Interés general

“Pisar Malvinas es ponerse a temblar”

El marplatense Nino Ramella volvió a recorrer Malvinas, esta vez junto al escritor Santiago Kovadloff. La conmovedora experiencia en primera persona para LA CAPITAL.

No importa cuántas veces las hayamos visitado. Poner un pie en las Islas Malvinas siempre hace temblar. La sensación de ese contacto nos fue alimentada desde niños. Las Malvinas son Argentinas. Esa música la incorporamos a nuestro disco rígido antes de entender lo que significaba. Es más un mandato que un argumento. Estamos configurados para entender que esa tierra nos constituye como nación. Que reclamarlas es parte de nuestra identidad. Pero para la inmensa mayoría de nosotros eran hasta 1982 una ecuación teórica.

Dos pequeños dibujos irregulares uno pegado al otro que jamás olvidábamos de ubicar en el mapa, en el sur… no muy lejos de la costa.

La guerra impregnó a esos confines de una carnadura que no tenían. La tragedia le dio un rostro al nombre Islas Malvinas. Desde la ocurrencia de aquel dipsómano para todos nosotros ese sitio en los confines del mundo habitable tiene cara de un chico de 18 años hambreado y sucio, cuyos ojos hundidos ni siquiera preguntan nada.

No hay manera de cambiar ese rostro. Caminamos por la calle que bordea al mar en Puerto Argentino e imaginamos a esos chicos descubriendo las mismas casas que nosotros miramos hoy, divisando más allá de la cercana periferia ese suelo ralo, pedregoso, con algunas pequeñas lomas y colinas rocosas bajas.

Temblar es, pues, el normal resultado de tocar ese suelo. Aquellos chicos no dejan de estar en nuestras cabezas. En el barco en el que llegamos hay personas de muchas nacionalidades. Sólo nosotros compartimos la emoción. Para los gringos es un puerto más, poco interesante a no ser por la excursión a ver los pingüinos rey. Si por razones meteorológicas el barco no pudiere bajar en Malvinas no echarían nada de menos. Para los argentinos sería una decepción sin alivio.

Hay, de todos modos, algunas diferencias entre los argentinos. La marcan aquellos ex combatientes que con una emoción intransferible vuelven al exacto punto en el que sus vidas cambiaron para siempre. Hay empatías imposibles. Veo a algunos notablemente excitados. Otros con caras inexpresivas, en silencio. ¿Quién puede ponerse en su lugar? Yo que importuno a medio mundo con preguntas impertinentes esta vez no me atrevo. Los observo a la distancia. No puedo o no quiero estar en sus zapatos.

Viajé esta vez con un querido amigo, Santiago Kovadloff, y con Patricia, su mujer. Era la primera vez que Santiago pisaba suelo malvinense. Sé que para ellos fue muy conmovedor el viaje. Con él recorrimos los 100 kilómetros que separa Puerto Argentino del cementerio argentino de Darwin, ahí muy cerca de Goose Green donde se libró la batalla más dura. En el camino perduran -aunque menos desde la primera vez que llegué a estas tierras-, los carteles advirtiendo de la existencia de minas. Pasamos el monte Harriet; un extraño sitio en el que, clavados en estacas, abundan botas y zapatos; la base militar, en el que algunos pocos árboles achaparrados siguen vivos a fuerza de cuidarlos; los ríos de piedra que se formaron con los deshielos; los guardaganados en medio del camino de ripio; el río Fitz Roy, donde algunos pescan truchas; una pequeña liebre que desaparece entre las briznas; a lo lejos las ruinas de un saladero de cueros…

El nombre de cada uno

El chofer que nos lleva es chileno. Nos hubiera gustado más un malvinense británico. Igual lo exprimimos con nuestras preguntas. Santiago no le da respiro a su libreta. Anota todo. De pronto un pequeño cartelito anuncia un desvío. Cementerio argentino de Darwin. Si seguíamos derecho íbamos a Goose Green, un pequeño caserío. Lo dejamos para después. El cementerio es nuestra prioridad ahora.

Nino Ramella y Santiago Kovadloff juntos en Malvinas

Charlie Ryan, titular de Discover the World, representante de Princess Cruises para Argentina, Uruguay y Paraguay había dispuesto una excursión privada para nosotros y como salimos muy temprano llegamos al cementerio cuando no había gente. Caminamos con Santiago entre las tumbas. Recorrimos el muro de granito negro donde están escritos los nombres de nuestros soldados caídos en esa guerra. Como siempre cumplo con el rito de acercarme a los nombres de los marplatenses que mi memoria atesora. Toco esos nombres. Es un gesto mínimo, pero tiene para mí el valor del íntimo homenaje.

Grabo unas palabras de Santiago. Hace bien poder pronunciar el nombre de cada uno de ellos. Es una forma de rezar y de recordarlos.

Apellidos de origen italiano, español…descendientes de inmigrantes…algún apellido francés…y las tumbas donde sólo se lee solado argentino solo conocido por Dios…jóvenes sin nombre… y la necesidad íntima, profunda de poder recuperar esos nombres, de poder pronunciar el nombre de esos chicos que por ahora son desaparecidos puesto que su nombre está ausente.

Ojalá que se cumpla el anuncio de que médicos forenses trabajarán sobre los cuerpos allí sepultados para recuperar sus identidades. Se ha tardado demasiado tiempo en lograr ese reconocimiento. El Estado en manos de borrachos desquiciados –alentados por una plaza colmaba que los vivaba, no podemos olvidarlo- produjeron esa guerra. Pero la Democracia está en deuda para con esos chicos y sus familias. La política debió lograrlo. Como tantas cosas sigue en la columna del debe.

Profanación llamativa

La noticia de que el cementerio argentino de Darwin había sido profanado tomó a los malvinenses por sorpresa. Nadie atina a señalar a los responsables de haber dañado la imagen de la Virgen de Luján que forma parte del cenotafio que rinde homenaje a los caídos en la guerra de 1982, pero descreen que pueda ser un habitante de las islas.

No está en la naturaleza de ningún isleño una agresión de ese tipo aunque piense y sienta de manera radicalmente opuesta a la posición argentina, sostuvo sin vacilar Gabriel Ceballos, nuestro guía

El lugar, visitado en varias oportunidades por quien esto escribe, no es un espacio en el que puedan leerse graffitis o imprecaciones de ningún tipo vinculados a sentimientos contrarios a la identidad argentina como consecuencia del conflicto armado. Es más, suele ser visitado por miembros de las fuerzas armadas británicas y de algún miembro de la familia real para rendir homenaje a quienes allí se hallan enterrados, según refirieron algunos pobladores.

La sospecha deslizada por aquellos que responden a nuestra inquietud apuntan -aun sin evidencias- a algún turista, aunque no se animan a ir más allá. En esta época llegan a estas islas muchos cruceros con miles de pasajeros.

Claro está, el cementerio de Darwin es sólo visitado por argentinos, aunque está en camino al pequeño caserío de Goose Green al que también llega alguna excursión. En la zona el río Fitz Roy atrae a pescadores provenientes de diversos orígenes. Todo ello abre el panorama de potenciales responsables de los daños sufridos por la imagen de la Virgen, que ha sido retirada del nicho vidriado en el que se encontraba.

El cuidador del cementerio, Sebastian Socodo, se negó a hacer declaraciones. Está todo en plena investigación. No puedo decirle más, fue su escueto comentario.

En tanto, los argentinos que llegan a Darwin a rendir homenaje a los soldados allí enterrados no ven ninguna evidencia de daño alguno, a no ser por la ausencia de la imagen.

El desolado paisaje, los nombres que en la pared de granito negro recuerda la identidad de nuestros muertos y las muchas lápidas con la inscripción Soldado argentino solo conocido por Dios no dan otra opción más que al recogimiento.

Nino Ramella

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