Detrás del actor comprometido que vuelve a representar la obra "Gurka", se abriga el joven de 19 años que vivió en una trinchera de Puerto San Julián y que regresó a Mar del Plata con un maremoto en su cuerpo. "Llegar fue como entrar en un tubo de sombras", describe.
Por Paola Galano
“Me quedan flashes”, dice. Un reloj digital roto cuyo ruido, similar a la radio mal sintonizada de la trinchera, lo ayudó a dormir. Una foto en la que se lo ve comiendo un pan y de la que no tiene registro en su memoria. El colchón en el piso de su cuarto para poder sentir el frío, casi el mismo de San Julián. Un sándwich que compró antes de subir al tren que lo devolvió a Mar del Plata en junio del ’82 y que no pudo probar. El alcohol y el cigarrillo. Las dos pastillas diarias que le recetó un psiquiatra. Una angina de pecho que lo alejó del teatro.
“Tan convulsionado llegué. Ese viaje en camión de San Julián a La Plata fue una pesadilla, sentía la cabeza pesada, como si me la apretaran, fue un viaje largo. Estaba en un estado de shock, lo pude ver después. No quería saber nada, quería llegar, agarrar la libreta y salir corriendo. Y eso hice, metí en un bolso algunas cosas que me afané, me puse la ropa que había llevado, toda húmeda, agarré el pasaje en tren y me fui. Yo quería llegar a mi casa, estaba enojado con todo el mundo. Así me vine y así viví mucho tiempo”.
Fotos de Mauricio Arduin.
“En una improvisación me descompuse. Me tuvo que ir a buscar a mi viejo. Mi profesor me dijo ‘Pedro, así no podés seguir’”
Cuarenta años después, querido y respetado por sus pares, Pedro Benítez es conocido por ser un actor talentoso y visceral. “Tiene una capacidad interna, de compromiso emocional que es envidiable, tiene un apasionamiento muy grande, admiro su profundidad”, dice de él su amigo Lalo Alías, también actor. Junto al artista marplatense vinculado a su tiempo y a su comunidad, convive también el soldado continental que fue, el que hizo “la colimba” en La Plata en 1981. Y que el 6 de abril del ’82, con 19 años, fue nuevamente reclutado por las Fuerzas Armadas para servir en el Batallón 601. Se desempeñó en el grupo de Artillería Blindado N° 1, asentado en San Julián, en la provincia de Santa Cruz.
“Me reincorporé en La Plata. Había miedo a la deserción. Nunca se me ocurrió desertar, era mucho el lavado de bocho. Yo quería estar con mis compañeros, quería estar movilizado, todo el mundo se estaba movilizando. No fue por un hecho de patriotismo o de heroísmo que quería ir a Malvinas, fue por compañerismo”, evoca los motivos que lo llevaron a querer estar ahí.
Mirá el video con los testimonios de Pedro Benítez:
“Considero que fuimos víctimas, fuimos el último eslabón, el manotazo de ahogado de los milicos y el gran paso a la democracia. Pero fue difícil porque durante mucho tiempo nosotros quedamos enganchados con la dictadura. No éramos bien vistos y llegamos por la puerta de atrás”, resume, siempre abierto a no guardarse nada de aquella experiencia.
Por este aniversario redondo, Benítez volverá a unir teatro, memoria e historia personal. Hoy representará “Gurka… un frío como el agua seco”, la obra de Vicente Zito Lema con dirección de otro marplatense, Víctor Iturralde. La función será a las 20 en El Séptimo Fuego (Bolívar 3675). También se la podrá ver el 23 y el 30 de abril en Cuatro Elementos (Alberti 2746). Y tiene chances de salir de gira, de acuerdo con lo que contó el intérprete, que no es la primera vez que se mete en la piel del personaje de “Gurka”.
Tras su estreno en Mar del Plata en 2004, Benítez siempre vuelve a “Gurka”, una obra de la que no puede desprenderse totalmente, casi como sus propios recuerdos. “La obra es muy social: no solo se ve el maltrato al soldado en Malvinas, sino el maltrato del hospicio, donde fueron muchos excombatientes. Es la historia de un muchacho que vivía en la calle, al que le tocó ir a la guerra y que terminó en un hospicio. Aparecen el desamparo de la calle y el desamparo de Malvinas, la falta de contención. Es una metáfora de Zito Lema denunciando lo que pasó”, cuenta y agrega que el primero que la dirigió en Buenos Aires fue Norman Briski, en 1987.
“Se hablaba de que íbamos a pasar a las islas, pero nunca se concretaba”
“Cuando estrenamos Gurka encontramos muchas diferencias con los combatientes, porque ellos tenían el sello de no hablar”, rememora sobre aquellas primeras funciones. Y destaca la valentía de Zito Lema por encontrar la manera de hablar de las torturas, las humillaciones y los vejámenes a los que fueron expuestos los soldados. “Malvinas fue la última guerra de trincheras, pero nosotros no sabíamos cavar una trinchera, no sabíamos qué era pelear cuerpo a cuerpo, fuimos carne de cañón. Por eso, reivindico a los compañeros, no a los cuadros. El verdadero héroe fue el soldado. Y, por eso, hago Gurka, que nace a partir de la denuncia”.
El desempeño de Benítez fue en una trinchera que cavó junto a sus compañeros en Puerto San Julián. En ese paraje desolado custodió cañones “que no andaban” y armamento. Vivió más de un mes en un pozo entre las rocas techado con lonas, las lonas que hubieran servido para confeccionar una carpa si es que hubiera contado con todas las partes. “Fui soldado continental y viví las mismas sensaciones, pero no el combate”, asegura.
“Se hablaba de que íbamos a pasar a las islas, pero nunca se concretaba. Fue antes del hundimiento del Belgrano y ahí nos cayó la ficha: tenía un miedo de matar… no estaba preparado para matar a nadie, pero tampoco me iba a dejar matar”.
Pedro mira para atrás y actualiza al detalle, con la sensibilidad fina de un actor lúcido, todo lo que vivió después, ese “mambo” con el que se tiró del tren en Constitución y la Ruta 2 para tocar el timbre de su casa materna a las siete de la mañana, en junio de 1982, después de treinta y cinco días que lo dejaron con sesenta y seis kilos y las emociones descarriladas. “Llegar fue como entrar en un tubo de sombras. Tenía una angustia muy grande que nadie podía controlar”.
Fotos de Mauricio Arduin.
“No sé cuál es la palabra, reconciliar, me estaba reconciliando con la sociedad”
Antes de la guerra, había conocido el teatro. Era alumno en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), entonces una institución recién fundada. La conscripción primero y Malvinas después interrumpieron su formación. Cuando volvió a los ensayos, el maremoto interno por la experiencia en San Julián cambió sus planes. “Mi catarsis era provocarme en la actuación, sacar esa cosa de angustia que llevaba y que era incontrolable, porque no estaba contenido. Llevaba todo a mi locura. En una improvisación me descompuse. Tuve una angina tabacal, algo asqueroso, me salía espuma por la boca. Me tuvo que ir a buscar a mi viejo. Mi profesor, Antonio Mónaco, me dijo: ‘Pedro, así no podes seguir’. Estuve un año y medio sin poder hacer teatro”. Y el enojo se redobló. “Fumaba mucho y me había volcado al alcohol” para poder conciliar el sueño.
En 1984 volvió a acercarse al teatro. “Empecé a trabajar en una obra infantil y me hice una especie de autoayuda: había dejado las pastillas que me recetó el psiquiatra. Y me acerqué a unos compañeros de la escuela que organizaban el primer encuentro de estudiantes de teatro en Chapadmalal. Ahí me reencontré con Antonio. Para entonces, era más consciente de lo que me había pasado y ya sabía hasta donde podía y hasta donde no. Antonio me propuso que terminara en la EMAD. Y eso me ayudó un montón, porque empecé a encontrarme con el cuerpo”.
“Un día se me acerca y me dice: ‘Esto también pasará’”.
“No sé si la palabra es sanar. No sé cuál es la palabra, reconciliar, me estaba reconciliando con la sociedad, con los amigos. Tenía un prejuicio de que todos me miraban mal, pensaba que querían saber cosas que yo no iba a contar, que estaban interesados en saber si yo maté o no maté y yo no estuve en combate. Trataba de evitarlos. Pero no podía ocultar mi identidad: yo no lo había elegido pero sí lo había aceptado. Y yo zafé. Y por qué zafe: por el teatro, porque encontré la contención en el teatro y encontré gente que me acompañó y me apoyó sin hablar del tema, sabían pero respetaban”.
En 1987 dejó de fumar definitivamente, después de transitar otras dos anginas de pecho. Engordó y, para equilibrar el peso, caminaba. “¿Sabés dónde sentía paz? Me iba caminado a un taller de entrenamiento actoral a las 7 de la mañana, pasaba por Pompeya donde había una misa rara. La daba un cura que se ponía como un poncho con una cruz y estaba de espaldas a la gente. Después se daba vuelta y se acercaba, era un capuchino. Un día se me acerca y me dice: ‘Esto también pasará’”. De a poco, comenzó a sujetar las emociones.