Perón, ahora el de Santiago Maldonado, ya no por la profanación sino por la manipulación de ese cuerpo, los detalles de las autopsias que trascienden… Es un tema que nos horroriza pero que, sin embargo, buscamos. En ese sentido, diste en el centro de un aspecto de la actualidad. ¿Puede ser?
– El libro es anterior al caso de Santiago Maldonado. Es anterior a Nisman. Es anterior a la imagen de ese niño inmigrante ahogado en una playa turca. Y sin embargo no escapa a la realidad. Tenía escrita una escena donde un niño aparece ahogado y al poco tiempo circuló la foto y el debate. Hablamos del año 2015. Entonces pensé qué hacer. Si debía sacar esa escena, si debía pensar que alguien imaginara que la inspiración venía de ahí. La realidad muchas veces nos aplasta. El caso de Santiago Maldonado nos aplastó. Me fui de vacaciones antes de la autopsia y volví dos semanas después a un país donde ya no se habla del tema. Algo en la historia alrededor de su cuerpo enmudece como nunca antes. Pienso en el uso del cuerpo, pienso que buenos guionistas tuvieron más de ochenta días para contar una historia perfecta: una historia donde todo encaja, donde no quede lugar a la duda, donde no se pueda volver a dudar de la historia sin que te tilden de fanático. Eso es ficción. En la ficción las historias cierran así, no en la vida real.
– ¿Por qué a medida que vas sacando libros y que tu obra crece las historias que narrás se van oscureciendo? Cómo escritor ponés el acento en los lados menos luminosos del mundo actual.
– Sacar libros suena a una producción en serie, como recuerdos seriados para turistas. Y puede que así sea. ¿Mi obra crece o es la misma historia contada una y otra vez? ¿Las obsesiones son claras o se pueden cambiar en algún momento? El lado luminoso de la vida sería no escribir. No pensar. No acumular libros que no tendré tiempo para leer. El lado luminoso de la vida sería construir un personaje, un escritor amable, que escribe cosas lindas, que nos da esperanza sin caer en la autoayuda, porque es escritor, claro que lo es, y está parado en el lado luminoso, y escribe lo que los lectores quieren leer: todos ganan, los malos no son tan malos y al final, el bien triunfa. O el amor. O la superación personal. Los personajes hacen sacrificios que parecen inútiles pero que terminan llevándolos a la meta. Eso es para Hollywood, perdón, actualicémonos, para Netflix. Pero, tampoco seré ingenuo: todos venden algo. ¿Qué vendo yo? ¿Oscuridad? No tanto, sería un impostor. Tengo una novela por ahora llamada Billy, es una luminosa historia de amor que algún día se publicará, porque, como dije al principio: es una historia que quiero contar. El porqué no sé si es tan necesario descubrirlo.