Interés general

Planetología comparada: se busca exoplaneta alternativo, al menos parecido

Por Federico Ignacio Isla

Conicet. Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP)

 

La pandemia nos ha dejado el fantasma de nuestra vulnerabilidad. El enemigo ya no es un meteorito o un cometa que impacte en La Tierra, y que terminemos de modo similar a los dinosaurios. El enemigo también puede estar dentro del planeta, dentro de un murciélago o de algún otro mamífero del que pueda “saltar” un virus desconocido. De hecho, nuestros primos más directos, los Neandertales, desaparecieron frente a nuestras narices cromagnones hace sólo 30.000 años y no sabemos porque.

Las mejoras de la investigación espacial nos han enumerado más de 3500 exoplanetas, fuera de nuestro sistema solar. Nunca encontraremos uno igual, con una atmósfera y biosfera similar a la nuestra. Pero podemos sembrar vida en otros planetas. Los ultra-ambientalistas seguramente protestarán: “no alcanza arruinar nuestro planeta y ya queremos contaminar otros”. Pero en las atmosferas de los planetas vecinos no existe la proporción de elementos necesaria para que eventuales organismos absorban carbono y nitrógeno para enriquecer una atmosfera oxigenable. Y así recrear nuestra “vida superficial”; la que depende de la luz. Posiblemente puede existir otro tipo de vida que haya sido transportada como compuestos orgánicos por medio de los cometas como el 67P/Churyumov-Gerasimenko. Pero se necesitarían al menos unos 2000 millones de años para lograr un planeta oxigenado.

De todos modos ya hemos encontrado exoplanetas parecidos hasta en un 84% como Kepler 438b, Kepler 296e, Gliese 667Cc, o Kepler 442b. En algunos ni siquiera hay rotación o traslación que permitan variaciones de la temperatura superficial,  pero podría haber sectores del planeta con temperaturas que sean más “agradables”.

Tampoco debemos descartar algunos sectores del sistema solar. Si bien nuestro vecino Venus posee una atmosfera densa con temperaturas infernales, el otro vecino Marte tuvo agua pero hoy estaría totalmente congelada. Por otro lado, las atmósferas de ambos vecinos están compuestas dominantemente por CO2.  No obstante ello, las sondas espaciales nos han dado sorpresas desde los satélites de los planetas considerados cuerpos de hielo.  La luna de Saturno, Titán, ha demostrado tener dunas de arena. Encélado, otra luna de Saturno,  parece tener géiseres en los que algún líquido atraviesa una superficie congelada. Recientemente, Europa, la luna de Júpiter, parece tener procesos similares.

La “siembra” de planetas es una posibilidad de extender nuestro tipo de vida. Los 4500 millones de años que llevó la evolución de una atmosfera oxigenada en un planeta de una estrella amarilla puede darse también en otros sistemas. Se supone que las estrellas rojas duran aproximadamente el doble que una estrella amarilla y por lo tanto permiten sistemas planetarios más estables.

El cambio climático nos confirma que sin quererlo podemos cambiar la atmósfera de nuestro planeta; de hecho surgimos a partir de cambios climáticos naturales. Entonces también podemos cambiar las atmósferas de otros planetas. Los éticos opinarán si nos corresponde intentar cambiar planetas que recién conocemos. Algo que nunca se planteó cuando los hombres “modernos” cambiaron el continente de los cromagnones en la edad de piedra en 1492.

Los años que vienen serán controversiales con respecto a la mitigación de los cambios que ya están ocurriendo. Mientras tanto debemos resolver algunas dudas derivadas de lo que se ha denominado el  principio precautorio, que en definitiva no es más que una derivación funcional de la frase de Platón (parafraseando a Sócrates): “solo se que no se nada”.

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