Razón y prejuicio en la dinámica perceptiva de la realidad
Por Alberto Farías Gramegna
textosconvergentes@gmail.com
“El pensamiento crítico es el proceso de dudar de las afirmaciones que en la vida cotidiana suelen aceptarse como verdaderas ´per se´. Es por ello por lo que el pensamiento crítico no aspira a alcanzar una verdad absoluta, sino a profundizar prácticas y estrategias que nos permiten someter nuestras convicciones, y las de otras personas, a discusiones evaluativas examinadas con sesgo analítico-crítico” . (Wikipedia)
En el habla coloquial cotidiana se suele asimilar el concepto “crítico” a la noción de “críticar” (sic) en sentido de descalificar, reprochar o no coincidir ética, moral o ideológicamente con la opinión o acción del interlocutor o de un tercero “in absentia”.
Cuando alguien dice: “Fulano critica siempre la manera en que hago mi trabajo…”, alude a que no coincide con esa manera en que Mengano hace las cosas. ¿Quiere esto decir que necesariamente Fulano aplica en esta actitud un “pensamiento crítico”? No, de ninguna manera.
Lo habitual es que el pensamiento crítico este ausente en estas perspectivas “críticas” y que respondan a convicciones, creencias, prejuicios, lógicas o simplemente tensiones emocionales vinculadas a la ausencia de empatía en los vínculos interpersonales. Desde luego que también una “crítica” -para decirlo más ajustada y correctamente, una reprobación- puede ser efecto de un pensamiento crítico previo, pero no es lo frecuente en las relaciones humanas. El hombre (“simius humanus”, permítaseme el satírico neologismo) es un ser emocional que practica con esfuerzo -y no siempre con éxito- el pensamiento racional.
Cualquier comportamiento incluye connaturalmente la dimensión emocional, es decir pensamos y actuamos integrando el afecto y la razón, a veces en equilibrio funcional y otras en desequilibrio donde el primero condiciona a la segunda. Cuando este condicionamiento excede el promedio, decimos que tal o cual persona es “impulsivamente emocional” y más técnicamente se dirá que presenta “labilidad afectiva” o “inestabilidad emocional”. Desde la emotividad que inunda la percepción del sujeto ante una escena o un gesto de amor o de odio, hasta una respuesta emocional violenta y automática sin el filtro de una evaluación crítica del hecho desencadenante.
Por oposición al “emocionalismo” se presentan las personalidades con fuertes componentes racionales y baja presencia de emocionalidad (lo que no quiere decir patología disociativa que anule el afecto). Son personas fuertemente “lógicas” que analizan los estímulos con arreglo a valores racionales, sin eludir la emocionalidad que acompaña a aquellos y pueden o no en ciertos casos utilizar para ello el “pensamiento crítico” (que como veremos enseguida es una manera de pensar integralmente un problema articulando razón y emoción y no una estructura de personalidad). En los extremos cuanti-cualitativos de aquella actitud estructural de la personalidad encontramos luego a los “esquizoafectivos”, (esquizo: disociación) ya una forma disfuncional no saludable de comportamiento. Personas con rasgos neuróticos que “temen los afectos” y tiene poca o nula expresividad emocional ante los requerimientos de vínculos estrechos como familiares o parejas.
Los razonamientos “inductivos” y “deductivos”
El llamado proceso de “razonamiento inductivo” va de lo particular a lo general, por contraposición al “razonamiento deductivo” que va de lo general a lo particular a través de conclusiones necesariamente “verdaderas” por lógica formal, no habiendo otra posibilidad alternativa desde esa misma lógica.
Por ejemplo, un clásico: si decimos que “todos los hombres son mortales” y seguidamente constatamos que Fulano de Tal es hombre, damos por verdad lógica irrefutable que por tanto Fulano de Tal es mortal. Ese “por tanto” es un nexo crucial para validar nuestra conclusión y darla por verdadera en el marco del razonamiento deductivo que va de la calidad de mortales de todos los hombres al caso de “ese hombre”. De lo general a lo particular.
Ahora bien. el razonamiento “inductivo” recorre el camino inverso, siendo también parte de una posible lógica formal, pero sin embargo no responde a una necesidad forzada que no admite duda sobre su veracidad. Es decir que el razonamiento inductivo arriba siempre a una posibilidad creíble y posible, pero nunca “per se” inobjetable como verdadera, salvo que intervenga una variable externa que lo confirme desde “fuera del mero razonamiento”, es decir una confirmación de orden fáctico. Y esto porque utiliza argumentos polivalentes que no responden necesariamente a una relación forzada causa-efecto.
Un efecto puede responder a causas diversas o a una interacción de las mismas o no tener relación alguna con la presunta causa-factor que co-existiendo en el aquí y ahora no incida en absoluto en el resultado observado. La atribución inductiva de una causa o motivación a un efecto o conclusión está formalmente vinculada a un “pre-juicio”, es decir a una presunción posible pero no necesariamente real o verdadera. Y la mayor parte de los argumentos que sostenemos cotidianamente para afirmar una opinión con sesgo de certeza responden a la estructura del razonamiento inductivo, muy frecuente, por ejemplo, en los prejuicios de las opiniones sesgadas sobre política.
Las ideologías en general -aunque se crea lo contario por sus afirmaciones generales sobre el mundo y las causa últimas- se asientan y se expresan mayormente con razonamientos inductivos que tienden a confirmar lo que creo previamente al hecho a constatar. Se dice que político británico afirmó alguna vez -no sabemos si con ironía o fallidamente- que iba a analizar todas las pruebas adicionales que confirmaran la opinión que ya se había formado (sic).
He llamado a ciertos argumentos que sostienen conclusiones erróneas, “Razonamiento no es lo que parece”. Con un ejemplo: Fulano de tal es un empleado muy bromista con sus compañeros de trabajo. Se ha forjado una fama de chancero compulsivo que festejan unos y censuran otros. Una mañana el gerente recibe un mensaje de un potencial cliente que luego resulta falso o erróneo. Surge el rumor que vincula ese hecho con el compañero bromista. La lógica empleada es “Fulano de tal es bromista compulsivo” (razón), por tanto (indicador de relación) el autor de la broma (seguramente…) es él (conclusión).
El razonamiento seudo “inductivo” en este caso paradojalmente fue de lo general a lo particular, pero permanece en el terreno de la creencia probabilística con mayor o menor grado de verosimilitud, según cada persona, pero sin forma de lograr la afirmación de verdad, salvo que el mismo autor lo valide. Así los argumentos inductivos están basados en razonabilidad, pero no en certeza a partir de necesidad formal, es decir que solo demuestran sus afirmaciones en el terreno de lo probable.
La dinámica del “pensamiento crítico”
Finalmente, entonces consideremos la dinámica secuencial de un pensamiento crítico ante una afirmación cualquiera. No importa aquí que tan “fuerte” sea la presunta evidencia que provenga de un razonamiento de carácter inductivo, ya que no incluye razón necesaria como en la deducción.
Pensar críticamente, en el sentido que describe la cita que encabeza esta nota, implica un cambio de actitud ante cualquier afirmación en especial las de carácter inductivo. Estar atentos ante las variables de afirmaciones ligadas a los prejuicios y los sesgos perceptivos y analizar la estructura de los argumentos presentados y su presunta seudo causalidad contingente, pero nunca necesaria.
Y evaluar las características de las fuentes mismas de la información. Resumiendo, podemos decir entonces que el “pensamiento crítico” es la capacidad de analizar y evaluar un monto de información presentada, investigando su fuente y contexto, y determinando si remite centralmente a un razonamiento deductivo o inductivo y relacionando los argumentos con los posibles sesgos ideológicos o emocionales intervinientes, sean estos morales, culturales, éticos, políticos o religiosos.
Lamentablemente la cotidiana experiencia de interacción social no parece mostrarnos una abundancia de pensamiento crítico, sino precisamente lo contrario: un mar de opiniones atravesadas por la ignorancia del dato, la emocionalidad de las creencias, la pertenencia a la tribu de moda o la intuición ideológica con arreglo al sesgo de confirmación.
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